/ miércoles 28 de octubre de 2020

Sobre mesa | Primer estampa

Me despierto una mañana al finalizar el mes de octubre. Las hojas de los árboles forman un crujiente tapiz en la banqueta. Me apetece ir al parque y sentarme en un columpio, balancearme ahí sin importar el tiempo, que los minutos dancen en las manecillas del reloj. Hay un olor peculiar en el viento: una sutil humedad que se posa en mi olfato y la nostalgia que recorre mis huesos son el indicio de que el otoño dará paso al invierno. Es posible que las mañas frescas acaricien nuestros rostros con los recuerdos. La memoria alberga las estampas de mi infancia. Mi padre empujando el columpio en las tardes de verano. La tibieza del sol reposando en mi espalda, el vislumbre impedía que mi vista se fugará más allá de ese instante, unos brazos impulsando mi trayecto, con la certeza de que volvería a hacerlo una y otra vez, las que fuera necesario y mi algarabía aderezando la escena.

Buscaré una hora propicia para acudir al parque. Inspeccionaré el lugar. Me sentaré en el columpio de color firme, quizás al principio el metal me parezca frío, pero no tardaré mucho en adaptarme, el equilibrio térmico no falla. Balancearé mis pies colgantes para darme impulso, primero lo haré lento, incrementaré la velocidad poco a poco, quiero hacerlo hasta que sea muy rápido. Mis rodillas quizás crujan un poco tal como lo hacen las hojas que piso en la acera. Luego de una pausa, repetiré la operación de balancearme hasta la saciedad. Cerrar los ojos pude ser un buen consejo para poder capturar la sensación del viento en mi cara y percibir el aroma de los árboles que silenciosos dan testimonio. Los pájaros silvestres en busca de alimento reposan en las ramas que se extienden vigorosas.

Si llega alguien al parque, puede observar y especular sobre mi presencia y la audacia que tengo para subir a los juegos infantiles. Quizás se cuestione si continuaré con la resbaladilla. Hace algún tiempo que me dejó de importar la opinión de los extraños. Desde hace unos ayeres escucho sus interpretaciones de mi vida, y sé que son proyecciones sobre sus experiencias y los filtros con los que observan la realidad. La vida es individual. Por eso buscaré coleccionar estampas sobre mi paso por el planeta tierra. He decidido iniciar por los columpios. Posiblemente continúe con saborear un helado si el clima me favorece. Me propongo crear un álbum con momentos individuales significativos. Los atesoraré como estampas de un álbum coleccionable. Me parece mucho más auténtico y original buscar vivencias únicas e irrepetibles, además de sencillas. Basta de complicarme. He tenido lo suficiente durante décadas permanecí guardando preocupaciones y miedos. Estoy exhausta. Por eso volví a mi recuerdo de los columpios de mi niñez. Si planeamos unas vacaciones con detalle, deberíamos planear la existencia con bellos momentos creados por nosotros.

Hoy iré al parque. Estaré atenta a lo que sucede. Sujetaré el recuerdo a mi memoria con el olor al césped recién regado y los trinos de las aves que viven sin preocupación. Viviré el instante con plenitud. Hasta que este recuerdo forme parte de mi álbum de recuerdos.

Me despierto una mañana al finalizar el mes de octubre. Las hojas de los árboles forman un crujiente tapiz en la banqueta. Me apetece ir al parque y sentarme en un columpio, balancearme ahí sin importar el tiempo, que los minutos dancen en las manecillas del reloj. Hay un olor peculiar en el viento: una sutil humedad que se posa en mi olfato y la nostalgia que recorre mis huesos son el indicio de que el otoño dará paso al invierno. Es posible que las mañas frescas acaricien nuestros rostros con los recuerdos. La memoria alberga las estampas de mi infancia. Mi padre empujando el columpio en las tardes de verano. La tibieza del sol reposando en mi espalda, el vislumbre impedía que mi vista se fugará más allá de ese instante, unos brazos impulsando mi trayecto, con la certeza de que volvería a hacerlo una y otra vez, las que fuera necesario y mi algarabía aderezando la escena.

Buscaré una hora propicia para acudir al parque. Inspeccionaré el lugar. Me sentaré en el columpio de color firme, quizás al principio el metal me parezca frío, pero no tardaré mucho en adaptarme, el equilibrio térmico no falla. Balancearé mis pies colgantes para darme impulso, primero lo haré lento, incrementaré la velocidad poco a poco, quiero hacerlo hasta que sea muy rápido. Mis rodillas quizás crujan un poco tal como lo hacen las hojas que piso en la acera. Luego de una pausa, repetiré la operación de balancearme hasta la saciedad. Cerrar los ojos pude ser un buen consejo para poder capturar la sensación del viento en mi cara y percibir el aroma de los árboles que silenciosos dan testimonio. Los pájaros silvestres en busca de alimento reposan en las ramas que se extienden vigorosas.

Si llega alguien al parque, puede observar y especular sobre mi presencia y la audacia que tengo para subir a los juegos infantiles. Quizás se cuestione si continuaré con la resbaladilla. Hace algún tiempo que me dejó de importar la opinión de los extraños. Desde hace unos ayeres escucho sus interpretaciones de mi vida, y sé que son proyecciones sobre sus experiencias y los filtros con los que observan la realidad. La vida es individual. Por eso buscaré coleccionar estampas sobre mi paso por el planeta tierra. He decidido iniciar por los columpios. Posiblemente continúe con saborear un helado si el clima me favorece. Me propongo crear un álbum con momentos individuales significativos. Los atesoraré como estampas de un álbum coleccionable. Me parece mucho más auténtico y original buscar vivencias únicas e irrepetibles, además de sencillas. Basta de complicarme. He tenido lo suficiente durante décadas permanecí guardando preocupaciones y miedos. Estoy exhausta. Por eso volví a mi recuerdo de los columpios de mi niñez. Si planeamos unas vacaciones con detalle, deberíamos planear la existencia con bellos momentos creados por nosotros.

Hoy iré al parque. Estaré atenta a lo que sucede. Sujetaré el recuerdo a mi memoria con el olor al césped recién regado y los trinos de las aves que viven sin preocupación. Viviré el instante con plenitud. Hasta que este recuerdo forme parte de mi álbum de recuerdos.