/ miércoles 10 de marzo de 2021

Sobre mesa | Nada desarrolla tanto la inteligencia como viajar

Emile Zola

Vivir en el siglo XXI tiene sus ventajas. Las distancias se han acortado con los aviones medios de transporte que se ha popularizado, gracias a las tarifas de bajo costo. Viajar es una buena inversión que repercute en el bagaje cultural del viajante. La exploración inicia con la elección del destino. Trazar una ruta implica no solo desplazarse de un lugar físico a otro. Trazar una ruta implica encontrar la motivación suficiente para encontrar los recursos para el transporte y el hospedaje. Antes del desplazamiento corporal, el ejercicio mental de la planeación enlaza las más variadas estructuras cognitivas: iniciar un proceso de investigación, hacer un cruce de datos, estructurar las acciones y ejecutarlas en tiempo y forma. Aplicar la física: desplazamiento, distancia y tiempo.

Viajar es un pacto individual. Hay un riesgo constante en cada paso del viajero. La incertidumbre se encuentra en cada tramo. Confiar es indispensable durante el recorrido. La confianza se deposita en la propia valía. Saber que contamos con los recursos necesarios para solucionar los contratiempos. Descubrir nuevas habilidades nunca es tan natural como cuando se viaja.

Disfruta el trayecto más que el destino, dicen las frases en las redes sociales. Añadiría yo a la sabiduría popular que el autoconocimiento es la ganancia principal de cualquier recorrido. La ignorancia es peligrosa.

En la escuela he leído libros interesantes. En la televisión me he instruido con documentales. La supercarretera de la información me ha transportado por universos inimaginables. Pero han sido los viajes los que han colocado un espejo frente a mis ojos. Los tropiezos del camino me han mostrado mis debilidades. Los percances han detonado mi furia. En las andanzas mis sombras se acercan a mí. Cada viaje ilumina los claroscuros de mi personalidad. Puedo sentarme a contemplar la frustración mientras espero en una terminal de autobús. Las salas de espera en los aeropuertos son los lugares donde estar alerta es una actitud de sobrevivencia. Defender el espacio vital de los que ocupan los asientos contiguos, con firmeza y amabilidad.

En algún momento de mi vida pensé que viajar era escapar. Uno no puede escapar de sí mismo. Podemos huir de un lugar. Es la realidad la que nos acompaña. Viajamos con el equipaje de nuestra existencia, con el dolor encriptado en las células, con la alegría circulando en las venas, con la esperanza endulzando la saliva y con la fe palpitando en el pecho.

Todo viaje trae implícito una enseñanza. Cada viajero tiene su propia lección.

Emile Zola

Vivir en el siglo XXI tiene sus ventajas. Las distancias se han acortado con los aviones medios de transporte que se ha popularizado, gracias a las tarifas de bajo costo. Viajar es una buena inversión que repercute en el bagaje cultural del viajante. La exploración inicia con la elección del destino. Trazar una ruta implica no solo desplazarse de un lugar físico a otro. Trazar una ruta implica encontrar la motivación suficiente para encontrar los recursos para el transporte y el hospedaje. Antes del desplazamiento corporal, el ejercicio mental de la planeación enlaza las más variadas estructuras cognitivas: iniciar un proceso de investigación, hacer un cruce de datos, estructurar las acciones y ejecutarlas en tiempo y forma. Aplicar la física: desplazamiento, distancia y tiempo.

Viajar es un pacto individual. Hay un riesgo constante en cada paso del viajero. La incertidumbre se encuentra en cada tramo. Confiar es indispensable durante el recorrido. La confianza se deposita en la propia valía. Saber que contamos con los recursos necesarios para solucionar los contratiempos. Descubrir nuevas habilidades nunca es tan natural como cuando se viaja.

Disfruta el trayecto más que el destino, dicen las frases en las redes sociales. Añadiría yo a la sabiduría popular que el autoconocimiento es la ganancia principal de cualquier recorrido. La ignorancia es peligrosa.

En la escuela he leído libros interesantes. En la televisión me he instruido con documentales. La supercarretera de la información me ha transportado por universos inimaginables. Pero han sido los viajes los que han colocado un espejo frente a mis ojos. Los tropiezos del camino me han mostrado mis debilidades. Los percances han detonado mi furia. En las andanzas mis sombras se acercan a mí. Cada viaje ilumina los claroscuros de mi personalidad. Puedo sentarme a contemplar la frustración mientras espero en una terminal de autobús. Las salas de espera en los aeropuertos son los lugares donde estar alerta es una actitud de sobrevivencia. Defender el espacio vital de los que ocupan los asientos contiguos, con firmeza y amabilidad.

En algún momento de mi vida pensé que viajar era escapar. Uno no puede escapar de sí mismo. Podemos huir de un lugar. Es la realidad la que nos acompaña. Viajamos con el equipaje de nuestra existencia, con el dolor encriptado en las células, con la alegría circulando en las venas, con la esperanza endulzando la saliva y con la fe palpitando en el pecho.

Todo viaje trae implícito una enseñanza. Cada viajero tiene su propia lección.