/ miércoles 17 de marzo de 2021

Sobre mesa | El parto

Llegamos al mundo, nacemos en el alumbramiento. Cruzamos un umbral no solo cuando emergemos del vientre materno, sino cuando descubrimos nuestra genealogía. Los brazos que nos reciben acunan nuestro cuerpo frágil. Es el cuerpo de los otros un territorio inexplorado. Es la piel de los otros un refugio inexistente, capaz de momentáneamente brindarnos calidez para luego abandonarnos a un lecho. Surge la conciencia de que el tálamo está dentro de una casa que nos brinda protección como el útero. Es la casa un seno más grande. Entonces la posesión colectiva, nuestro hogar, nuestra casa, en esa conciencia; se convierten en ese sentido de pertenencia que nos embarga a lo largo de la vida.

Nacemos en la intimidad del hogar, cuando pronunciamos nuestro nombre, cuando ocupamos un lugar en el árbol genealógico, al momento que se nos asigna un lugar en la mesa. Gradualmente nos desprendemos de los brazos que nos acunan, de las manos que nos sostienen al dar los primeros pasos, hasta que la independencia corporal llega en una especie de epifanía.

Es la independencia y la fortaleza corporal la que nos permite desplazarnos por nuevos territorios. Un día llegamos al mundo después de nueve meses de gestación. Posteriormente llegamos a una casa. Salimos de ella a explorar un mundo. Es entonces que una nueva categoría surge en nosotros: pobladores de una ciudad. Es el terruño otro rasgo que nos identifica. Hay un cordón umbilical que nos ata al suelo que nos vio nacer. Es la geografía un elemento que nos caracteriza. Que nos otorga ciertas particularidades. La campiña francesa brinda las bondades de un aire fresco. El desierto por su parte otorga el brío inconmensurable al espíritu. Amalgamada con la tradición familiar la naturaleza nos unge. Nuestro cuerpo se convierte en la proclama del territorio, del linaje y las construcciones sociales que la familia nos brinda. Otro parto.

Hay un nacimiento constante en cada ser humano. Venimos a este mundo un día. Emblemática fecha en la que celebramos un aniversario. Revestido el acontecimiento como un evento social y de carácter emocional es motivo de vistosas celebraciones. Es la cronología la sucesión de los hechos que marcan la existencia. Pero hay aún circunstancias que se hacen presentes, que pasan inadvertidas, y que son contundentes para enmarcar la línea del tiempo de nuestra vida.

La peculiaridad de cada familia. La vivienda que llamamos hogar. La esencia de la patria que nos recibe. Los posesivos transforman lo que no rodean, para otorgarle un significado. Mi familia, mi casa, mi ciudad. Nacemos cuando nos arraigamos. Nacemos en acontecimientos importantes. Hay un alumbramiento en cada día de la existencia humana. La vida es un parto constante.

Llegamos al mundo, nacemos en el alumbramiento. Cruzamos un umbral no solo cuando emergemos del vientre materno, sino cuando descubrimos nuestra genealogía. Los brazos que nos reciben acunan nuestro cuerpo frágil. Es el cuerpo de los otros un territorio inexplorado. Es la piel de los otros un refugio inexistente, capaz de momentáneamente brindarnos calidez para luego abandonarnos a un lecho. Surge la conciencia de que el tálamo está dentro de una casa que nos brinda protección como el útero. Es la casa un seno más grande. Entonces la posesión colectiva, nuestro hogar, nuestra casa, en esa conciencia; se convierten en ese sentido de pertenencia que nos embarga a lo largo de la vida.

Nacemos en la intimidad del hogar, cuando pronunciamos nuestro nombre, cuando ocupamos un lugar en el árbol genealógico, al momento que se nos asigna un lugar en la mesa. Gradualmente nos desprendemos de los brazos que nos acunan, de las manos que nos sostienen al dar los primeros pasos, hasta que la independencia corporal llega en una especie de epifanía.

Es la independencia y la fortaleza corporal la que nos permite desplazarnos por nuevos territorios. Un día llegamos al mundo después de nueve meses de gestación. Posteriormente llegamos a una casa. Salimos de ella a explorar un mundo. Es entonces que una nueva categoría surge en nosotros: pobladores de una ciudad. Es el terruño otro rasgo que nos identifica. Hay un cordón umbilical que nos ata al suelo que nos vio nacer. Es la geografía un elemento que nos caracteriza. Que nos otorga ciertas particularidades. La campiña francesa brinda las bondades de un aire fresco. El desierto por su parte otorga el brío inconmensurable al espíritu. Amalgamada con la tradición familiar la naturaleza nos unge. Nuestro cuerpo se convierte en la proclama del territorio, del linaje y las construcciones sociales que la familia nos brinda. Otro parto.

Hay un nacimiento constante en cada ser humano. Venimos a este mundo un día. Emblemática fecha en la que celebramos un aniversario. Revestido el acontecimiento como un evento social y de carácter emocional es motivo de vistosas celebraciones. Es la cronología la sucesión de los hechos que marcan la existencia. Pero hay aún circunstancias que se hacen presentes, que pasan inadvertidas, y que son contundentes para enmarcar la línea del tiempo de nuestra vida.

La peculiaridad de cada familia. La vivienda que llamamos hogar. La esencia de la patria que nos recibe. Los posesivos transforman lo que no rodean, para otorgarle un significado. Mi familia, mi casa, mi ciudad. Nacemos cuando nos arraigamos. Nacemos en acontecimientos importantes. Hay un alumbramiento en cada día de la existencia humana. La vida es un parto constante.