/ sábado 14 de septiembre de 2019

Sigamos soñando

El 15 de septiembre celebramos “nuestra independencia”. Festejamos algo muy difícil de lograr y más de mantener. La Independencia entre países no es total por el sometimiento de unos a otros; personal o socialmente. La positiva nos permite crecer y enriquecernos entre diferentes. La negativa, desigual e injusta nos mantiene sumisos y estancados. Por desgracia, el gobierno privatizó, entre muchos, el ideal hermoso de la independencia. Nos hizo creer que sin españoles somos libres y soberanos; pero autonomía y libertad que son lo mismo, se conquista durante años de lucha.

Seremos independientes cuando los mexicanos no emigren a otros países en busca de mejor futuro. Cuando explotemos nuestros recursos naturales y procesemos nuestros productos sin ayuda exterior. Cuando los políticos usen su capacidad para servir al pueblo, no para negociar y enriquecerse. Cuando gocemos de salarios justos, educación y salud eficientes y medios de comunicación veraces. Sin todo lo anterior, seguiremos viviendo en la mentira, el engaño hecho ideología política para celebrar; tomar alcohol, comer pozole, tirar cuetes y gritar ¡viva México!, sólo, como deseo de sobrevivir. Un grito de angustia, más que todo, en un país moribundo y maniatado en lo que a Justicia se refiere.

La bandera tricolor en lo alto de cada zócalo y plaza pública, cuenta la fundación de Aztlán; la Virgen de Guadalupe encarna en su manto la fe de un pueblo; la alegría del mariachi, los efectos del tequila o la gastronomía, parecen ser indicativos de su color y vitalidad; expresión genuina que siempre sale a relucir y mostrar el orgullo nacional. De Tijuana al Suchiate, de Isla Guadalupe a Isla Mujeres, a través de serranías, costas y territorio que conforman este país. Hay tantas naciones como leyendas; nos cuentan la cosmovisión de pueblos originarios; que comparten otro rasgo de identidad entre sí, más que afinidad territorial, parte de un país. Quienes reconocen el español, el cristianismo, el himno nacional, como rasgos inequívocos de identidad nacional, olvidan que, para los primeros pobladores, la mexicanidad es la invención que amenazó y en muchos casos destruyó su cultura.

Creer que los festejos de independencia son amarga ironía de la realidad social; sarcasmo elaborado que, en vez de risa, llega y se marcha cada septiembre dejando un halo de coraje y nostalgia, ante la actual decadencia, es faltar a la ciencia histórica. El movimiento independentista triunfó en términos generales, al firmar los tratados de Córdoba de 1821. Se reconoció la autonomía del Imperio Mexicano respecto a su antigua metrópoli. El ideario de Hidalgo, Allende, Aldama, José Miguel y Josefa Ortiz de Domínguez nunca contempló la igualdad social, menos un cambio en las estructuras de dominación, subyugación y conquista que se perpetuaron desde la invención de América. Tampoco un reparto más justo de la riqueza ni el reconocimiento de todos los mestizos como iguales. Desposeídos, indígenas, trabajadores libres e hijos de criollos sin indulto, participaron del movimiento armado, ganaron batallas cruciales para la causa independentista, pero las pretensiones más radicales de una transformación profunda de esquemas de explotación en territorio nacional por más de 300 años, murieron a manos del respeto al ideario liberal que forjó la patria; movimiento que mantuvo su cauce en líneas generales, evitando cualquier intento de lograr un cambio drástico en el génesis de la nación mexicana.

Nació libre y esclava, soberana e imperial, tan rica como mísera; llena de hondas contradicciones cada día agudizadas. Muchos pensamos que la mayor razón para no celebrar el 15 de septiembre, es la traición y olvido a las causas que inspiraron a los héroes que nos dieron patria y libertad. Tal visión concibe al movimiento independentista como punto de partida de la pureza de ideales que formaron la nación soberana: libertad, igualdad, democracia y férreo nacionalismo. Todos, sofocados paso a paso por la corrupción, falta de educación y oportunidades, sumados a la cruda y ancestral desigualdad.

El 15 de septiembre celebramos “nuestra independencia”. Festejamos algo muy difícil de lograr y más de mantener. La Independencia entre países no es total por el sometimiento de unos a otros; personal o socialmente. La positiva nos permite crecer y enriquecernos entre diferentes. La negativa, desigual e injusta nos mantiene sumisos y estancados. Por desgracia, el gobierno privatizó, entre muchos, el ideal hermoso de la independencia. Nos hizo creer que sin españoles somos libres y soberanos; pero autonomía y libertad que son lo mismo, se conquista durante años de lucha.

Seremos independientes cuando los mexicanos no emigren a otros países en busca de mejor futuro. Cuando explotemos nuestros recursos naturales y procesemos nuestros productos sin ayuda exterior. Cuando los políticos usen su capacidad para servir al pueblo, no para negociar y enriquecerse. Cuando gocemos de salarios justos, educación y salud eficientes y medios de comunicación veraces. Sin todo lo anterior, seguiremos viviendo en la mentira, el engaño hecho ideología política para celebrar; tomar alcohol, comer pozole, tirar cuetes y gritar ¡viva México!, sólo, como deseo de sobrevivir. Un grito de angustia, más que todo, en un país moribundo y maniatado en lo que a Justicia se refiere.

La bandera tricolor en lo alto de cada zócalo y plaza pública, cuenta la fundación de Aztlán; la Virgen de Guadalupe encarna en su manto la fe de un pueblo; la alegría del mariachi, los efectos del tequila o la gastronomía, parecen ser indicativos de su color y vitalidad; expresión genuina que siempre sale a relucir y mostrar el orgullo nacional. De Tijuana al Suchiate, de Isla Guadalupe a Isla Mujeres, a través de serranías, costas y territorio que conforman este país. Hay tantas naciones como leyendas; nos cuentan la cosmovisión de pueblos originarios; que comparten otro rasgo de identidad entre sí, más que afinidad territorial, parte de un país. Quienes reconocen el español, el cristianismo, el himno nacional, como rasgos inequívocos de identidad nacional, olvidan que, para los primeros pobladores, la mexicanidad es la invención que amenazó y en muchos casos destruyó su cultura.

Creer que los festejos de independencia son amarga ironía de la realidad social; sarcasmo elaborado que, en vez de risa, llega y se marcha cada septiembre dejando un halo de coraje y nostalgia, ante la actual decadencia, es faltar a la ciencia histórica. El movimiento independentista triunfó en términos generales, al firmar los tratados de Córdoba de 1821. Se reconoció la autonomía del Imperio Mexicano respecto a su antigua metrópoli. El ideario de Hidalgo, Allende, Aldama, José Miguel y Josefa Ortiz de Domínguez nunca contempló la igualdad social, menos un cambio en las estructuras de dominación, subyugación y conquista que se perpetuaron desde la invención de América. Tampoco un reparto más justo de la riqueza ni el reconocimiento de todos los mestizos como iguales. Desposeídos, indígenas, trabajadores libres e hijos de criollos sin indulto, participaron del movimiento armado, ganaron batallas cruciales para la causa independentista, pero las pretensiones más radicales de una transformación profunda de esquemas de explotación en territorio nacional por más de 300 años, murieron a manos del respeto al ideario liberal que forjó la patria; movimiento que mantuvo su cauce en líneas generales, evitando cualquier intento de lograr un cambio drástico en el génesis de la nación mexicana.

Nació libre y esclava, soberana e imperial, tan rica como mísera; llena de hondas contradicciones cada día agudizadas. Muchos pensamos que la mayor razón para no celebrar el 15 de septiembre, es la traición y olvido a las causas que inspiraron a los héroes que nos dieron patria y libertad. Tal visión concibe al movimiento independentista como punto de partida de la pureza de ideales que formaron la nación soberana: libertad, igualdad, democracia y férreo nacionalismo. Todos, sofocados paso a paso por la corrupción, falta de educación y oportunidades, sumados a la cruda y ancestral desigualdad.