Por: Óscar A. Viramontes Olivas
Hablar de cantinas es transportarnos a esos lugares “paradisiacos”, donde acuden principalmente varones a buscar descargar todas sus frustraciones acumuladas en el trabajo, la familia, con los amigos, el vecino, con la pareja; desahogarse de sus tristezas, casi siempre por cuestiones de mujeres infieles, adúlteras, como muchos se lo expresan al consejero espiritual, el cantinero, que es en esencia el consejero “perfecto”; así mismo, una cantina es además, un lugar donde se puede llorar o gritar cada problema, sin tener que preocuparse de que la mujer los vea deprimidos por no aceptar enfrentarse con ella; pero también, son esos “santuarios” donde el “parroquiano” busca un poco de paz, intimidad, tranquilidad, reflexión; tener la compañía de una bella dama que lo sepa escuchar de sus problemas, principalmente con la cónyuge, acompañada por supuesto de una cerveza, cuba o cualquiera de esas bebidas paradisíacas que hoy se conocen como “shot”, que cuando se ingiere más de una vez, generan cambios conductuales radicales, perdiéndose incluso hasta los estribos, además de la pérdida de hasta el último cinco de la nómina de la semana o la quincena completa.
Quienes han vivido la evolución de las cantinas en la ciudad de Chihuahua a través del tiempo, es estar en una especie de “éxtasis” de mucha alegría, tristeza; de emociones que se depositan en un vaso, botella, una copa, un jarrón; de esas situaciones bellas de la vida, donde se comparten bebidas hechas a base de agave, cebada y otras cosas que son “mágicas”, las que arrojan festines en el cuerpo, de quienes las ingieren, llegándose hasta el grado de emborracharse y desconectarse de la realidad, para llegar a un estado de relajación, donde los nervios, llegan a ser como venas que transmiten señales al cerebro ¡Salud! También, durante la Revolución Mexicana, muchas cantinas en Chihuahua sirvieron como puntos de encuentro para revolucionarios. Estos lugares no sólo ofrecían bebidas, sino que también eran centros de información y planeación. Las cantinas eran frecuentadas por figuras como Pancho Villa y sus hombres, quienes discutían estrategias y celebraban sus victorias.
Por ejemplo, en el Chihuahua de finales del siglo XIX y principios del XX, existió un “bum” de gente extranjera que empezó a asentar sus “reales” en esta “tierra seca y arenosa”, y por supuesto, este tipo de personas adineradas y “especiales”, empezaron a frecuentar lugares como “El Cosmopolita” que llegó a ser un salón de moda para ese tipo de individuos que, le gustaba lo clásico; este lugar, propiedad de un conocido hombre cuyo mote era “El Turco”, su nombre, Jacobo Touché, que llegaría a esta ciudad en 1888, y que según algunos dicen, había arribado en una situación de desesperanza económica, pero con el tiempo, se convertiría en un prominente millonario; él viviría en una residencia lujosa ubicada en el Paseo Bolívar y calle del Comercio, hoy avenida Independencia, este castillo, sería conocida como “La Quinta Touché”, pero muchos otros la llegarían a bautizar como “El Palacio de las Lágrimas”, debido a que fue edificada con las ganancias que el “El Turco” había obtenido de sus oponentes en el juego, dejando a muchos en la completa miseria, gracias a sus “habilidades”, y su comportamiento empedernido al juego, lo que le permitiría poner cada ladrillo de su casa, con esas emboscadas que les hizo a sus contrincantes.
El señor Touché, dicen las malas lenguas, se metería de lleno con el ejército federal en Chihuahua que estaba en retirada, al mando del general Salvador R. Mercado, quien fuera gobernador de Chihuahua en 1913, y jefe de la División del Norte Federal que combatiría a Pancho Villa en defensa del Régimen de Victoriano Huerta. Sin embargo, cuando Villa entró a Chihuahua, Touché obsequiaría “El Palacio de las Lágrimas” al general Toribio Ortega como regalo de Navidad, y confiscaría “El Cosmopolita” que, llegó a estar en la calle Victoria número 116, habiendo pertenecido a los señores: Juan Corred y Mauricio Mazán. Muy cerca de ahí, existió otra cantina llamada “La Parisiense”, cuyo propietario fue el prominente señor Juan Ramonfour, la que llegó a contar con algunos elementos interesantes como dulces, nevería, pastelería, entre otras cosas; otro, “El Arlington Club”, ubicado en la avenida Independencia, el cual pertenecía al señor Howard Anderson; “La Fayette” de don Luis G. Laffite, ubicada en la Libertad 300 y “La Tosca”, en la esquina de Independencia y Ojinaga.
Otros centros de diversión que estaban destinados para gente de alcurnia, y que, como parte de sus servicios, contaba con: salas de juego, vapor, billar, entre otras cosas. El primero en mencionar, es el “Casino de Chihuahua”, ubicado en la calle Aldama y Sexta que, no era propiamente sólo una cantina, pero era un lugar que acogía a diversas personalidades de la sociedad, y por supuesto, el “hombre de a pie”, no tenía ninguna posibilidad de ser admitido en ese lugar de alcurnia, donde lo que se tenía que pagar ni siquiera lo ganaban en un mes de intenso trabajo. El Casino se inauguró en septiembre de 1882, pero no en la calle que antes había mencionado, sino fue hasta 1910, cuando se iniciarían los trabajos de construcción e inauguración, donde hasta la fecha está operando, logrando incluir dentro de sus servicios, boliche, billares, salón de recepciones, sala de juntas, comedor para diario, gran comedor, cocina, departamento para juegos y por supuesto una cantina. Así mismo, otro centro de diversión o si usted quiere llamarlo como cantina, era el “El Foreign Club”, que empezaría operaciones a finales de junio de 1906 en la calle Victoria, frente a la Plaza de Armas, era considerada de primera categoría. A principios de los años cincuenta, se le consideraba el punto de reunión de hombres de empresa de la ciudad de Chihuahua. Contaba con un salón de lectura, boliches, billares, dos patios de recreo para practicar diversos deportes, alberca y cantina; la cantina, daba servicio de las 9:00 a.m. a las 12:00 de la noche.
Fuera de esos lugares tan exclusivos, donde los mocasines, los trajes de etiqueta y las guayaberas de seda prevalecían, junto a los habanos cubanos, y el vino añejo europeo que se consumía y disfrutaba, como si fueran “chicles”, sin embargo, había otros lugares destinados a la “perrada”, entre los que estaba “El Gambrinus”, inaugurado a finales de 1913, dando servicio en la calle Libertad número 310, con teléfono 538, el cual, según su publicidad, ofrecía el mejor servicio de cerveza de barril, bien fría, incluso, tenía servicio a domicilio, claro que no se trataba de Uber-Beer o Didi-Beer como hoy en día, sino, que esa responsabilidad de llevar los pedidos eran dos chamacos, uno de 15 y otro de 16 años que, en algunas de las veces, en vez de llevar la mercancía a su destino, se la tomaban completita, causando por supuesto el enojo de los señores Medina y Paz. Su nombre, fue seleccionado en honor del legendario rey germánico “Gambrinus”, a quien, se le atribuye la invención de la cerveza, considerando que los alemanes son reconocidos por su excelente cerveza; aquí, se disfrutaba mucho, comentaba mi bisabuelo Alejandro Viramontes que, era de sus lugares preferidos para hacer bohemia y salir hasta el “tope” de inconsciente, pero eso sí, muy bien servido. Finalmente, El Gambrinus, ofrecía servicios simultáneos de cantina y también de billares.
Otra cantina de aquellos tiempos, del Chihuahua de antaño, era “La Cleopatra”, la cual sería inaugurada en mayo de 1912 en pleno movimiento revolucionario, la cual se ubicaría, en la avenida Juárez 2118, aquí, donde acudían muchos varones, para darse una partidita de ajedrez o cartas, siendo su actividad principal, el consumo de bebidas alcohólicas, incluyendo una variedad importante de licores, cervezas, tequilas, mezcales y cócteles, así mismo, este centro, era tocado por el dios maya del alcohol “Acan” y por “Acratopotes” que en compañía de “Dionisio”, eran las deidades para los bebederos, para los “borrachotes” que se gastaban los pocos centavos de la bolsa en bebidas “espirituosas”, dejando a la familia o la concubina a la deriva sin medios para la manutención. Además de todo esto, esta cantina ofrecía a su clientela botanas o comidas típicas mexicanas, para ser acompañadas con las bebidas, éstas incluían tacos, guacamole, quesadillas, chiles en vinagre, entre otros…Esta Crónica continuará.
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Doctor en Administración. Maestro investigador FCA-UACh.
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