/ domingo 13 de diciembre de 2020

Reflexión de la semana | Emanuel - Dios con nosotros

Ante la avalancha de acontecimientos que han trastornado el mundo entero dejando a su paso dolor y sufrimiento, en estas fechas parece casi imposible distraerse y olvidar las penas por unos días. Pero precisamente, hoy por hoy, necesitamos ejercer nuestra fe y creer que Dios está con nosotros en medio del valle de lágrimas que se ha convertido nuestro mundo. De por sí, para muchas personas la Navidad es un tiempo triste, un tiempo de dolor vivido en silencio. Pero para muchos, es tiempo de consuelo, una oportunidad de encontrar el sentido de la vida, en medio de tanto sinsentido, porque el mensaje de la navidad es, en esencia éste: Dios se hace hombre para bajar y estar con nosotros todos los días, los días buenos y los días malos, y seguro que podemos descubrir la presencia de Dios en medio de las tormentas de la vida, porque Él es “Emanuel” Dios con nosotros. De nuestra fe, va a depender creerlo o no, y que salgamos del horno de fuego fortalecidos o destruidos. Creo que en la hora de las luchas o las pruebas, lo más importante no es tratar de entender los ¿Por qué? sino encontrar a Dios.

Cuando la tormenta arrecia, la fe es el bien supremo a preservar y a cultivar. Ello es así por muchas razones: en la prueba la fe es la columna que nos sostiene, es el alimento que nos fortalece, es la luz que alumbra nuestra oscuridad, es el vínculo inquebrantable que nos mantiene unidos a Cristo.

El apóstol Pablo dijo: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro 8:38-39)

La fe es el mayor tesoro que puede tener el creyente, es el bien más preciado a guardar. En palabras del mismo Pedro, la fe es “mucho más preciosa que el oro” (1 P 1:7) Por ello, cuando atravesamos “el valle de sombra” lo primordial es cuidar la fe, que la fe no falte.

Seguramente nosotros muchas veces no podemos evitar la prueba, pero sí que la prueba nos destruya. ¿En qué sentido? Está en nuestras manos impedir que dañe nuestra fe, que nos aleje de Dios, que haga menguar nuestra confianza en el Todopoderoso. Para ello contamos con la promesa firme de que Dios camina a nuestro lado: “Cuando pases por las aguas... no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás ni la llama arderá en ti... No temas porque yo estoy contigo2 (Is. 43:2,5).

La promesa no es que saldrás «seco, sin mojarte», sino que no te ahogarás porque Él está contigo. Dios no promete librarnos siempre de la prueba, muchas veces lo hace, aún sin nosotros saberlo, pero sí de sus efectos destructivos. En consecuencia, nuestra mayor preocupación debe ser que el fuego no nos destruya, pasar por las aguas sin ahogarnos, es decir que nuestra fe no falte. Si en la prueba «tu fe no falta», estarás preservando tu mayor patrimonio personal, la herencia que perdura para siempre. Por tanto la fe, por sencilla que sea, es un requisito imprescindible para empezar a ver un rayo de luz y de esperanza en medio de la oscuridad.

No me refiero a una fe opuesta a la razón, o a una fe que aturde los sentidos; sino más bien a la fe de hebreos 11 que espera con toda seguridad y convicción de que pronto las tinieblas pasaran para dar la bienvenida a un nuevo día, a un nuevo tiempo de esperanza: “El pueblo que andaba en la oscuridad ha visto una gran luz…” (Is.9:2ª) Que este tiempo de adviento y navidad, nos permita alimentar y fortalecer nuestra fe en el nacido en Belén, y así seguir adelante con la confianza de que no estamos solos, sino que “Emanuel” Dios con nosotros todos los días.

Estimado lector, crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya al cielo.


Ante la avalancha de acontecimientos que han trastornado el mundo entero dejando a su paso dolor y sufrimiento, en estas fechas parece casi imposible distraerse y olvidar las penas por unos días. Pero precisamente, hoy por hoy, necesitamos ejercer nuestra fe y creer que Dios está con nosotros en medio del valle de lágrimas que se ha convertido nuestro mundo. De por sí, para muchas personas la Navidad es un tiempo triste, un tiempo de dolor vivido en silencio. Pero para muchos, es tiempo de consuelo, una oportunidad de encontrar el sentido de la vida, en medio de tanto sinsentido, porque el mensaje de la navidad es, en esencia éste: Dios se hace hombre para bajar y estar con nosotros todos los días, los días buenos y los días malos, y seguro que podemos descubrir la presencia de Dios en medio de las tormentas de la vida, porque Él es “Emanuel” Dios con nosotros. De nuestra fe, va a depender creerlo o no, y que salgamos del horno de fuego fortalecidos o destruidos. Creo que en la hora de las luchas o las pruebas, lo más importante no es tratar de entender los ¿Por qué? sino encontrar a Dios.

Cuando la tormenta arrecia, la fe es el bien supremo a preservar y a cultivar. Ello es así por muchas razones: en la prueba la fe es la columna que nos sostiene, es el alimento que nos fortalece, es la luz que alumbra nuestra oscuridad, es el vínculo inquebrantable que nos mantiene unidos a Cristo.

El apóstol Pablo dijo: “Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Ro 8:38-39)

La fe es el mayor tesoro que puede tener el creyente, es el bien más preciado a guardar. En palabras del mismo Pedro, la fe es “mucho más preciosa que el oro” (1 P 1:7) Por ello, cuando atravesamos “el valle de sombra” lo primordial es cuidar la fe, que la fe no falte.

Seguramente nosotros muchas veces no podemos evitar la prueba, pero sí que la prueba nos destruya. ¿En qué sentido? Está en nuestras manos impedir que dañe nuestra fe, que nos aleje de Dios, que haga menguar nuestra confianza en el Todopoderoso. Para ello contamos con la promesa firme de que Dios camina a nuestro lado: “Cuando pases por las aguas... no te anegarán. Cuando pases por el fuego, no te quemarás ni la llama arderá en ti... No temas porque yo estoy contigo2 (Is. 43:2,5).

La promesa no es que saldrás «seco, sin mojarte», sino que no te ahogarás porque Él está contigo. Dios no promete librarnos siempre de la prueba, muchas veces lo hace, aún sin nosotros saberlo, pero sí de sus efectos destructivos. En consecuencia, nuestra mayor preocupación debe ser que el fuego no nos destruya, pasar por las aguas sin ahogarnos, es decir que nuestra fe no falte. Si en la prueba «tu fe no falta», estarás preservando tu mayor patrimonio personal, la herencia que perdura para siempre. Por tanto la fe, por sencilla que sea, es un requisito imprescindible para empezar a ver un rayo de luz y de esperanza en medio de la oscuridad.

No me refiero a una fe opuesta a la razón, o a una fe que aturde los sentidos; sino más bien a la fe de hebreos 11 que espera con toda seguridad y convicción de que pronto las tinieblas pasaran para dar la bienvenida a un nuevo día, a un nuevo tiempo de esperanza: “El pueblo que andaba en la oscuridad ha visto una gran luz…” (Is.9:2ª) Que este tiempo de adviento y navidad, nos permita alimentar y fortalecer nuestra fe en el nacido en Belén, y así seguir adelante con la confianza de que no estamos solos, sino que “Emanuel” Dios con nosotros todos los días.

Estimado lector, crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya al cielo.