/ jueves 30 de junio de 2022

Punto Gélido | Tristeza en el Paraíso

Y es en medio de este paraíso enclavado en la cordillera más extendida del país, donde la biodiversidad armoniza con esa geografía compleja, que se enriquece con la presencia de barrancas extraordinarias y profundos cañones, donde el sol danza con la luna en medio de luces y sombras, serpenteando incansables los valles y las montañas. En ese espacio el viento corre libre, dejando a su paso ese murmullo incomparable al acariciar las piedras, los pinos, las siembras, obsequiando abrazos cálidos en verano y muy gélidos en la belleza del invierno. Donde el agua aun es libre y viaja embravecida abriendo paso en medio de la dureza de la roca, pero también mansa y fresca sembrando vida a su paso. Allí la tierra guarda celosamente sus últimos vestigios de pureza, de armonía, en ese lugar en medio de la nada, donde todo aún guarda una porción de libertad.

Y es en ese paraíso donde el ser humano nativo, aún conserva una cosmovisión propia, que le invita a convertirse en el custodio de esa riqueza natural; ellos saben que su misión es vivir en armonía no solo con sus semejantes, sino con su entorno, con la naturaleza. Para honrar su misión, ellos disponen solo de lo necesario, siempre respetando el alma y la razón de ser de cada planta, de cada animal, de cada ser. Fieles a sus ritos y a sus tradiciones, danzan y bailan para agradecer, para pedir, para estar sanos.

Hoy la tristeza invade al paraíso, la armonía ha sido incinerada con la brasa ardiente que deja el árbol seco donde florecía la razón. El hacha afilada de la indiferencia ha ido arrancando poco a poco el tronco, donde se sostenía la esperanza. Los mostros de la modernidad han sido voraces, deambulan escondiéndose solo de ellos mismos, saben que los vigilantes oficiales del paraíso, ven, pero prefieren no ver, que a conveniencia o por obligación son mudos y sordos. Ellos, los monstruos van dejando en su continuo caminar en círculo, heridas profundas, graves, que no solo afectan a la naturaleza, también al ser humano, heridas que entristecen el paraíso.

Hoy los límites han quedado rebasados, los excesos han afectado los sentimientos más sagrados, el hombre se ha convertido en el mayor enemigo del hombre. Las reglas, los códigos, las costumbres han sido manchadas con el tinte rojo de la sangre inocente, lo más preocupante aún es la causa que impulsa a ello.

Hay tristeza en el paraíso, la pesadumbre son nubes densas y negras que ensombrecen cada rincón, cada poblado, a cada persona y a cada corazón. El sol y la luna se han eclipsado, los montes y valles, las barrancas y los cañones, pero también el mar y el desierto se han cubierto con esta tristeza, con esta descomposición que permea en la mente y en el corazón de algunos seres humanos. El viento ha dejado de cantar, su murmullo se ha convertido en llanto, las piedras, los pinos, las siembras, pero también las arenas del mar y del desierto, y las selvas negras de asfalto, son testigos de ese clamor que anhela el regreso de la armonía, de la fuerza de la razón como premisa.

Hay tristeza en el paraíso, en el paraíso interior de la persona; sus emociones, sus sentimientos y su entorno han sido trastocados, lastimados, arrebatados. Al asomarse por la ventana de la realidad, lo preocupante es que no ha sido un ente desconocido o de otra dimensión, el agresor que atenta contra la especie, sino el propio hermano.

Hay tristeza en el paraíso, en medio de esa tristeza que nos afecta a todos, está la oportunidad de una resiliencia colectiva, está la oportunidad de reencontrarnos como hermanos en la alegría del paraíso.

Leoncio Durán Garibay | Ingeniero Industrial

Y es en medio de este paraíso enclavado en la cordillera más extendida del país, donde la biodiversidad armoniza con esa geografía compleja, que se enriquece con la presencia de barrancas extraordinarias y profundos cañones, donde el sol danza con la luna en medio de luces y sombras, serpenteando incansables los valles y las montañas. En ese espacio el viento corre libre, dejando a su paso ese murmullo incomparable al acariciar las piedras, los pinos, las siembras, obsequiando abrazos cálidos en verano y muy gélidos en la belleza del invierno. Donde el agua aun es libre y viaja embravecida abriendo paso en medio de la dureza de la roca, pero también mansa y fresca sembrando vida a su paso. Allí la tierra guarda celosamente sus últimos vestigios de pureza, de armonía, en ese lugar en medio de la nada, donde todo aún guarda una porción de libertad.

Y es en ese paraíso donde el ser humano nativo, aún conserva una cosmovisión propia, que le invita a convertirse en el custodio de esa riqueza natural; ellos saben que su misión es vivir en armonía no solo con sus semejantes, sino con su entorno, con la naturaleza. Para honrar su misión, ellos disponen solo de lo necesario, siempre respetando el alma y la razón de ser de cada planta, de cada animal, de cada ser. Fieles a sus ritos y a sus tradiciones, danzan y bailan para agradecer, para pedir, para estar sanos.

Hoy la tristeza invade al paraíso, la armonía ha sido incinerada con la brasa ardiente que deja el árbol seco donde florecía la razón. El hacha afilada de la indiferencia ha ido arrancando poco a poco el tronco, donde se sostenía la esperanza. Los mostros de la modernidad han sido voraces, deambulan escondiéndose solo de ellos mismos, saben que los vigilantes oficiales del paraíso, ven, pero prefieren no ver, que a conveniencia o por obligación son mudos y sordos. Ellos, los monstruos van dejando en su continuo caminar en círculo, heridas profundas, graves, que no solo afectan a la naturaleza, también al ser humano, heridas que entristecen el paraíso.

Hoy los límites han quedado rebasados, los excesos han afectado los sentimientos más sagrados, el hombre se ha convertido en el mayor enemigo del hombre. Las reglas, los códigos, las costumbres han sido manchadas con el tinte rojo de la sangre inocente, lo más preocupante aún es la causa que impulsa a ello.

Hay tristeza en el paraíso, la pesadumbre son nubes densas y negras que ensombrecen cada rincón, cada poblado, a cada persona y a cada corazón. El sol y la luna se han eclipsado, los montes y valles, las barrancas y los cañones, pero también el mar y el desierto se han cubierto con esta tristeza, con esta descomposición que permea en la mente y en el corazón de algunos seres humanos. El viento ha dejado de cantar, su murmullo se ha convertido en llanto, las piedras, los pinos, las siembras, pero también las arenas del mar y del desierto, y las selvas negras de asfalto, son testigos de ese clamor que anhela el regreso de la armonía, de la fuerza de la razón como premisa.

Hay tristeza en el paraíso, en el paraíso interior de la persona; sus emociones, sus sentimientos y su entorno han sido trastocados, lastimados, arrebatados. Al asomarse por la ventana de la realidad, lo preocupante es que no ha sido un ente desconocido o de otra dimensión, el agresor que atenta contra la especie, sino el propio hermano.

Hay tristeza en el paraíso, en medio de esa tristeza que nos afecta a todos, está la oportunidad de una resiliencia colectiva, está la oportunidad de reencontrarnos como hermanos en la alegría del paraíso.

Leoncio Durán Garibay | Ingeniero Industrial