/ jueves 7 de julio de 2022

Punto gélido | Pueblos de piedra

Raíces de piedra, yacimientos que dieron origen a los pueblos forjadores de grandes proezas. Camino Real de Tierra Adentro formado con adoquines de plata, y construido con las manos entrelazadas del nativo y del expedicionario, objeto del deseo para los aventureros exploradores, ahí donde duermen las rocas silenciosas, milenarias, preñadas con una vastedad de minerales.

Paisaje agreste, elevaciones montañosas que irrumpen en el entorno apuntando a los cielos, la escasa vegetación salpica los colores pardos que predominan sobre la superficie, los caseríos serpentean pintorescos sobre las laderas, abrazándose a los espejos de agua ocasionales. En el horizonte desmaya el sol dejando que las sombras acaricien los filones hostiles de las peñas. Es ahí, al pie de la bocamina donde se extingue la luz y se enciende la lámpara de la esperanza. Geografía minera labrada con el sueño y el esfuerzo, con el marro y el cincel, con el pico y la pala, tierra de riquezas conquistadas con el sudor, el talento y la perseverancia del minero.

Entorno adverso donde la vida es una constante lucha, con nada a favor y todo en contra, piedras generosas que le dan a sus hijos la posibilidad de transformarlas, se vive de lo que con esfuerzo se extrae, vetas fértiles de oro, de plata, de plomo, de minerales. Tierra noble que a la luz del día se viste de gala con sus canteras desnudas al cielo, o de misterio y riqueza en medio de la completa oscuridad de sus entrañas. Ciudades antiguas acuñadas en la fragua de los siglos, construidas sobre la riqueza de sus piedras, calles salpicadas por las caricias del tiempo, por las leyendas, los mitos y por las historias de esa singular cultura. Pueblos que guardan gratitud por el esfuerzo, la voluntad y el sacrificio de sus mineros.

Él, el minero, sabe que el tesoro en medio de las piedras no sirve, por ello se empeña en transformarlo en progreso, entiende que una vez encontrada la veta el proceso no debe parar, ni tampoco ellos. No importa si es un gambusino, o un empleado minero, los riesgos están ahí, en la superficie o en las entrañas de la tierra. Al compás del trabajo su cuerpo se endurece, pero también su alma, apenas ayer los mineros iban pero nunca sabían si regresarían, por eso la nostalgia al despedirse de su familia, por eso esa fe, que les permite entrar a la mina dirigiendo su mirada al cielo, y ver hacia abajo al salir de ella, como dando gracias por renacer de sus profundidades. Por ello, el minero cuando saluda aprieta la mano, mira a los ojos al escuchar, vive sin miedo; la mina los forma en valores, en disciplina, en convivencia y en hermandad, los forja con una identidad profunda.

Son ellas y ellos los constructores de senderos infinitos, ataviados con su característico equipo que pesa, que cansa, que estorba, pero que también protege. Así, se aventuran a escudriñar en las entrañas de la tierra, en busca del tesoro, picando piedra, tragando polvo, soportando altas temperaturas, humedad, ruido, presencia de gases, además de esa soledad que suele abrazar al ser en medio de esa oscuridad que parece infinita. El trabajo es constante, el día o la noche pierden su dimensión en medio de los túneles. El rudo esfuerzo va haciendo mella en su cuerpo, los incidentes, las enfermedades, son fantasmas que deambulan por todos los rincones de la mina, la muerte pasa lista de presente cada vez que puede, la seguridad es un juego en el que no siempre se gana. Hoy, el que hacer del minero camina de la mano con la tecnología, sin dejar a un lado su esencia, su tradición, su importancia.

Y ahí permanecen de pie esos pueblos de piedra, orgullosos de su aportación, de su legado. Ahí están sus mineros con la frente en alto, dispuestos siempre para seguir construyendo grandes proezas.

LEONCIO DURÁN GARIBAY | ING. INDUSTRIAL

Raíces de piedra, yacimientos que dieron origen a los pueblos forjadores de grandes proezas. Camino Real de Tierra Adentro formado con adoquines de plata, y construido con las manos entrelazadas del nativo y del expedicionario, objeto del deseo para los aventureros exploradores, ahí donde duermen las rocas silenciosas, milenarias, preñadas con una vastedad de minerales.

Paisaje agreste, elevaciones montañosas que irrumpen en el entorno apuntando a los cielos, la escasa vegetación salpica los colores pardos que predominan sobre la superficie, los caseríos serpentean pintorescos sobre las laderas, abrazándose a los espejos de agua ocasionales. En el horizonte desmaya el sol dejando que las sombras acaricien los filones hostiles de las peñas. Es ahí, al pie de la bocamina donde se extingue la luz y se enciende la lámpara de la esperanza. Geografía minera labrada con el sueño y el esfuerzo, con el marro y el cincel, con el pico y la pala, tierra de riquezas conquistadas con el sudor, el talento y la perseverancia del minero.

Entorno adverso donde la vida es una constante lucha, con nada a favor y todo en contra, piedras generosas que le dan a sus hijos la posibilidad de transformarlas, se vive de lo que con esfuerzo se extrae, vetas fértiles de oro, de plata, de plomo, de minerales. Tierra noble que a la luz del día se viste de gala con sus canteras desnudas al cielo, o de misterio y riqueza en medio de la completa oscuridad de sus entrañas. Ciudades antiguas acuñadas en la fragua de los siglos, construidas sobre la riqueza de sus piedras, calles salpicadas por las caricias del tiempo, por las leyendas, los mitos y por las historias de esa singular cultura. Pueblos que guardan gratitud por el esfuerzo, la voluntad y el sacrificio de sus mineros.

Él, el minero, sabe que el tesoro en medio de las piedras no sirve, por ello se empeña en transformarlo en progreso, entiende que una vez encontrada la veta el proceso no debe parar, ni tampoco ellos. No importa si es un gambusino, o un empleado minero, los riesgos están ahí, en la superficie o en las entrañas de la tierra. Al compás del trabajo su cuerpo se endurece, pero también su alma, apenas ayer los mineros iban pero nunca sabían si regresarían, por eso la nostalgia al despedirse de su familia, por eso esa fe, que les permite entrar a la mina dirigiendo su mirada al cielo, y ver hacia abajo al salir de ella, como dando gracias por renacer de sus profundidades. Por ello, el minero cuando saluda aprieta la mano, mira a los ojos al escuchar, vive sin miedo; la mina los forma en valores, en disciplina, en convivencia y en hermandad, los forja con una identidad profunda.

Son ellas y ellos los constructores de senderos infinitos, ataviados con su característico equipo que pesa, que cansa, que estorba, pero que también protege. Así, se aventuran a escudriñar en las entrañas de la tierra, en busca del tesoro, picando piedra, tragando polvo, soportando altas temperaturas, humedad, ruido, presencia de gases, además de esa soledad que suele abrazar al ser en medio de esa oscuridad que parece infinita. El trabajo es constante, el día o la noche pierden su dimensión en medio de los túneles. El rudo esfuerzo va haciendo mella en su cuerpo, los incidentes, las enfermedades, son fantasmas que deambulan por todos los rincones de la mina, la muerte pasa lista de presente cada vez que puede, la seguridad es un juego en el que no siempre se gana. Hoy, el que hacer del minero camina de la mano con la tecnología, sin dejar a un lado su esencia, su tradición, su importancia.

Y ahí permanecen de pie esos pueblos de piedra, orgullosos de su aportación, de su legado. Ahí están sus mineros con la frente en alto, dispuestos siempre para seguir construyendo grandes proezas.

LEONCIO DURÁN GARIBAY | ING. INDUSTRIAL