/ jueves 2 de junio de 2022

Punto Gélido | Palacio Alvarado, monumento al amor

Viaje al pasado que se evoca en el rítmico pulsar de esa guitarra enamorada, que deja sentir sus notas más preciadas, mientras la tarde deambula lento en este día del mes de mayo, hasta perderse en las tinieblas de esta noche nostálgica. Es esta joya arquitectónica la que guarda entre sus muros más de un siglo de historia, de vivencias, de manifestaciones de filantropía, de abundancia, de generosidad, pero en esencia de una historia genuina de amor, que tiene como sus protagonistas centrales a Virginia y Pedro.

Es aquí en este pedazo de tierra, donde el destino cruzó los caminos de ella y él, ellos encontraron en el amor el lazo que los llevó a formar un matrimonio, que fue fecundo dejando como testimonio seis hijos. Para dar una muestra más de su amor por Virginia, Pedro hace los arreglos para construir una gran residencia, ella se encarga bajo su buen gusto de los interiores. Pero la vida está siempre amenazada, y la muerte suele ser en apariencia algo injusta, Virginia es sorprendida y antes de que su residencia sea terminada del todo, debe partir al encuentro eterno donde ya la esperaban dos de sus hijos.

El Palacio Alvarado como hoy lo conocemos, se convirtió en un testimonio permanente de ese amor romántico, aun y cuando su reina dispuso de muy poco tiempo para impregnarlo de su calor, de su aroma, de su presencia. Pero ella y él, en el vertiginoso devenir del tiempo, continúan presentes, su esencia ha quedado impregnada en cada detalle, en cada habitación, en todo el palacio; en esa figura mitológica que celosa aguarda al pie de las escaleras. En esa oficina de paga donde aún deambula el espíritu de la filantropía. En cada una de esas pinturas, donde es posible viajar en el tiempo, en esa calle que siempre se ve recta desde cualquier ángulo. En esa recamara principal, donde las muestras de amor quedaron grabadas en cada objeto; en ese espejo biselado donde la realidad se refleja en su justa dimensión. En ese Salón Rojo que continúa ávido del primer gran festejo. En ese comedor principal que ardió en llamas, quizás como presagio del destino trágico, de ese vació permanente. De ese salón de clases, que fue testigo en medio del saber, del paso de una revolución. De ese comedor para casos especiales, que hoy luce con la mesa puesta, como esperando que algún día la familia vuelva a estar en torno a él, aunque tal vez eso no suceda, mientras el viejo reloj que esta al fondo no vuelva a latir. En esa pianola que ansiosa espera, para dejar que su música vuelva a resonar por cada rincón del palacio. En ese Salón Verde, en esa sala de estar, donde aún permanecen más vigentes que nunca el espíritu de Virginia y Pedro. En ese recibidor donde las visitas continúan siendo permanentes. En esa fuente que danza incansable en medio del palacio, donde los buenos deseos parecen materializarse al amparo de la pareja. Ese espacio sagrado, El Oratorio, donde la fe acompañó hasta el último momento a sus moradores, incluso esa carrosa fúnebre, fiel testimonio del fin de un gran amor en el plano terrenal, y esos muros y figuras de mármol, que guardan celosos cada detalle de esta historia.

Hoy el palacio es una de las trece Casas-Museo que existen en el país, es uno de los principales museos al norte de México, se ha posicionado como un importante Centro Cultural y Turístico, es parte valiosa de la historia y el presente de Parral. Es una joya digna de presumir en todo el mundo. Este 30 de mayo se cumplieron 19 años de su restauración, y de su apertura para el disfrute de propios y extraños. Es un año más en el que este monumento al amor, sigue cumpliendo con su misión, ser el recinto donde el amor en sus diferentes manifestaciones se hace presente.


Leoncio Durán Garibay | Ingeniero Industrial

Viaje al pasado que se evoca en el rítmico pulsar de esa guitarra enamorada, que deja sentir sus notas más preciadas, mientras la tarde deambula lento en este día del mes de mayo, hasta perderse en las tinieblas de esta noche nostálgica. Es esta joya arquitectónica la que guarda entre sus muros más de un siglo de historia, de vivencias, de manifestaciones de filantropía, de abundancia, de generosidad, pero en esencia de una historia genuina de amor, que tiene como sus protagonistas centrales a Virginia y Pedro.

Es aquí en este pedazo de tierra, donde el destino cruzó los caminos de ella y él, ellos encontraron en el amor el lazo que los llevó a formar un matrimonio, que fue fecundo dejando como testimonio seis hijos. Para dar una muestra más de su amor por Virginia, Pedro hace los arreglos para construir una gran residencia, ella se encarga bajo su buen gusto de los interiores. Pero la vida está siempre amenazada, y la muerte suele ser en apariencia algo injusta, Virginia es sorprendida y antes de que su residencia sea terminada del todo, debe partir al encuentro eterno donde ya la esperaban dos de sus hijos.

El Palacio Alvarado como hoy lo conocemos, se convirtió en un testimonio permanente de ese amor romántico, aun y cuando su reina dispuso de muy poco tiempo para impregnarlo de su calor, de su aroma, de su presencia. Pero ella y él, en el vertiginoso devenir del tiempo, continúan presentes, su esencia ha quedado impregnada en cada detalle, en cada habitación, en todo el palacio; en esa figura mitológica que celosa aguarda al pie de las escaleras. En esa oficina de paga donde aún deambula el espíritu de la filantropía. En cada una de esas pinturas, donde es posible viajar en el tiempo, en esa calle que siempre se ve recta desde cualquier ángulo. En esa recamara principal, donde las muestras de amor quedaron grabadas en cada objeto; en ese espejo biselado donde la realidad se refleja en su justa dimensión. En ese Salón Rojo que continúa ávido del primer gran festejo. En ese comedor principal que ardió en llamas, quizás como presagio del destino trágico, de ese vació permanente. De ese salón de clases, que fue testigo en medio del saber, del paso de una revolución. De ese comedor para casos especiales, que hoy luce con la mesa puesta, como esperando que algún día la familia vuelva a estar en torno a él, aunque tal vez eso no suceda, mientras el viejo reloj que esta al fondo no vuelva a latir. En esa pianola que ansiosa espera, para dejar que su música vuelva a resonar por cada rincón del palacio. En ese Salón Verde, en esa sala de estar, donde aún permanecen más vigentes que nunca el espíritu de Virginia y Pedro. En ese recibidor donde las visitas continúan siendo permanentes. En esa fuente que danza incansable en medio del palacio, donde los buenos deseos parecen materializarse al amparo de la pareja. Ese espacio sagrado, El Oratorio, donde la fe acompañó hasta el último momento a sus moradores, incluso esa carrosa fúnebre, fiel testimonio del fin de un gran amor en el plano terrenal, y esos muros y figuras de mármol, que guardan celosos cada detalle de esta historia.

Hoy el palacio es una de las trece Casas-Museo que existen en el país, es uno de los principales museos al norte de México, se ha posicionado como un importante Centro Cultural y Turístico, es parte valiosa de la historia y el presente de Parral. Es una joya digna de presumir en todo el mundo. Este 30 de mayo se cumplieron 19 años de su restauración, y de su apertura para el disfrute de propios y extraños. Es un año más en el que este monumento al amor, sigue cumpliendo con su misión, ser el recinto donde el amor en sus diferentes manifestaciones se hace presente.


Leoncio Durán Garibay | Ingeniero Industrial