/ jueves 22 de abril de 2021

Punto gélido | Madre tierra

Con siglos y milenios que dan testimonio de su existencia, generaciones incalculables de seres humanos que han caminado sobre su superficie. Madre tierra que brindas cuidados, alimento, cobijo, que das vida en abundancia, que vibras, que danzas girando sobre tu propio eje; cubriéndote con el manto oscuro que está lleno de silencio, de misterio y hasta de frio, y al siguiente momento te llenas de luz, al correr la cortina que deja ver la aurora, te llenas de vida, de alegría y de calor. En medio de un misterio, armónicamente continúas tu viaje interminable, tu coreografía es estética, exacta y maravillosa, siempre fiel alrededor de la gran estrella de fuego.

Madre tierra que dejas correr por tus entrañas ríos de fuego, que emergen imponentes por esos poros, como para demostrar tu furia, tu tristeza, tu llanto, con lágrimas incandescentes llamas la atención del iluso y en cada suspiro en forma de fumarola, dejas sentir que vives, que sientes, que te duele el agravio.

Sangre azul con sabor a sal que está a flor de piel, manto que cubre gran parte del esférico cuerpo, que danza al ritmo del viento y a la luz de la infaltable visitante nocturna, donde el conejo duerme. Son esos moños teñidos de blanco, que adornan los extremos, misterios ancestrales que se van perdiendo al calor de una realidad, que no soporta más la irresponsable actitud del iluso. Sangre azul con sabor a sal que da infinita vida, belleza incomparable que hoy se llena de manchas, basura que ya no cabe.

Sangre azul con sabor a dulce, que corre por las arterias hoy dilatadas de tu cuerpo, sangre azul que se tiñe opaca, que se termina, que ya no fluye. Madre tierra que experimenta un suicidio lento, la vida sucumbe frente al gradual aumento de la fiebre de tu cuerpo, pulmones plagados de fibrosis, huérfanos, grises. Ilusos que se sienten dueños, que exterminan, que transforman, que cambian la sangre azul por el oro negro.

Madre tierra que das vida a tus hijos, que hoy sin aparente control se multiplican, que exigen, que arrebatan, que acaparan. Que cambian un valle que coexiste en perfecto equilibrio, por una selva multicolor de cemento, con rayones interminables de asfalto, donde el caos es una constante, es ahí donde el iluso se siente dueño, rey, arrogante, donde intenta ser autosuficiente y se olvida que es solo una pequeña parte de un cuerpo gigante.

Madre tierra que intentas revelarte y ahí está el rayo, el trueno, la tormenta, que ahogan por un instante tus grietas, pero también el fuego que hiere tu piel o el viento que quiere recuperar tu libertad y tu espacio, lecciones que no entiende el iluso, por el contrario, se revela e intenta una vez más dominarte y te sigue aruñando la piel y chupando la sangre.

Hoy la madre tierra se encuentra enferma, son muchos los ilusos que deambulan por su cuerpo, son ellos cada vez más demandantes de espacio, de alimento, de cobijo, a cambio ofrecen muy poco, en verdad muy poco.

¡Ojalá que cuando tomen conciencia no sea demasiado tarde!

Con siglos y milenios que dan testimonio de su existencia, generaciones incalculables de seres humanos que han caminado sobre su superficie. Madre tierra que brindas cuidados, alimento, cobijo, que das vida en abundancia, que vibras, que danzas girando sobre tu propio eje; cubriéndote con el manto oscuro que está lleno de silencio, de misterio y hasta de frio, y al siguiente momento te llenas de luz, al correr la cortina que deja ver la aurora, te llenas de vida, de alegría y de calor. En medio de un misterio, armónicamente continúas tu viaje interminable, tu coreografía es estética, exacta y maravillosa, siempre fiel alrededor de la gran estrella de fuego.

Madre tierra que dejas correr por tus entrañas ríos de fuego, que emergen imponentes por esos poros, como para demostrar tu furia, tu tristeza, tu llanto, con lágrimas incandescentes llamas la atención del iluso y en cada suspiro en forma de fumarola, dejas sentir que vives, que sientes, que te duele el agravio.

Sangre azul con sabor a sal que está a flor de piel, manto que cubre gran parte del esférico cuerpo, que danza al ritmo del viento y a la luz de la infaltable visitante nocturna, donde el conejo duerme. Son esos moños teñidos de blanco, que adornan los extremos, misterios ancestrales que se van perdiendo al calor de una realidad, que no soporta más la irresponsable actitud del iluso. Sangre azul con sabor a sal que da infinita vida, belleza incomparable que hoy se llena de manchas, basura que ya no cabe.

Sangre azul con sabor a dulce, que corre por las arterias hoy dilatadas de tu cuerpo, sangre azul que se tiñe opaca, que se termina, que ya no fluye. Madre tierra que experimenta un suicidio lento, la vida sucumbe frente al gradual aumento de la fiebre de tu cuerpo, pulmones plagados de fibrosis, huérfanos, grises. Ilusos que se sienten dueños, que exterminan, que transforman, que cambian la sangre azul por el oro negro.

Madre tierra que das vida a tus hijos, que hoy sin aparente control se multiplican, que exigen, que arrebatan, que acaparan. Que cambian un valle que coexiste en perfecto equilibrio, por una selva multicolor de cemento, con rayones interminables de asfalto, donde el caos es una constante, es ahí donde el iluso se siente dueño, rey, arrogante, donde intenta ser autosuficiente y se olvida que es solo una pequeña parte de un cuerpo gigante.

Madre tierra que intentas revelarte y ahí está el rayo, el trueno, la tormenta, que ahogan por un instante tus grietas, pero también el fuego que hiere tu piel o el viento que quiere recuperar tu libertad y tu espacio, lecciones que no entiende el iluso, por el contrario, se revela e intenta una vez más dominarte y te sigue aruñando la piel y chupando la sangre.

Hoy la madre tierra se encuentra enferma, son muchos los ilusos que deambulan por su cuerpo, son ellos cada vez más demandantes de espacio, de alimento, de cobijo, a cambio ofrecen muy poco, en verdad muy poco.

¡Ojalá que cuando tomen conciencia no sea demasiado tarde!