/ jueves 23 de junio de 2022

Punto Gélido | Afuera Llueve

Despreocupados y recostados en el incómodo pero seguro confort del egoísmo, que se ha tatuado en la voluntad y en la acción, observamos a través de las ventanas de esos sentimientos somnolientos, que afuera llueve. Y en esa perspectiva de seguridad, de comodidad que brinda ese mundo aislado, en ese mundo donde nos hemos acostumbrado a vivir, pareciera que eso no tiene la menor importancia, no nos preocupa si es una sencilla llovizna, un aguacero o de plano una gran tormenta, en nuestro egoísmo es probable que sólo atinemos a decir, “que se preocupen los que deambulan allá afuera, que se mojen ellos”.

Y es que la vida, las circunstancias, la tecnología, el clima, el gato, el perro y lo que usted disponga, tal parece que nos han llevado a caminar por un mundo cada vez más individualista, donde todos coincidimos pero no todos compartimos, donde todos hemos aprendido a quejarnos pero no a ser solidarios, activos. Donde todos queremos recibir, incluso exigimos recibir, pero muy pocos están dispuestos a dar. Donde el yo, se ha convertido en una aplanadora capaz de pasar por encima de un nosotros, y ni qué decir de un ustedes. Donde las buenas y genuinas intenciones se han transformado en un bicho raro, en un mundo donde la tranza, la mentira, el agandalle se han transfigurado en esos valores inversos que han ocupado falsamente los principales espacios. Donde la ley del más fuerte ha desquebrajado todas las estructuras que fueron diseñadas para una convivencia armónica de una sociedad compleja. En un mundo donde la cultura del esfuerzo se ha supeditado sólo a unos cuantos, a aquellos que aún conservan la fortaleza, la valentía y el entusiasmo por no ser parte de esa turba, donde la fragilidad en todos los aspectos es la característica principal.

Afuera llueve, el pronóstico no se deslumbra alentador, no al menos en el corto tiempo. Las noticias a diario suelen describir el desarrollo de múltiples tormentas; la salud navega en una tablita muy endeble, la amenaza de naufragar es permanente. La inseguridad o la violencia es un monstruo que deambula sin control por cada rincón, por cada calle, por cada ciudad. La desigualdad es una realidad que se pretende cubrir con el manto obscuro de la demagogia, disfrazar con las migajas del asistencialismo, y desaparecer con la frialdad de unas estadísticas maquilladas. La familia es un ente que evoluciona al ritmo de una vertiginosa tecnología, pero también al ritmo de un elefante cansado donde viajan los valores, los derechos y las obligaciones, donde el amor es la liga que une, pero que desafortunadamente ésta se encuentra cada vez más estirada, a punto de romperse.

La indiferencia es una constante que va en crecimiento permanente, sobre todo si en nuestro espacio seguimos permaneciendo hasta cierto punto protegidos, cómodos. ¡Qué importa si afuera llueve!, ¡qué importa si el mundo allá afuera se cae a pedazos! Lo más preocupante aún es la normalización que estamos haciendo de ello, nos asombramos una vez, quizás dos y después ya poco nos interesa, poco hacemos, que afuera llueva se vuelve “normal”.

Hoy las circunstancias y el momento están tomando dimensiones de una preocupación colectiva, familiar, personal. Afuera llueve, pero el problema es que nuestras barreras de protección se comienzan a ver débiles, pequeñas, insuficientes. El problema es que en nuestra zona de confort comienza a filtrarse la humedad, comenzamos a tener goteras, con el riesgo que eso implica, porque con seguridad no estamos lo suficientemente preparados para afrontar el problema de una inundación.

Afuera llueve, adentro empiezan las goteras. Quizás esto termine cuando nos demos cuenta, que el sol lo llevamos por dentro.


Leoncio Durán Garibay | Ingeniero Industrial

Despreocupados y recostados en el incómodo pero seguro confort del egoísmo, que se ha tatuado en la voluntad y en la acción, observamos a través de las ventanas de esos sentimientos somnolientos, que afuera llueve. Y en esa perspectiva de seguridad, de comodidad que brinda ese mundo aislado, en ese mundo donde nos hemos acostumbrado a vivir, pareciera que eso no tiene la menor importancia, no nos preocupa si es una sencilla llovizna, un aguacero o de plano una gran tormenta, en nuestro egoísmo es probable que sólo atinemos a decir, “que se preocupen los que deambulan allá afuera, que se mojen ellos”.

Y es que la vida, las circunstancias, la tecnología, el clima, el gato, el perro y lo que usted disponga, tal parece que nos han llevado a caminar por un mundo cada vez más individualista, donde todos coincidimos pero no todos compartimos, donde todos hemos aprendido a quejarnos pero no a ser solidarios, activos. Donde todos queremos recibir, incluso exigimos recibir, pero muy pocos están dispuestos a dar. Donde el yo, se ha convertido en una aplanadora capaz de pasar por encima de un nosotros, y ni qué decir de un ustedes. Donde las buenas y genuinas intenciones se han transformado en un bicho raro, en un mundo donde la tranza, la mentira, el agandalle se han transfigurado en esos valores inversos que han ocupado falsamente los principales espacios. Donde la ley del más fuerte ha desquebrajado todas las estructuras que fueron diseñadas para una convivencia armónica de una sociedad compleja. En un mundo donde la cultura del esfuerzo se ha supeditado sólo a unos cuantos, a aquellos que aún conservan la fortaleza, la valentía y el entusiasmo por no ser parte de esa turba, donde la fragilidad en todos los aspectos es la característica principal.

Afuera llueve, el pronóstico no se deslumbra alentador, no al menos en el corto tiempo. Las noticias a diario suelen describir el desarrollo de múltiples tormentas; la salud navega en una tablita muy endeble, la amenaza de naufragar es permanente. La inseguridad o la violencia es un monstruo que deambula sin control por cada rincón, por cada calle, por cada ciudad. La desigualdad es una realidad que se pretende cubrir con el manto obscuro de la demagogia, disfrazar con las migajas del asistencialismo, y desaparecer con la frialdad de unas estadísticas maquilladas. La familia es un ente que evoluciona al ritmo de una vertiginosa tecnología, pero también al ritmo de un elefante cansado donde viajan los valores, los derechos y las obligaciones, donde el amor es la liga que une, pero que desafortunadamente ésta se encuentra cada vez más estirada, a punto de romperse.

La indiferencia es una constante que va en crecimiento permanente, sobre todo si en nuestro espacio seguimos permaneciendo hasta cierto punto protegidos, cómodos. ¡Qué importa si afuera llueve!, ¡qué importa si el mundo allá afuera se cae a pedazos! Lo más preocupante aún es la normalización que estamos haciendo de ello, nos asombramos una vez, quizás dos y después ya poco nos interesa, poco hacemos, que afuera llueva se vuelve “normal”.

Hoy las circunstancias y el momento están tomando dimensiones de una preocupación colectiva, familiar, personal. Afuera llueve, pero el problema es que nuestras barreras de protección se comienzan a ver débiles, pequeñas, insuficientes. El problema es que en nuestra zona de confort comienza a filtrarse la humedad, comenzamos a tener goteras, con el riesgo que eso implica, porque con seguridad no estamos lo suficientemente preparados para afrontar el problema de una inundación.

Afuera llueve, adentro empiezan las goteras. Quizás esto termine cuando nos demos cuenta, que el sol lo llevamos por dentro.


Leoncio Durán Garibay | Ingeniero Industrial