/ sábado 4 de agosto de 2018

Pipo El Sordo

Pipo El Sordo está atento, su mirada analítica la centra en Vichio, Tío en segundo grado de Valentina, cumple 80 años, en los últimos días su esposa ha conocido su historia y ahora que lo tiene enfrente en su festejo octogésimo, no deja de escudriñarlo, ver si todo lo que le platicaron es cierto. Su mujer, desde que fue invitada al ágape, le platicó su vida con lujo de detalle, al oírla Pipo no dejaba de interesarse, en la narración meticulosa existían paisajes dignos de una novela, ahora lo tiene enfrente y su mente viaja tratando de reconstruir lo que a sus oídos llegó.

A temprana edad Vichio descubrió su vocación en los laboratorios de Biología de la Escuela Secundaria Federal, diseccionando conejos, explorando músculos, sintiendo el flujo de la sangre en las arterias, así como algo natural descubrió su vocación que lo llevó a la capital del país a estudiar la carrera de Médico Cirujano. Su estadía en el Distrito Federal no hizo más que acentuar sus raíces en la tierra que lo vio nacer, a Pipo le llama la atención esa mirada reflexiva que sale por unos incógnitos ojos, que se muestran tal y como son cuando una pareja llega con el firme propósito de presentarle a su hijo que él, en un parto natural, recibió a este mundo.

Ya con el juramento hipocrático, fue su deseo hacer el servicio en la sierra tarahumara. En El Tule, concretamente, para luego volver a su querido Parral, abrir su consultorio, su inquietud no terminaba ahí, siguió con las gafas de las letras que buscan incesantemente el conocimiento para ir tras de una especialidad: Pediatría, sus marcas en su rostro sólo denotan la tranquilidad que da la madurez de los años, luego de una vida llena de sabiduría, en donde innumerables generaciones de infancia saludable han pasado por sus manos escrutadoras. Al verlo, Pipo asimila que el éxito en la vida no es más que el poder de impactar positivamente en la vida de los demás.

Su influencia no se suscribió a su esfera local, su labor trascendió en el país, con investigaciones en torno a la niñez, a todo lo inherente al nacimiento, cuidado y prevención de la salud del  infante, el festejo gira alrededor de él. Sin embargo, Pipo observa una serena manifestación de evitar ser el centro de la reunión recibir el halago como un agradecimiento, mas no como una egolatría interior que se quiera desbocar hacia él y su alrededor.

Ya en su tercera edad, su afán por la consulta, por ir tras de una rutina de trabajo, de vocación, es inseparable a su diario trajinar, su vida no puede ser de otra manera, ser médico hasta el último suspiro que quede de fuerza, Pipo es rescatado de sus pensamientos por Valentina: “Le dijeron al Doctor Vichio que tú eres muy bueno para el domino y quiere jugar de pareja contigo”, Pipo se sorprende después de sus tribulaciones, le agrada la idea, se siente halagado de convivir con un personaje así y con gusto acepta.

Pipo, con infinita humildad, lo saluda, desea en su interior estar a la altura de las circunstancias y no defraudar a los comentarios que han hecho de él, los contrincantes son dos personas de la tercera edad, amigos del festejado que comparten la misma pasión por el juego milenario de origen chino. Pipo analiza  a su compañero, no quiere ser el que lleve la iniciativa, quiere seguirlo y para ello deja fluir el juego, conocer el patrón de juego del que tiene enfrente, la primera partida la pierden, los curiosos que están alrededor y conocen a Pipo se desencantan. Vichio, suspicazmente, cruza su mirada con Pipo sin que ella denote preocupación, los dos ya se conocen.

Después de veinte minutos Vichio y Pipo ponen las fichas en la mesa dando por terminado el duelo, han ganado con tranquilidad a sus oponentes: “Gracias”, le dice el compañero de Pipo, “Porque… fue un gusto jugar con usted”, señala Pipo, “No creas que no me di cuenta, varias veces tuviste todo para ganar, pero no, preferiste mi juego a pesar de tus fichas”, Pipo se siente descubierto: “Pues al festejado lo que quiera”, Vichio  le pega suavemente en el dorso a Pipo en señal de gracias.

Pipo El Sordo está atento, su mirada analítica la centra en Vichio, Tío en segundo grado de Valentina, cumple 80 años, en los últimos días su esposa ha conocido su historia y ahora que lo tiene enfrente en su festejo octogésimo, no deja de escudriñarlo, ver si todo lo que le platicaron es cierto. Su mujer, desde que fue invitada al ágape, le platicó su vida con lujo de detalle, al oírla Pipo no dejaba de interesarse, en la narración meticulosa existían paisajes dignos de una novela, ahora lo tiene enfrente y su mente viaja tratando de reconstruir lo que a sus oídos llegó.

A temprana edad Vichio descubrió su vocación en los laboratorios de Biología de la Escuela Secundaria Federal, diseccionando conejos, explorando músculos, sintiendo el flujo de la sangre en las arterias, así como algo natural descubrió su vocación que lo llevó a la capital del país a estudiar la carrera de Médico Cirujano. Su estadía en el Distrito Federal no hizo más que acentuar sus raíces en la tierra que lo vio nacer, a Pipo le llama la atención esa mirada reflexiva que sale por unos incógnitos ojos, que se muestran tal y como son cuando una pareja llega con el firme propósito de presentarle a su hijo que él, en un parto natural, recibió a este mundo.

Ya con el juramento hipocrático, fue su deseo hacer el servicio en la sierra tarahumara. En El Tule, concretamente, para luego volver a su querido Parral, abrir su consultorio, su inquietud no terminaba ahí, siguió con las gafas de las letras que buscan incesantemente el conocimiento para ir tras de una especialidad: Pediatría, sus marcas en su rostro sólo denotan la tranquilidad que da la madurez de los años, luego de una vida llena de sabiduría, en donde innumerables generaciones de infancia saludable han pasado por sus manos escrutadoras. Al verlo, Pipo asimila que el éxito en la vida no es más que el poder de impactar positivamente en la vida de los demás.

Su influencia no se suscribió a su esfera local, su labor trascendió en el país, con investigaciones en torno a la niñez, a todo lo inherente al nacimiento, cuidado y prevención de la salud del  infante, el festejo gira alrededor de él. Sin embargo, Pipo observa una serena manifestación de evitar ser el centro de la reunión recibir el halago como un agradecimiento, mas no como una egolatría interior que se quiera desbocar hacia él y su alrededor.

Ya en su tercera edad, su afán por la consulta, por ir tras de una rutina de trabajo, de vocación, es inseparable a su diario trajinar, su vida no puede ser de otra manera, ser médico hasta el último suspiro que quede de fuerza, Pipo es rescatado de sus pensamientos por Valentina: “Le dijeron al Doctor Vichio que tú eres muy bueno para el domino y quiere jugar de pareja contigo”, Pipo se sorprende después de sus tribulaciones, le agrada la idea, se siente halagado de convivir con un personaje así y con gusto acepta.

Pipo, con infinita humildad, lo saluda, desea en su interior estar a la altura de las circunstancias y no defraudar a los comentarios que han hecho de él, los contrincantes son dos personas de la tercera edad, amigos del festejado que comparten la misma pasión por el juego milenario de origen chino. Pipo analiza  a su compañero, no quiere ser el que lleve la iniciativa, quiere seguirlo y para ello deja fluir el juego, conocer el patrón de juego del que tiene enfrente, la primera partida la pierden, los curiosos que están alrededor y conocen a Pipo se desencantan. Vichio, suspicazmente, cruza su mirada con Pipo sin que ella denote preocupación, los dos ya se conocen.

Después de veinte minutos Vichio y Pipo ponen las fichas en la mesa dando por terminado el duelo, han ganado con tranquilidad a sus oponentes: “Gracias”, le dice el compañero de Pipo, “Porque… fue un gusto jugar con usted”, señala Pipo, “No creas que no me di cuenta, varias veces tuviste todo para ganar, pero no, preferiste mi juego a pesar de tus fichas”, Pipo se siente descubierto: “Pues al festejado lo que quiera”, Vichio  le pega suavemente en el dorso a Pipo en señal de gracias.

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