/ viernes 12 de junio de 2020

Pater…

No es regalo de la vida, no es azar o simple coincidencia, es voluntad unida al amor y el deseo, en ese compromiso humano de dos albedríos, se engendra el más grande milagro.

El vínculo de amor que da vida y engendra otra circunstancia se transforma en un nuevo estado de existencia, ser padre muta la esencia y espíritu individual, la vida ya no es propia, sino le pertenece a alguien más. El padre vive para sus hijos y su cuidado, pues en su existo está el propio legado.

Los hijos son una nueva oportunidad para el padre, para vindicarse, la capacidad de migrar su voluntad a un mejor estadio y a otro tiempo. El amor de pareja no salva al hombre de sus apetitos y errores, pero el amor a los hijos priva incluso del bocado al cuerpo.

El padre entiende el amor en la sonrisa de los hijos y el tiempo en su desarrollo e inteligencia. Se consume el cuerpo del hombre en razón a la fortaleza de sus frutos, el alma se purifica con cada logro acometido, pues los caminos son distintos, pero el espíritu el mismo.

Con lágrimas contenidas se observa cada paso que alejan las dos vidas que parecían una sola, pero que por amor se escinden, para perpetuar el ciclo. A cada paso el padre entiende su finitud y lo infinito del universo.

Entre tropiezos y llantos el hombre fortalece su corazón y el del hijo, lo prepara para la impiedad e inmoralidad del camino humano, esperando que de tantos golpes pocos lastimen su corazón. La forja del temple de los hijos le pertenece al padre y su ejemplo; semejante impronta sella cada acto público y privado de quien con dicha se puede llamar padre.

No es el reconocimiento, ni la vanagloria lo que impelen cada obra o deseo paternal, es una aspiración trascendental, que mira al cielo y la eternidad del acto, y sin duda encuentra el reflejo de la mirada, es el más hondo encuentro entre la realidad y la idea más pura.

El padre sabe que al final de sus días, deberá entregar al mundo mejores seres humanos, pues esa es su impronta; que la progenie supere por mucho a su propia generación y con ello aporta un mejor mundo, una realidad distinta. Cualquier descuido en esa tarea es una traición directa a su propia vida, y con ello aniquila las propias aspiraciones y debilita el sentido más íntimo de la vida, quien no logra vinculares en ello, perderá el destino propio, se extraviará en las nimias y superfluos deseos terrenales.

Aunque al final de la vida, la vara no mida al hombre solo en su cualidad de padre, será esa experiencia de mayor valía, pues con ello no sólo se afectó el mundo pasado, sino que seguirá habiendo pertinencia de los actos hacia el futuro y la eternidad.

Sé hombre, amigo, esposo o amante, sé lo que tu desees, pero no pierdas la experiencia más divina; la de ser Padre.

No es regalo de la vida, no es azar o simple coincidencia, es voluntad unida al amor y el deseo, en ese compromiso humano de dos albedríos, se engendra el más grande milagro.

El vínculo de amor que da vida y engendra otra circunstancia se transforma en un nuevo estado de existencia, ser padre muta la esencia y espíritu individual, la vida ya no es propia, sino le pertenece a alguien más. El padre vive para sus hijos y su cuidado, pues en su existo está el propio legado.

Los hijos son una nueva oportunidad para el padre, para vindicarse, la capacidad de migrar su voluntad a un mejor estadio y a otro tiempo. El amor de pareja no salva al hombre de sus apetitos y errores, pero el amor a los hijos priva incluso del bocado al cuerpo.

El padre entiende el amor en la sonrisa de los hijos y el tiempo en su desarrollo e inteligencia. Se consume el cuerpo del hombre en razón a la fortaleza de sus frutos, el alma se purifica con cada logro acometido, pues los caminos son distintos, pero el espíritu el mismo.

Con lágrimas contenidas se observa cada paso que alejan las dos vidas que parecían una sola, pero que por amor se escinden, para perpetuar el ciclo. A cada paso el padre entiende su finitud y lo infinito del universo.

Entre tropiezos y llantos el hombre fortalece su corazón y el del hijo, lo prepara para la impiedad e inmoralidad del camino humano, esperando que de tantos golpes pocos lastimen su corazón. La forja del temple de los hijos le pertenece al padre y su ejemplo; semejante impronta sella cada acto público y privado de quien con dicha se puede llamar padre.

No es el reconocimiento, ni la vanagloria lo que impelen cada obra o deseo paternal, es una aspiración trascendental, que mira al cielo y la eternidad del acto, y sin duda encuentra el reflejo de la mirada, es el más hondo encuentro entre la realidad y la idea más pura.

El padre sabe que al final de sus días, deberá entregar al mundo mejores seres humanos, pues esa es su impronta; que la progenie supere por mucho a su propia generación y con ello aporta un mejor mundo, una realidad distinta. Cualquier descuido en esa tarea es una traición directa a su propia vida, y con ello aniquila las propias aspiraciones y debilita el sentido más íntimo de la vida, quien no logra vinculares en ello, perderá el destino propio, se extraviará en las nimias y superfluos deseos terrenales.

Aunque al final de la vida, la vara no mida al hombre solo en su cualidad de padre, será esa experiencia de mayor valía, pues con ello no sólo se afectó el mundo pasado, sino que seguirá habiendo pertinencia de los actos hacia el futuro y la eternidad.

Sé hombre, amigo, esposo o amante, sé lo que tu desees, pero no pierdas la experiencia más divina; la de ser Padre.