/ jueves 25 de abril de 2019

Niños migrantes

Abrazados a la inocencia que es la compañera inseparable que se ciñe al frágil cuerpo, caminan por las calles de esa hermosa tierra que los vio nacer, buscando encontrar cobijo bajo la sombra de su riqueza, anhelando oportunidades que conviertan esos derechos que no conocen en una pisca de realidad.

Pero de pronto todo es una rara confusión, las escuelas son desiertos erosionados que ofrecen poco y enseñan menos, los centros de salud son siglas que adornan las entradas y realidades que dejan morir al más sano de los pacientes, por esas mismas calles rondan los amantes de lo ajeno que lo mismo se llevan un peso que un baúl lleno de sueños y no pueden faltar esos que acosan, ultrajan y frustran al más inocente o al más mundano de los niños, la pobreza hace desvariar al más cuerdo o al más loco y lo invita a caminar en busca de ese destello de color verde que brota en las tierras del norte.

De raíz son arrancados de su tierra por la fuerza huracanada de los vientos, esos mismos vientos que los llevan por caminos desconocidos, en el mejor de los casos acompañados de su familia y en ocasiones sin más compañeros que sus sueños de encontrar un futuro mejor y cargando con la tristeza de perder su origen, su identidad, el amor a sus costumbres y a su tierra que aunque fértil no los dejó crecer y dar fruto.

El camino se convierte en un juego interminable de serpientes y escaleras, las serpientes los acechan a cada paso que dan, se disfrazan de agentes de inmigración, de explotadores laborales pero también sexuales, de integrantes del crimen organizado, todos aprovechan la oportunidad que brinda ese río revuelto de migrantes indefensos, para encajar sus colmillos cargados de violencia y son ellos los niños, los que se convierten en el blanco favorito por su propia condición de ser los más débiles.

La travesía es un laberinto que tiene muchas puertas falsas y puertas que nunca se abren, en ese caminar está en riesgo permanente la propia vida, la apuesta es peligrosa, el sol es un fiel compañero pero también un asesino silencioso, bajo la luna se desatan los demonios de la obscuridad que desnudan la fría realidad, el campo y las ciudades son santuarios de alimento que cierran sus puertas ante el peregrino hambriento, los pies terminan desnudos llenos de ampollas, heridos, fatigados y aun así tiene que dar siempre un paso más.

Pero las heridas más profundas y más dolorosas no están en la piel o en los huesos del niño migrante, sino en su corazón, en su mente, en su propio espíritu, van en busca de un sueño que tal vez no comprenden, de un sueño que no dimensionan, van obligados por las circunstancias, es ahí donde la depresión, la enfermedad e incluso las convulsas aguas de un río embravecido, tienden sus redes y los pueden atrapar para siempre.

Cuando el destello del color verde está a pocos metros o por fin en sus propias manos, entonces llega la resaca que turba de nuevo la realidad, las raíces se han quedado en otra tierra, los vientos de la discriminación, de la desigualdad y de una cultura muy diferente hacen una vez más de la vida del niño migrante, un infierno con matices diferentes que los atrapa en un mundo obscuro de drogas, delincuencia y vicios, se sienten frustrados, no encuentran su identidad y terminan muchos de ellos siendo huéspedes permanentes de esa casa con muchos barrotes, o se convierten en polvo eterno igual que sus sueños de tener una vida plena con más oportunidades.

Bienaventurados aquellos niños migrantes (pocos) que se liberan del infierno que hay en sus países de origen, que logran evadir los colmillos afilados de las serpientes en su travesía y que finalmente pueden descifrar el laberinto y encuentran la puerta que se abre, para cumplir sus sueños de tener educación, salud, alimentación, vida en familia, mejores oportunidades, entre otros aspectos más, que garanticen sus derechos fundamentales.

Los niños migrantes es una triste realidad, que todos los días pasa frente a nuestros ojos y que pocas veces observamos en su justa dimensión. Y no solo de un país a otro, también de un estado a otro, de una región a otra, incluso de una colonia a otra, acaso será que algún día podremos decirles a ellos con todas sus letras “Feliz día del Niño”

leon7dg@hotmail.com

Abrazados a la inocencia que es la compañera inseparable que se ciñe al frágil cuerpo, caminan por las calles de esa hermosa tierra que los vio nacer, buscando encontrar cobijo bajo la sombra de su riqueza, anhelando oportunidades que conviertan esos derechos que no conocen en una pisca de realidad.

Pero de pronto todo es una rara confusión, las escuelas son desiertos erosionados que ofrecen poco y enseñan menos, los centros de salud son siglas que adornan las entradas y realidades que dejan morir al más sano de los pacientes, por esas mismas calles rondan los amantes de lo ajeno que lo mismo se llevan un peso que un baúl lleno de sueños y no pueden faltar esos que acosan, ultrajan y frustran al más inocente o al más mundano de los niños, la pobreza hace desvariar al más cuerdo o al más loco y lo invita a caminar en busca de ese destello de color verde que brota en las tierras del norte.

De raíz son arrancados de su tierra por la fuerza huracanada de los vientos, esos mismos vientos que los llevan por caminos desconocidos, en el mejor de los casos acompañados de su familia y en ocasiones sin más compañeros que sus sueños de encontrar un futuro mejor y cargando con la tristeza de perder su origen, su identidad, el amor a sus costumbres y a su tierra que aunque fértil no los dejó crecer y dar fruto.

El camino se convierte en un juego interminable de serpientes y escaleras, las serpientes los acechan a cada paso que dan, se disfrazan de agentes de inmigración, de explotadores laborales pero también sexuales, de integrantes del crimen organizado, todos aprovechan la oportunidad que brinda ese río revuelto de migrantes indefensos, para encajar sus colmillos cargados de violencia y son ellos los niños, los que se convierten en el blanco favorito por su propia condición de ser los más débiles.

La travesía es un laberinto que tiene muchas puertas falsas y puertas que nunca se abren, en ese caminar está en riesgo permanente la propia vida, la apuesta es peligrosa, el sol es un fiel compañero pero también un asesino silencioso, bajo la luna se desatan los demonios de la obscuridad que desnudan la fría realidad, el campo y las ciudades son santuarios de alimento que cierran sus puertas ante el peregrino hambriento, los pies terminan desnudos llenos de ampollas, heridos, fatigados y aun así tiene que dar siempre un paso más.

Pero las heridas más profundas y más dolorosas no están en la piel o en los huesos del niño migrante, sino en su corazón, en su mente, en su propio espíritu, van en busca de un sueño que tal vez no comprenden, de un sueño que no dimensionan, van obligados por las circunstancias, es ahí donde la depresión, la enfermedad e incluso las convulsas aguas de un río embravecido, tienden sus redes y los pueden atrapar para siempre.

Cuando el destello del color verde está a pocos metros o por fin en sus propias manos, entonces llega la resaca que turba de nuevo la realidad, las raíces se han quedado en otra tierra, los vientos de la discriminación, de la desigualdad y de una cultura muy diferente hacen una vez más de la vida del niño migrante, un infierno con matices diferentes que los atrapa en un mundo obscuro de drogas, delincuencia y vicios, se sienten frustrados, no encuentran su identidad y terminan muchos de ellos siendo huéspedes permanentes de esa casa con muchos barrotes, o se convierten en polvo eterno igual que sus sueños de tener una vida plena con más oportunidades.

Bienaventurados aquellos niños migrantes (pocos) que se liberan del infierno que hay en sus países de origen, que logran evadir los colmillos afilados de las serpientes en su travesía y que finalmente pueden descifrar el laberinto y encuentran la puerta que se abre, para cumplir sus sueños de tener educación, salud, alimentación, vida en familia, mejores oportunidades, entre otros aspectos más, que garanticen sus derechos fundamentales.

Los niños migrantes es una triste realidad, que todos los días pasa frente a nuestros ojos y que pocas veces observamos en su justa dimensión. Y no solo de un país a otro, también de un estado a otro, de una región a otra, incluso de una colonia a otra, acaso será que algún día podremos decirles a ellos con todas sus letras “Feliz día del Niño”

leon7dg@hotmail.com