/ jueves 21 de mayo de 2020

Mayo

“El tiempo se mide por la intensidad con que se vive”. Cada mes es especial, con sus propias celebraciones, las cuales transcurren con el fulgor e intensidad que cada cultura, familia y persona les imprime.

Este mes es excepcionalmente importante para su servidora, porque desde que tengo uso de razón, una serie de acontecimientos familiares le han permitido brillar con tanta intensidad que el fulgor de sus rayos, sigue iluminando el camino, el cual ha sido transitado con las alegrías y sinsabores que acompañan el trayecto del ser humano.

Primeramente, la ilusión de celebrar el día destinado a la madre, júbilo compartido como hija y progenitora, con la gracia otorgada de albergar y dar vida; seguidamente, por la hermosa profesión de ser maestra, misma que fue acunada desde los sueños y juegos de infancia; hasta convertirse en una realidad, debiendo ser alimentada por el constante estudio, dedicación y profesionalismo que esta exige. Así mismo, me permitió conocer gente maravillosa que enseña con el corazón y son maestros de vida que van esparciendo la semilla del conocimiento y dejando profunda huella en su caminar.

Dios bendijo mi camino con cinco hijos, todos y cada uno de ellos, son especiales; desde su concepción han prolongado nuestra existencia, formando cadenas y tejidos de amor; al desarrollar su propia individualidad, hasta llegar el momento que debieron desplegar sus alas para emprender su vuelo; dos de ellos llegaron a este mundo en el mes en curso; a mi madre; bendición y amor eterno a su recuerdo y figura, le celebramos año tras año su existencia el día 28, compartiendo fecha y festejo con mi cuñado; finalmente, mi llegada fue coronada por el signo de géminis, naciendo un 29 de mayo.

Somos una familia de tradiciones, las cuales se han ido tejiendo al repetir acciones y festividades familiares constantemente; estas nos permiten agradecer al creador, configurar puentes de comunicación, seguir uniendo retazos del recuerdo, esperando que el fruto del amor se abone en tierra firme en las nuevas generaciones, al formar parte de la entramada y construcción de historias de vida.

Los cambios son inherentes en el devenir del tiempo, puede ser la misma gente, ejerciendo hechos y acciones similares y repetitivos como los festejos; pero el tinte de la diferencia es natural. La vida misma va llevando por diversos caminos; lugares vacíos que jamás volverán a ser ocupados a no ser que por la fragancia del recuerdo; otros han emigrado y no pueden compartir físicamente la algarabía y reunión familiar; definitivamente, el desarrollo personal es un cambio en sí mismo; y estos meses en particular, hemos tenido que aprender a desapegarnos y desprendernos de hábitos, costumbres y celebraciones que hemos construido a lo largo de nuestra existencia.

Indudablemente, el aprendizaje está latente en cada ámbito y espacio que concurrimos; el tiempo ha tomado otra dimensión; podemos recurrir a la observación, introspección y detenimiento en cosas, circunstancias, relaciones personales, familiares y sociales que antes habían pasado desapercibidas o simplemente se daban por sentado.

La imagen de los gobernantes tiene otra investidura; han resurgido héroes, como los del sector salud y otras dependencias, que luchan en el campo de batalla, no porque carezcan de miedo, sino porque prevalece su ética y servicio.

Aprendimos que, dentro de nuestra individualidad, formamos parte de la conciencia social y colectiva, donde “el todo, es más que la suma de sus partes”. Nuestros sentidos se han expandido, encontrando nuevos aromas, sabores, texturas, aprendiendo a escuchar e interpretar el silencio y agradecer por la oportunidad de un nuevo día.

“El tiempo se mide por la intensidad con que se vive”. Cada mes es especial, con sus propias celebraciones, las cuales transcurren con el fulgor e intensidad que cada cultura, familia y persona les imprime.

Este mes es excepcionalmente importante para su servidora, porque desde que tengo uso de razón, una serie de acontecimientos familiares le han permitido brillar con tanta intensidad que el fulgor de sus rayos, sigue iluminando el camino, el cual ha sido transitado con las alegrías y sinsabores que acompañan el trayecto del ser humano.

Primeramente, la ilusión de celebrar el día destinado a la madre, júbilo compartido como hija y progenitora, con la gracia otorgada de albergar y dar vida; seguidamente, por la hermosa profesión de ser maestra, misma que fue acunada desde los sueños y juegos de infancia; hasta convertirse en una realidad, debiendo ser alimentada por el constante estudio, dedicación y profesionalismo que esta exige. Así mismo, me permitió conocer gente maravillosa que enseña con el corazón y son maestros de vida que van esparciendo la semilla del conocimiento y dejando profunda huella en su caminar.

Dios bendijo mi camino con cinco hijos, todos y cada uno de ellos, son especiales; desde su concepción han prolongado nuestra existencia, formando cadenas y tejidos de amor; al desarrollar su propia individualidad, hasta llegar el momento que debieron desplegar sus alas para emprender su vuelo; dos de ellos llegaron a este mundo en el mes en curso; a mi madre; bendición y amor eterno a su recuerdo y figura, le celebramos año tras año su existencia el día 28, compartiendo fecha y festejo con mi cuñado; finalmente, mi llegada fue coronada por el signo de géminis, naciendo un 29 de mayo.

Somos una familia de tradiciones, las cuales se han ido tejiendo al repetir acciones y festividades familiares constantemente; estas nos permiten agradecer al creador, configurar puentes de comunicación, seguir uniendo retazos del recuerdo, esperando que el fruto del amor se abone en tierra firme en las nuevas generaciones, al formar parte de la entramada y construcción de historias de vida.

Los cambios son inherentes en el devenir del tiempo, puede ser la misma gente, ejerciendo hechos y acciones similares y repetitivos como los festejos; pero el tinte de la diferencia es natural. La vida misma va llevando por diversos caminos; lugares vacíos que jamás volverán a ser ocupados a no ser que por la fragancia del recuerdo; otros han emigrado y no pueden compartir físicamente la algarabía y reunión familiar; definitivamente, el desarrollo personal es un cambio en sí mismo; y estos meses en particular, hemos tenido que aprender a desapegarnos y desprendernos de hábitos, costumbres y celebraciones que hemos construido a lo largo de nuestra existencia.

Indudablemente, el aprendizaje está latente en cada ámbito y espacio que concurrimos; el tiempo ha tomado otra dimensión; podemos recurrir a la observación, introspección y detenimiento en cosas, circunstancias, relaciones personales, familiares y sociales que antes habían pasado desapercibidas o simplemente se daban por sentado.

La imagen de los gobernantes tiene otra investidura; han resurgido héroes, como los del sector salud y otras dependencias, que luchan en el campo de batalla, no porque carezcan de miedo, sino porque prevalece su ética y servicio.

Aprendimos que, dentro de nuestra individualidad, formamos parte de la conciencia social y colectiva, donde “el todo, es más que la suma de sus partes”. Nuestros sentidos se han expandido, encontrando nuevos aromas, sabores, texturas, aprendiendo a escuchar e interpretar el silencio y agradecer por la oportunidad de un nuevo día.