/ jueves 9 de enero de 2020

La prudencia y sus malas interpretaciones

Del latín “prudentia” y que según el cristianismo es una de las virtudes para reconocer el bien del mal y tomar decisiones, la prudencia obedece a una de las reflexiones humanas más antiguas y que se encuentra en la mayoría de los textos religioso, pero también filosóficos. Aristóteles hacia una reflexión sobre la “Phronesis” o el punto medio o la decisión justa.

El concepto de prudencia apela al correcto actuar en cada situación, la prudencia es un valor ético. Ser prudente equivale a hacer lo necesario para cada situación, aprender la prudencia es la tarea de cada ser humano para conseguir un buen vivir.

Las personas tendemos a los excesos, cada quien ha de tener por lo menos algún vicio o exceso de vida, y deberá luchar contra el a lo largo de su vida para vivir bien, vivir en sociedad y en correcta armonía consigo mismo.

Ser prudente tiene que ver directamente con las experiencias y le haber cometido errores. Solo puede alcanzar la prudencia quien se ha equivocado y es excesivo pensar en una persona que alcanza la completa prudencia. Cada quien se entrena en decidir bien, pero eso le requiere una vida de experiencias.

Para ser prudentes hay que entrenar el buen juicio y ser capaz de empatizar con las demás personas y entenderse a sí mismo, ahí se encierra el complejo camino hacia la templanza y la sobriedad.

Con el tiempo hemos desvirtuado al concepto de la prudencia lo hemos confundido con la exagerada cordialidad o el silencio. La prudencia en ocasiones es irreverente y conflictiva, pues es prudente hacer un lio antes que dejar que el problema carcoma toda la situación

Puede ser prudente ir de fiesta o embriagarse hasta perder la conciencia, siempre y cuando exista una consecuencia mayormente dañina de no hacerlo. La prudencia exige análisis y discernimiento y un conocimiento profundo de la vida y sus consecuencias.

Pero la prudencia nunca es continuo sometimiento ni exagerada santidad. No es prudente callar siempre y ser omiso, se confunde, sobre todo en nuestro tiempo la prudencia con rehuir a los problemas o no hacer las cosas para evitar generarnos mayores problemas, a veces la prudencia es precisamente generarnos problemas a nosotros mismos para evitar el dolor ajeno.

El correcto actuar está sujeto al análisis trascendental de lo que somos y lo que queremos, solo es prudente quien alcanza a entender el sentido más íntimo de la vida y se ajustas a los valores máximos que sobre pasan a lo inmediato. Es prudente perder, equivocarse o ser superado siempre y cuando con ello consigamos mayor conocimiento que nos permita ser mejores personas y vivir mejor con los demás.

En nuestro tiempo debemos entrenarnos nuevamente en ser prudentes. Pues hemos perdido el hilo conductor sobre este valor máximo de la vida y nos hemos entregado por completo a la practicidad.

Del latín “prudentia” y que según el cristianismo es una de las virtudes para reconocer el bien del mal y tomar decisiones, la prudencia obedece a una de las reflexiones humanas más antiguas y que se encuentra en la mayoría de los textos religioso, pero también filosóficos. Aristóteles hacia una reflexión sobre la “Phronesis” o el punto medio o la decisión justa.

El concepto de prudencia apela al correcto actuar en cada situación, la prudencia es un valor ético. Ser prudente equivale a hacer lo necesario para cada situación, aprender la prudencia es la tarea de cada ser humano para conseguir un buen vivir.

Las personas tendemos a los excesos, cada quien ha de tener por lo menos algún vicio o exceso de vida, y deberá luchar contra el a lo largo de su vida para vivir bien, vivir en sociedad y en correcta armonía consigo mismo.

Ser prudente tiene que ver directamente con las experiencias y le haber cometido errores. Solo puede alcanzar la prudencia quien se ha equivocado y es excesivo pensar en una persona que alcanza la completa prudencia. Cada quien se entrena en decidir bien, pero eso le requiere una vida de experiencias.

Para ser prudentes hay que entrenar el buen juicio y ser capaz de empatizar con las demás personas y entenderse a sí mismo, ahí se encierra el complejo camino hacia la templanza y la sobriedad.

Con el tiempo hemos desvirtuado al concepto de la prudencia lo hemos confundido con la exagerada cordialidad o el silencio. La prudencia en ocasiones es irreverente y conflictiva, pues es prudente hacer un lio antes que dejar que el problema carcoma toda la situación

Puede ser prudente ir de fiesta o embriagarse hasta perder la conciencia, siempre y cuando exista una consecuencia mayormente dañina de no hacerlo. La prudencia exige análisis y discernimiento y un conocimiento profundo de la vida y sus consecuencias.

Pero la prudencia nunca es continuo sometimiento ni exagerada santidad. No es prudente callar siempre y ser omiso, se confunde, sobre todo en nuestro tiempo la prudencia con rehuir a los problemas o no hacer las cosas para evitar generarnos mayores problemas, a veces la prudencia es precisamente generarnos problemas a nosotros mismos para evitar el dolor ajeno.

El correcto actuar está sujeto al análisis trascendental de lo que somos y lo que queremos, solo es prudente quien alcanza a entender el sentido más íntimo de la vida y se ajustas a los valores máximos que sobre pasan a lo inmediato. Es prudente perder, equivocarse o ser superado siempre y cuando con ello consigamos mayor conocimiento que nos permita ser mejores personas y vivir mejor con los demás.

En nuestro tiempo debemos entrenarnos nuevamente en ser prudentes. Pues hemos perdido el hilo conductor sobre este valor máximo de la vida y nos hemos entregado por completo a la practicidad.