/ miércoles 9 de enero de 2019

La ética del desarrollo

Generalmente, asumimos que el desarrollo económico es el crecimiento económico de largo plazo, y, entonces, que debe haber crecimiento para que haya desarrollo. Esta es la perspectiva de la economía convencional.

Y, si a ello le agregamos el que con dicho desarrollo se vea observado únicamente el bienestar -que implica un incremento del nivel de ingresos únicamente- y sin contemplar ni el bienser ni mucho menos el bienvivir, lo que se tendrá será un crecimiento solamente. Por muchos años estas circunstancias han sido válidas para cuantificar el que una economía se encuentre en crecimiento y, posteriormente, desarrollada. Ahora bien, no basta con tener un incremento del ingreso, sino que éste sea permanente y prolongado durante el tiempo, lo cual garantizaría su desarrollo más adelante. Cabe mencionar aquí que se presenta una ambigüedad en la medición del desarrollo, dado que una situación es que se observe crecimiento, pero otra es que dicho crecimiento se distribuya equitativamente entre toda la población de una determinada economía. Esa es la mayor inquietud: ¿por qué se da la distribución inequitativa del desarrollo?

Muchos son los economistas que se propugnan por buscar soluciones al respecto, proponiendo factores exógenos unos, proponiendo factores endógenos, otros. Cada uno con argumentos y rigurosidades científicas al respecto de encontrar soluciones ante las desigualdades o disparidades económicas existentes.

Actualmente, se viene retomando un nuevo paradigma en el que se observen los dos escenarios arriba mencionados, es decir, el bienser y el bienvivir. Es entonces, cuando se habla de la ética del desarrollo –como parte de la economía social-, y en donde es evidente que el desarrollo va más allá del bienestar. Se entiende así, que el desarrollo es el enriquecimiento cualitativo de los seres humanos en todos los aspectos relevantes de la vida humana (Astroulakis, 2013). Es decir, lo importante es cómo lograr transformar ese incremento del ingreso en un bienvivir de las personas, teniendo en su hábitat las condiciones aptas de una vivienda digna, de no encontrarse temerosos de salir ante la delincuencia, de encontrarse con áreas verdes y de esparcimiento para lograr una vida armoniosa, y calidad ambiental eficiente, servicios públicos efectivos, servicios de salud eficaces, entre otros; pero cuando observamos que todos estos factores no vienen aparejado con el incremento del ingreso sino al contrario, ya no eres libre como persona porque te encuentras atado al trabajo, a cubrir más horas de trabajo –que aparte de no ser cubiertas monetariamente hablando-, a expensas de lo que se exijan en el trabajo, sin tener una vida propia, sin estar destinado cierto tiempo a la recreación y el esparcimiento, entonces se está teniendo un mal vivir, un mal ser, porque dichas actividades materiales requieren ser cubiertas prioritariamente, y que hay de la vida interna, de nutrir el ser, de nutrir el espíritu?

De esto es de lo que se trata con el nuevo paradigma del desarrollo, donde es necesario nutrir el ser, nutrir el vivir, a partir de ser personas, habitantes libres, desarrollados intelectual, social, moral y económicamente, para poder desempeñar cada una de las funciones para las que hemos decidido ser importantes y partícipes de nuestra sociedad, asumiendo el rol importante de dirigir la vida con dignidad, respeto, para ser personas con un ser armonioso, capaces de estar conscientes de ser parte de un todo, como lo es ser parte de una economía como agentes sociales y económicos, insertos en el mercado laboral, en el mercado financiero, en el mercado de factores de producción, en el mercado de bienes y servicios, en el mercado externo, porque cada uno de los habitantes de una localidad, ciudad, municipio, estado, región, o país, estamos insertos en cada uno de estos mercados, somos partícipes de ellos, lo prioritario es estar conscientes de nuestro rol importante en cada uno de ellos, de ser libres ante ellos, y no esclavos, y de ser partícipes de la riqueza de cualesquiera de dichas economías en sus diferentes dimensiones territoriales.

Generalmente, asumimos que el desarrollo económico es el crecimiento económico de largo plazo, y, entonces, que debe haber crecimiento para que haya desarrollo. Esta es la perspectiva de la economía convencional.

Y, si a ello le agregamos el que con dicho desarrollo se vea observado únicamente el bienestar -que implica un incremento del nivel de ingresos únicamente- y sin contemplar ni el bienser ni mucho menos el bienvivir, lo que se tendrá será un crecimiento solamente. Por muchos años estas circunstancias han sido válidas para cuantificar el que una economía se encuentre en crecimiento y, posteriormente, desarrollada. Ahora bien, no basta con tener un incremento del ingreso, sino que éste sea permanente y prolongado durante el tiempo, lo cual garantizaría su desarrollo más adelante. Cabe mencionar aquí que se presenta una ambigüedad en la medición del desarrollo, dado que una situación es que se observe crecimiento, pero otra es que dicho crecimiento se distribuya equitativamente entre toda la población de una determinada economía. Esa es la mayor inquietud: ¿por qué se da la distribución inequitativa del desarrollo?

Muchos son los economistas que se propugnan por buscar soluciones al respecto, proponiendo factores exógenos unos, proponiendo factores endógenos, otros. Cada uno con argumentos y rigurosidades científicas al respecto de encontrar soluciones ante las desigualdades o disparidades económicas existentes.

Actualmente, se viene retomando un nuevo paradigma en el que se observen los dos escenarios arriba mencionados, es decir, el bienser y el bienvivir. Es entonces, cuando se habla de la ética del desarrollo –como parte de la economía social-, y en donde es evidente que el desarrollo va más allá del bienestar. Se entiende así, que el desarrollo es el enriquecimiento cualitativo de los seres humanos en todos los aspectos relevantes de la vida humana (Astroulakis, 2013). Es decir, lo importante es cómo lograr transformar ese incremento del ingreso en un bienvivir de las personas, teniendo en su hábitat las condiciones aptas de una vivienda digna, de no encontrarse temerosos de salir ante la delincuencia, de encontrarse con áreas verdes y de esparcimiento para lograr una vida armoniosa, y calidad ambiental eficiente, servicios públicos efectivos, servicios de salud eficaces, entre otros; pero cuando observamos que todos estos factores no vienen aparejado con el incremento del ingreso sino al contrario, ya no eres libre como persona porque te encuentras atado al trabajo, a cubrir más horas de trabajo –que aparte de no ser cubiertas monetariamente hablando-, a expensas de lo que se exijan en el trabajo, sin tener una vida propia, sin estar destinado cierto tiempo a la recreación y el esparcimiento, entonces se está teniendo un mal vivir, un mal ser, porque dichas actividades materiales requieren ser cubiertas prioritariamente, y que hay de la vida interna, de nutrir el ser, de nutrir el espíritu?

De esto es de lo que se trata con el nuevo paradigma del desarrollo, donde es necesario nutrir el ser, nutrir el vivir, a partir de ser personas, habitantes libres, desarrollados intelectual, social, moral y económicamente, para poder desempeñar cada una de las funciones para las que hemos decidido ser importantes y partícipes de nuestra sociedad, asumiendo el rol importante de dirigir la vida con dignidad, respeto, para ser personas con un ser armonioso, capaces de estar conscientes de ser parte de un todo, como lo es ser parte de una economía como agentes sociales y económicos, insertos en el mercado laboral, en el mercado financiero, en el mercado de factores de producción, en el mercado de bienes y servicios, en el mercado externo, porque cada uno de los habitantes de una localidad, ciudad, municipio, estado, región, o país, estamos insertos en cada uno de estos mercados, somos partícipes de ellos, lo prioritario es estar conscientes de nuestro rol importante en cada uno de ellos, de ser libres ante ellos, y no esclavos, y de ser partícipes de la riqueza de cualesquiera de dichas economías en sus diferentes dimensiones territoriales.