/ miércoles 12 de diciembre de 2018

Intentar y errar 

Hay momentos que el dolor se convierte en una puya, que lacera lentamente nuestra existencia, la ventana de las oportunidades parece cerrarse frente a nosotros, entonces empezamos a desvanecernos frente a un reto, que por muy alto o grande que parezca, no es más grande que nuestra capacidad para superarlo; sin embargo, el dolor doblega nuestras fuerzas y nos envuelve en su oscuro manto.

En esos momentos álgidos de la existencia, cuando las circunstancias no juegan a nuestro favor y el sufrimiento se convierte en viento gélido, que azota a un cuerpo desnudo, ávido de ser cubierto con la protección y el calor de la autoestima. Cundo el corazón se rompe en mil pedazos, como el cristal bandalizado por la contundencia de un golpe fortuito, entonces pensamos que la vida es un espacio hueco, huérfano de sentido. El desasosiego se apodera del ser, haciendo que éste se ponga de rodillas convencido de sucumbir, víctima de su propio dolor.

Intentar y errar es siempre una posibilidad latente, pero errar por no intentar, puede convertirse en una cobardía difícil de explicar, incluso de superar, por ello resulta mejor agotar el universo de las posibilidades, antes de abandonarse en la insípida comodidad de no sufrir, por no intentar amar y disfrutar la incomparable sensación de sentirse amado.

Correr el riesgo es un paso ineludible, en él se puede encontrar el resquicio que conlleve a las lágrimas, al dolor y a la decepción, de parte de alguien que no te valoró o que eligió la distancia como una mejor opción. Pero, está siempre presente la posibilidad de acertar, en la aspiración de ser correspondido en un sentimiento genuino de amor, que alcanza su mejor matiz en la unión de dos o más soledades.

Es mejor someter a la condición de fuego purificador al precioso metal, llamado amor, así este encontrará su versión más pura, en él, la felicidad tendrá su más nítido reflejo.

leon7dg@hotmail.com

Hay momentos que el dolor se convierte en una puya, que lacera lentamente nuestra existencia, la ventana de las oportunidades parece cerrarse frente a nosotros, entonces empezamos a desvanecernos frente a un reto, que por muy alto o grande que parezca, no es más grande que nuestra capacidad para superarlo; sin embargo, el dolor doblega nuestras fuerzas y nos envuelve en su oscuro manto.

En esos momentos álgidos de la existencia, cuando las circunstancias no juegan a nuestro favor y el sufrimiento se convierte en viento gélido, que azota a un cuerpo desnudo, ávido de ser cubierto con la protección y el calor de la autoestima. Cundo el corazón se rompe en mil pedazos, como el cristal bandalizado por la contundencia de un golpe fortuito, entonces pensamos que la vida es un espacio hueco, huérfano de sentido. El desasosiego se apodera del ser, haciendo que éste se ponga de rodillas convencido de sucumbir, víctima de su propio dolor.

Intentar y errar es siempre una posibilidad latente, pero errar por no intentar, puede convertirse en una cobardía difícil de explicar, incluso de superar, por ello resulta mejor agotar el universo de las posibilidades, antes de abandonarse en la insípida comodidad de no sufrir, por no intentar amar y disfrutar la incomparable sensación de sentirse amado.

Correr el riesgo es un paso ineludible, en él se puede encontrar el resquicio que conlleve a las lágrimas, al dolor y a la decepción, de parte de alguien que no te valoró o que eligió la distancia como una mejor opción. Pero, está siempre presente la posibilidad de acertar, en la aspiración de ser correspondido en un sentimiento genuino de amor, que alcanza su mejor matiz en la unión de dos o más soledades.

Es mejor someter a la condición de fuego purificador al precioso metal, llamado amor, así este encontrará su versión más pura, en él, la felicidad tendrá su más nítido reflejo.

leon7dg@hotmail.com