/ miércoles 14 de abril de 2021

Idealismo en una realidad | Semana Santa de antaño

Indiscutible que las cosas han cambiado, sin embargo es agradable recordar los oficios de Semana Santa de antaño, que nos imbuían en una dinámica muy tradicional, pues antes no se acostumbraba que la mayoría de los ciudadanos, para aprovechar estos días de asueto, vacacionara, por lo que destinábamos estos días a vivir paso a paso aquellas celebraciones, procurando estar muy cerca de la iglesia y de Dios.


Desde el viernes previo a la Semana Santa, que se conocía como “viernes de dolores”, y en el que se festejaban respetuosamente las damas y caballeros que llevaban este nombre, en el sentir de la población significaba el sufrimiento previo que María la Virgen empezó a presentir ante la tragedia que se avecinaba por la pasión y muerte de su hijo y esto, por el sólo hecho de declararse hijo de Dios.

Así, enseguida participábamos en el jubiloso Domingo de Ramos, en una procesión pública, con palmas y flores blancas, que simboliza la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén.

Posteriormente y previo al viernes santo, el jueves, para celebrar la última cena de Jesús y el lavatorio de los pies, las familias hacíamos el recorrido tradicional por los siete templos, previamente seleccionados.

Llegado el viernes santo, dentro del templo se escenificaban las tres caídas de Jesús, las que sufrió cargando la pesada cruz de madera, camino al cerro del Gólgota, donde sería crucificado para morir por nosotros y nuestros pecados.

Por la tarde del viernes, después de las 3:00 pm, que fue la hora aproximada de su fallecimiento, asistíamos al ejercicio de las siete palabras y enseguida se le presentaba el pésame por su duelo a María la Virgen, que para este acto, era trasladada en procesión, la imagen de bulto de la Virgen de la Soledad, desde su templo, San Juan de Dios y acompañada por infinidad de varones, principalmente mineros, quienes portando sus cascos y en respetuoso silencio, introducían a la virgen hasta el interior del Santuario de Guadalupe, hoy Catedral. Después del acto, la regresaban a su respetivo templo.

El sábado siguiente, que hoy se le conoce como sábado Santo, era llamado Sábado de Gloria, transcurriendo el día ya sin ningún acto, hasta llegada la media noche para celebrar la misa de Gloria, previa la resurrección de Jesucristo. Después de esto, al día siguiente, domingo, y previo a la quema de Judas, que vendió y entregó a Jesús por treinta monedas, se celebraba con júbilo la resurrección del Señor.

Este domingo era todo júbilo; celebrábamos el triunfo de Jesús sobre la muerte. Los que en aquella época lo presenciaron decían: “dudábamos de lo que afirmó, que podría destruir el templo y construirlo en tres días y aquí demostró su poder, venciendo a la muerte”.

Felices pascuas de resurrección. Jesús venció a la muerte. Jesús vive entre nosotros!

Indiscutible que las cosas han cambiado, sin embargo es agradable recordar los oficios de Semana Santa de antaño, que nos imbuían en una dinámica muy tradicional, pues antes no se acostumbraba que la mayoría de los ciudadanos, para aprovechar estos días de asueto, vacacionara, por lo que destinábamos estos días a vivir paso a paso aquellas celebraciones, procurando estar muy cerca de la iglesia y de Dios.


Desde el viernes previo a la Semana Santa, que se conocía como “viernes de dolores”, y en el que se festejaban respetuosamente las damas y caballeros que llevaban este nombre, en el sentir de la población significaba el sufrimiento previo que María la Virgen empezó a presentir ante la tragedia que se avecinaba por la pasión y muerte de su hijo y esto, por el sólo hecho de declararse hijo de Dios.

Así, enseguida participábamos en el jubiloso Domingo de Ramos, en una procesión pública, con palmas y flores blancas, que simboliza la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén.

Posteriormente y previo al viernes santo, el jueves, para celebrar la última cena de Jesús y el lavatorio de los pies, las familias hacíamos el recorrido tradicional por los siete templos, previamente seleccionados.

Llegado el viernes santo, dentro del templo se escenificaban las tres caídas de Jesús, las que sufrió cargando la pesada cruz de madera, camino al cerro del Gólgota, donde sería crucificado para morir por nosotros y nuestros pecados.

Por la tarde del viernes, después de las 3:00 pm, que fue la hora aproximada de su fallecimiento, asistíamos al ejercicio de las siete palabras y enseguida se le presentaba el pésame por su duelo a María la Virgen, que para este acto, era trasladada en procesión, la imagen de bulto de la Virgen de la Soledad, desde su templo, San Juan de Dios y acompañada por infinidad de varones, principalmente mineros, quienes portando sus cascos y en respetuoso silencio, introducían a la virgen hasta el interior del Santuario de Guadalupe, hoy Catedral. Después del acto, la regresaban a su respetivo templo.

El sábado siguiente, que hoy se le conoce como sábado Santo, era llamado Sábado de Gloria, transcurriendo el día ya sin ningún acto, hasta llegada la media noche para celebrar la misa de Gloria, previa la resurrección de Jesucristo. Después de esto, al día siguiente, domingo, y previo a la quema de Judas, que vendió y entregó a Jesús por treinta monedas, se celebraba con júbilo la resurrección del Señor.

Este domingo era todo júbilo; celebrábamos el triunfo de Jesús sobre la muerte. Los que en aquella época lo presenciaron decían: “dudábamos de lo que afirmó, que podría destruir el templo y construirlo en tres días y aquí demostró su poder, venciendo a la muerte”.

Felices pascuas de resurrección. Jesús venció a la muerte. Jesús vive entre nosotros!