/ martes 30 de noviembre de 2021

Idealismo en una Realidad | Los Doce Apóstoles de Jesús II Parte

Continuando con el grupo de los 12 apóstoles, les menciono a los últimos tres:

  1. Mateo, quien junto a Juan, son los apóstoles evangelistas. Mateo, que trabajaba como recaudador de impuestos, dejó su empleo y sus bienes para seguir a Jesús; los expertos indican que su evangelio tiene como fin demostrar que Jesús es el “mesías” que anunciaron los profetas.

  2. Tomás, a quien entre los doce apóstoles se le conoce como el incrédulo, pues dudaba que Jesús hubiera resucitado. Según el evangelio de Juan, cuando le dijeron que Jesús había resucitado, respondió con mucha incredulidad: “si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi mano en su costado no lo creeré” y cuando tuvo a Jesús de frente, el maestro le dijo: “Tomás mira mis manos y mis pies, mi costado y mi cabeza, para que creas que yo soy y he resucitado”.

  3. Judas Iscariote, el apóstol que traicionó a Jesús y lo entregó a los soldados, a cambio de 30 monedas, según cuentan los textos bíblicos y que después vino su arrepentimiento, devolvió las monedas y se suicidó.

La pequeña descripción de cada uno de ellos pretende ser una sencilla ilustración para quienes desconocían su identidad, hombres que dejaron todo por seguir a Cristo, y que a la postre tuvieron la gran labor de difundir su doctrina, en tiempos difíciles, donde abundaban una gran cantidad de creencias, dispersas todas, y una época de muchos excesos e injusticias.

Todos ellos fueron cruelmente martirizados durante la época después de Cristo, en la que los que se declaraban cristianos eran perseguidos por los romanos y en la que miles de ellos fueron asesinados.

Existió otro gran apóstol, nacido después de Cristo, Saulo de Tarso; quizás el perseguidor más encarnizado del cristianismo; era un hebreo fanático y líder religioso; la historia habla de que un día, durante su viaje hacia Damasco, una fuerte luz lo derribó de su caballo, quedando ciego temporalmente por una visión divina y escuchando una voz que le dijo: “Saulo, porqué me persigues?”, a raíz de lo cual se convierte como un ferviente apóstol del cristianismo que se ocupó especialmente y en la época posterior a los doce apóstoles, de difundir el mensaje que Jesucristo vino a dejarnos en la tierra y quien de acuerdo a la historia misma, contribuyó a convertir la doctrina en religión universal. Es conocido también como San Pablo de Tarso.

La famosa y mundialmente conocida pintura de Leonardo Da Vinci, representa la última cena que Jesús tuvo con sus doce seguidores más cercanos, sus apóstoles, que fueron elegidos por él; ellos heredaron un legado de amor y perdón hacia el prójimo, llevándolo por todo el mundo y dejando hasta nuestros días un mensaje de lo que fue el paso de Jesús por nuestro mundo. Sus vidas y sus acciones nos impactan profundamente a nosotros los cristianos.

De ellos recibimos el mandato para continuar difundiendo la palabra de Cristo, del sentido de su sacrifico y su muerte y el triunfo de su resurrección, porque sin esto último de nada hubiese valido su sacrifico. Así fue: “Muero, para vencer a la muerte y no soy yo, sino mi Padre que está en el cielo”.

C. José Félix Bueno | Político y Activista social

Continuando con el grupo de los 12 apóstoles, les menciono a los últimos tres:

  1. Mateo, quien junto a Juan, son los apóstoles evangelistas. Mateo, que trabajaba como recaudador de impuestos, dejó su empleo y sus bienes para seguir a Jesús; los expertos indican que su evangelio tiene como fin demostrar que Jesús es el “mesías” que anunciaron los profetas.

  2. Tomás, a quien entre los doce apóstoles se le conoce como el incrédulo, pues dudaba que Jesús hubiera resucitado. Según el evangelio de Juan, cuando le dijeron que Jesús había resucitado, respondió con mucha incredulidad: “si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi mano en su costado no lo creeré” y cuando tuvo a Jesús de frente, el maestro le dijo: “Tomás mira mis manos y mis pies, mi costado y mi cabeza, para que creas que yo soy y he resucitado”.

  3. Judas Iscariote, el apóstol que traicionó a Jesús y lo entregó a los soldados, a cambio de 30 monedas, según cuentan los textos bíblicos y que después vino su arrepentimiento, devolvió las monedas y se suicidó.

La pequeña descripción de cada uno de ellos pretende ser una sencilla ilustración para quienes desconocían su identidad, hombres que dejaron todo por seguir a Cristo, y que a la postre tuvieron la gran labor de difundir su doctrina, en tiempos difíciles, donde abundaban una gran cantidad de creencias, dispersas todas, y una época de muchos excesos e injusticias.

Todos ellos fueron cruelmente martirizados durante la época después de Cristo, en la que los que se declaraban cristianos eran perseguidos por los romanos y en la que miles de ellos fueron asesinados.

Existió otro gran apóstol, nacido después de Cristo, Saulo de Tarso; quizás el perseguidor más encarnizado del cristianismo; era un hebreo fanático y líder religioso; la historia habla de que un día, durante su viaje hacia Damasco, una fuerte luz lo derribó de su caballo, quedando ciego temporalmente por una visión divina y escuchando una voz que le dijo: “Saulo, porqué me persigues?”, a raíz de lo cual se convierte como un ferviente apóstol del cristianismo que se ocupó especialmente y en la época posterior a los doce apóstoles, de difundir el mensaje que Jesucristo vino a dejarnos en la tierra y quien de acuerdo a la historia misma, contribuyó a convertir la doctrina en religión universal. Es conocido también como San Pablo de Tarso.

La famosa y mundialmente conocida pintura de Leonardo Da Vinci, representa la última cena que Jesús tuvo con sus doce seguidores más cercanos, sus apóstoles, que fueron elegidos por él; ellos heredaron un legado de amor y perdón hacia el prójimo, llevándolo por todo el mundo y dejando hasta nuestros días un mensaje de lo que fue el paso de Jesús por nuestro mundo. Sus vidas y sus acciones nos impactan profundamente a nosotros los cristianos.

De ellos recibimos el mandato para continuar difundiendo la palabra de Cristo, del sentido de su sacrifico y su muerte y el triunfo de su resurrección, porque sin esto último de nada hubiese valido su sacrifico. Así fue: “Muero, para vencer a la muerte y no soy yo, sino mi Padre que está en el cielo”.

C. José Félix Bueno | Político y Activista social