/ martes 19 de abril de 2022

Idealismo en una Realidad | Jesús, no estás solo, aquí estoy yo

El viernes Santo, caminando en el viacrucis viviente, después de ver escenificado el juicio dónde condenan a muerte a Jesucristo y al escuchar las palabras de los soldados romanos, que insistente y burlonamente le repetían “si eres el hijo de Dios, como decías, libérate de este momento!”, “dónde están los que te acompañaban?”, “todos huyeron, te han dejado solo” y mientras la turba detrás de él gritaba: “crucifícale, crucifícale” y sus verdugos le seguían azotando, me vino a la mente el sacrifico de él por nosotros y sólo pude pensar: “Jesús, no estás solo, aquí estoy yo”.

He de compartirles que en estos momentos me trasladé imaginariamente a aquel escenario de hace miles de años, para equipararme con el cirineo que le ayudó a cargar la cruz que llevaba a cuestas y sensibilizarme con la angustia y el dolor que vivieron sus queridos apóstoles y su amada madre María, hasta el último momento de su muerte y asemejarme a ellos en su magnífica fe.

Así transcurrió un viernes Santo más, después de dos años de no poder vivir estas escenas, que nos recuerdan el ejemplo de humildad, caridad, nobleza y amor hacia sus semejantes que Jesús nos dejó como enseñanza. Hemos tenido una vez más, la oportunidad de revivir estos días santos, con el mejor ejemplo de amor incondicional y de volver a reflexionar la doctrina de amor y perdón que nos fue legada, para recordar el gran mensaje del triunfo de la vida sobre la muerte, que representa la resurrección de Jesús.

De acuerdo a lo que la teología moderna nos dice, la resurrección de Jesús no se trata de morir y “volver a esta vida”, sino de “pasar de ésta vida, a la vida misma de Dios”, porque nos plantea que “Jesús murió por vivir como había vivido” y nada más por eso, y resucitó precisamente porque había vivido y había muerto de aquella manera. Por eso al hablar de la resurrección de Jesús, es hablar de nuestra resurrección, porque si queremos resucitar con él, entonces debemos de vivir como él y vivir como resucitados.

El anuncio de la resurrección además, va unido al anuncio del perdón, porque todos, de alguna u otra manera, somos culpables de que este mundo no se comporte de acuerdo con la voluntad de Dios. Es decir, que la resurrección de Jesús significa su perdón hacia la humanidad, porque por criminal o insensible que sea hoy el mundo, por la tan elevada maldad del mundo, Dios no lo abandona, Dios lo perdona y busca reconciliarse con el mundo. Y es aquí donde precisamente, ante el aparente triunfo del mal, nos podemos aferrar a la idea de que el mal no quedará impune, porque Dios es el reivindicador de quienes no han sido tratados con justicia. Y por ello, la resurrección es una reivindicación para las víctimas del mal en este mundo.

Lo vivido en estos días santos, días de reflexión, nos invitan a recordar que hace miles de años, con su muerte y resurrección, Jesús nos mostró una manera diferente de vivir en este mundo, en un mundo nuestro de profundas desigualdades entre los pueblos, de violencia y guerra entre los hombres, por la sola ambición de las riquezas efímeras que todavía no es posible superar.

Por todo ello es por lo que vale la pena decir: “Jesús, no estás solo, aquí estoy yo”.


C. José Félix Bueno | Político, Activista social

El viernes Santo, caminando en el viacrucis viviente, después de ver escenificado el juicio dónde condenan a muerte a Jesucristo y al escuchar las palabras de los soldados romanos, que insistente y burlonamente le repetían “si eres el hijo de Dios, como decías, libérate de este momento!”, “dónde están los que te acompañaban?”, “todos huyeron, te han dejado solo” y mientras la turba detrás de él gritaba: “crucifícale, crucifícale” y sus verdugos le seguían azotando, me vino a la mente el sacrifico de él por nosotros y sólo pude pensar: “Jesús, no estás solo, aquí estoy yo”.

He de compartirles que en estos momentos me trasladé imaginariamente a aquel escenario de hace miles de años, para equipararme con el cirineo que le ayudó a cargar la cruz que llevaba a cuestas y sensibilizarme con la angustia y el dolor que vivieron sus queridos apóstoles y su amada madre María, hasta el último momento de su muerte y asemejarme a ellos en su magnífica fe.

Así transcurrió un viernes Santo más, después de dos años de no poder vivir estas escenas, que nos recuerdan el ejemplo de humildad, caridad, nobleza y amor hacia sus semejantes que Jesús nos dejó como enseñanza. Hemos tenido una vez más, la oportunidad de revivir estos días santos, con el mejor ejemplo de amor incondicional y de volver a reflexionar la doctrina de amor y perdón que nos fue legada, para recordar el gran mensaje del triunfo de la vida sobre la muerte, que representa la resurrección de Jesús.

De acuerdo a lo que la teología moderna nos dice, la resurrección de Jesús no se trata de morir y “volver a esta vida”, sino de “pasar de ésta vida, a la vida misma de Dios”, porque nos plantea que “Jesús murió por vivir como había vivido” y nada más por eso, y resucitó precisamente porque había vivido y había muerto de aquella manera. Por eso al hablar de la resurrección de Jesús, es hablar de nuestra resurrección, porque si queremos resucitar con él, entonces debemos de vivir como él y vivir como resucitados.

El anuncio de la resurrección además, va unido al anuncio del perdón, porque todos, de alguna u otra manera, somos culpables de que este mundo no se comporte de acuerdo con la voluntad de Dios. Es decir, que la resurrección de Jesús significa su perdón hacia la humanidad, porque por criminal o insensible que sea hoy el mundo, por la tan elevada maldad del mundo, Dios no lo abandona, Dios lo perdona y busca reconciliarse con el mundo. Y es aquí donde precisamente, ante el aparente triunfo del mal, nos podemos aferrar a la idea de que el mal no quedará impune, porque Dios es el reivindicador de quienes no han sido tratados con justicia. Y por ello, la resurrección es una reivindicación para las víctimas del mal en este mundo.

Lo vivido en estos días santos, días de reflexión, nos invitan a recordar que hace miles de años, con su muerte y resurrección, Jesús nos mostró una manera diferente de vivir en este mundo, en un mundo nuestro de profundas desigualdades entre los pueblos, de violencia y guerra entre los hombres, por la sola ambición de las riquezas efímeras que todavía no es posible superar.

Por todo ello es por lo que vale la pena decir: “Jesús, no estás solo, aquí estoy yo”.


C. José Félix Bueno | Político, Activista social