/ jueves 9 de abril de 2020

Frente de batalla

Hoy mi vocación está bajo la prueba más exigente, yo elegí libremente mi camino y mi profesión. Caminar cada día en medio del peligro que representa un enemigo invisible, demanda de una corazón grande entregado al servicio, de aquel que sufre y confía en mis conocimientos y habilidades para ayudarle a recuperar su salud. El miedo a enfrentar lo desconocido, no se mitiga con un traje, unas gafas o unos guantes, el enemigo asecha a cada minuto y en cualquier lugar, mi centro de trabajo se ha convertido en el campo de guerra y yo con mi traje blanco debo estar al frente de la batalla.

Veo con profunda tristeza que los enemigos desafortunadamente no solo están en un virus, mis semejantes esos a los que me debo y con plena disposición sirvo, se empiezan a convertir en mis agresores; no tan solo me discriminan, también han llegado a la agresión física. Por las calles sin ninguna preocupación veo deambular a las personas, ignorando por completo las medidas de precaución y resguardo, me incomoda su falta de amor propio y más me disgusta su falta de solidaridad social, quizás sean ellos los pacientes más exigentes que mañana estarán bajo mis cuidados, quizás sean ellos los que me contagien y hagan colapsar mi limitado centro de trabajo.

Mis brazos son fuertes y con ellos no cargo un rifle o una granada, mis labios con frecuencia pronuncian palabras de aliento, esbozan una sonrisa discreta de esperanza y mis ojos en su profundidad reflejan la fe. Sin embargo, ante mi familia debo permanecer firme, contener mis manos, mis brazos para no hacerles una caricia, mis labios cargados de besos se ahogan en deseos, mis mejillas sonrosadas de cansancio anhelan una caricia y la mirada refleja el cansancio de un esfuerzo que va más allá de mi condición humana. Ante mi familia me presento fuerte, vigoroso, comprometido con mi profesión, pero en el fondo sé que estoy en riesgo, en un peligro constante y sí, debo admitir que también tengo miedo.

Estoy al frente de la batalla y ahí permaneceré hasta ganar esta guerra, si por azares del destino caigo en la desgracia y de soldado de la salud paso ser un paciente de mis colegas, confío plenamente en ellos, consiente estoy de que puedo perder lo más preciado que tengo en el campo de batalla, si así fuera, habré cumplido con mi misión con el más alto honor, enalteciendo en todo momento esta bella profesión.

Espero estar con ustedes celebrando la victoria, quizá el mundo habrá sufrido un cambio importante, la escala de valores será diferente, comprenderemos que las estrellas más importantes no están en un campo deportivo, sino en un hospital, que el trofeo más preciado no es de oro y se guarda en una vitrina, por el contrario entenderemos que el mejor trofeo es la salud, se obtiene en el juego de la vida y se guarda en esa vitrina llamada cuerpo.

Un último favor te pido permanece en tu casa, así ayudaras para que yo pueda regresar a la mía, donde me espera esa familia que hoy tengo abandonada. Hazlo por ti, hazlo por tu tesoro más grande, tu familia.

Hoy mi vocación está bajo la prueba más exigente, yo elegí libremente mi camino y mi profesión. Caminar cada día en medio del peligro que representa un enemigo invisible, demanda de una corazón grande entregado al servicio, de aquel que sufre y confía en mis conocimientos y habilidades para ayudarle a recuperar su salud. El miedo a enfrentar lo desconocido, no se mitiga con un traje, unas gafas o unos guantes, el enemigo asecha a cada minuto y en cualquier lugar, mi centro de trabajo se ha convertido en el campo de guerra y yo con mi traje blanco debo estar al frente de la batalla.

Veo con profunda tristeza que los enemigos desafortunadamente no solo están en un virus, mis semejantes esos a los que me debo y con plena disposición sirvo, se empiezan a convertir en mis agresores; no tan solo me discriminan, también han llegado a la agresión física. Por las calles sin ninguna preocupación veo deambular a las personas, ignorando por completo las medidas de precaución y resguardo, me incomoda su falta de amor propio y más me disgusta su falta de solidaridad social, quizás sean ellos los pacientes más exigentes que mañana estarán bajo mis cuidados, quizás sean ellos los que me contagien y hagan colapsar mi limitado centro de trabajo.

Mis brazos son fuertes y con ellos no cargo un rifle o una granada, mis labios con frecuencia pronuncian palabras de aliento, esbozan una sonrisa discreta de esperanza y mis ojos en su profundidad reflejan la fe. Sin embargo, ante mi familia debo permanecer firme, contener mis manos, mis brazos para no hacerles una caricia, mis labios cargados de besos se ahogan en deseos, mis mejillas sonrosadas de cansancio anhelan una caricia y la mirada refleja el cansancio de un esfuerzo que va más allá de mi condición humana. Ante mi familia me presento fuerte, vigoroso, comprometido con mi profesión, pero en el fondo sé que estoy en riesgo, en un peligro constante y sí, debo admitir que también tengo miedo.

Estoy al frente de la batalla y ahí permaneceré hasta ganar esta guerra, si por azares del destino caigo en la desgracia y de soldado de la salud paso ser un paciente de mis colegas, confío plenamente en ellos, consiente estoy de que puedo perder lo más preciado que tengo en el campo de batalla, si así fuera, habré cumplido con mi misión con el más alto honor, enalteciendo en todo momento esta bella profesión.

Espero estar con ustedes celebrando la victoria, quizá el mundo habrá sufrido un cambio importante, la escala de valores será diferente, comprenderemos que las estrellas más importantes no están en un campo deportivo, sino en un hospital, que el trofeo más preciado no es de oro y se guarda en una vitrina, por el contrario entenderemos que el mejor trofeo es la salud, se obtiene en el juego de la vida y se guarda en esa vitrina llamada cuerpo.

Un último favor te pido permanece en tu casa, así ayudaras para que yo pueda regresar a la mía, donde me espera esa familia que hoy tengo abandonada. Hazlo por ti, hazlo por tu tesoro más grande, tu familia.