/ miércoles 8 de julio de 2020

Esta es mi casa

Conozco cada rincón de la casa. El color de las paredes no ha cambiado en los últimos quince años. Fue una elección compartida, decidimos colocar una cenefa horizontal, era un diseño de alcatraces amarillos con tallos verde olivo, resalta el color blanco de la parte superior, en la otra mitad un rosa pálido se pierde ante la vista del observador. Sala y comedor tienen ese aire romántico. El pegamento de la cenefa se debilitó, ahora en la pared junto a la puerta de entrada cuelga un trozo de papel tapiz enroscado, es evidente el color original de la pared un “melón” muy en boga en los años noventa. Una lámpara que simula un candelabro pende del techo, una capa de polvo cubre los focos del artefacto iluminador. El piso es de mosaico con un efecto marmolino en su diseño, colocado cuando la casa fue construida hace más de cincuenta años. Hay una puerta que separa la sala del comedor de las llamadas “de tambor”, la perilla esta floja y el gozne se atora al abrirla y cerrarla. Un antiguo juego de sala ocupa la habitación además de una mesita de centro y sobre ella cuatro figuritas de porcelana de tortuguitas verdes ejecutando distintas actividades: jugando futbol, tocando el piano, escribiendo una carta y la última sentada en una banca del parque. Esta última presenta rastros de que fue restaurada con pegamento amarillo, para unir las piezas separadas por una fractura.

Un librero ocupa la pared contigua al ventanal. Es un mueble de cedro, que despide un olor agradable. Los estantes están colmados de enciclopedias. Los libros tienen polvo e incluso telarañas en los bordes.

Un cuadro adorna la pared frente al librero. Es un barco que navega en un océano azul turbulento e impetuoso. Un sol ilumina la escena, rodeado de nubes níveas y esponjadas. Atraviesan el cielo un par de gaviotas. El marco de la pintura es de color dorado con florecitas labradas que se empalman unas sobre otras.

Las cortinas del ventanal carcomidas por el sol parecen unas alas de murciélago abatido. Aún se distingue el estampado de la tela a pesar de la decoloración. Unas cadenas que circundan a un cuerno de la abundancia colmado de uvas y viandas, el fondo del diseño era al parecer amarillo paja. El cortinero tiene un tornillo flojo.

Si nos trasladamos a la habitación encontramos una vitrina con un vidrio quebrado, por lo tanto, el polvo esta adherido a las piezas de fino cristal cortado que ´coleccioné desde que contraje nupcias.

El comedor es de madera de pino con ocho lugares, para recibir invitados. Seis sillas aún cuentan con el plástico protector original. En el centro de la mesa hay un arreglo con frutas artificiales. Los colores brillantes se ven opacados por la suciedad.

La cocina nunca ha sido mi lugar favorito de mi casa. La estufa llena de un cebo mezcla de grasa y residuos de comida, perdió el lustre del acabado metálico que caracteriza el diseño. Una barra de cemento con tres bancos de madera era el lugar de comida. Suficiente para un par de viejos ermitaños.

El lavatrastos rebosante de trastes limpios permanece intacto desde ayer después de medio día. La licuadora permanece guardada en la alacena, compartiendo el espacio con una bolsa de sal, un paquete de arroz y dos kilos de frijoles.

Me dentendré en la cocina, no quiero llegar a la recámara ni mucho menos al baño. Son demasiadas las imágenes que se agolpan en mi mente tras la escena de ayer. Ver el baño sucio y las sábanas manchadas de púrpura no me permitirán continuar con la descripción.

Conozco cada rincón de la casa. El color de las paredes no ha cambiado en los últimos quince años. Fue una elección compartida, decidimos colocar una cenefa horizontal, era un diseño de alcatraces amarillos con tallos verde olivo, resalta el color blanco de la parte superior, en la otra mitad un rosa pálido se pierde ante la vista del observador. Sala y comedor tienen ese aire romántico. El pegamento de la cenefa se debilitó, ahora en la pared junto a la puerta de entrada cuelga un trozo de papel tapiz enroscado, es evidente el color original de la pared un “melón” muy en boga en los años noventa. Una lámpara que simula un candelabro pende del techo, una capa de polvo cubre los focos del artefacto iluminador. El piso es de mosaico con un efecto marmolino en su diseño, colocado cuando la casa fue construida hace más de cincuenta años. Hay una puerta que separa la sala del comedor de las llamadas “de tambor”, la perilla esta floja y el gozne se atora al abrirla y cerrarla. Un antiguo juego de sala ocupa la habitación además de una mesita de centro y sobre ella cuatro figuritas de porcelana de tortuguitas verdes ejecutando distintas actividades: jugando futbol, tocando el piano, escribiendo una carta y la última sentada en una banca del parque. Esta última presenta rastros de que fue restaurada con pegamento amarillo, para unir las piezas separadas por una fractura.

Un librero ocupa la pared contigua al ventanal. Es un mueble de cedro, que despide un olor agradable. Los estantes están colmados de enciclopedias. Los libros tienen polvo e incluso telarañas en los bordes.

Un cuadro adorna la pared frente al librero. Es un barco que navega en un océano azul turbulento e impetuoso. Un sol ilumina la escena, rodeado de nubes níveas y esponjadas. Atraviesan el cielo un par de gaviotas. El marco de la pintura es de color dorado con florecitas labradas que se empalman unas sobre otras.

Las cortinas del ventanal carcomidas por el sol parecen unas alas de murciélago abatido. Aún se distingue el estampado de la tela a pesar de la decoloración. Unas cadenas que circundan a un cuerno de la abundancia colmado de uvas y viandas, el fondo del diseño era al parecer amarillo paja. El cortinero tiene un tornillo flojo.

Si nos trasladamos a la habitación encontramos una vitrina con un vidrio quebrado, por lo tanto, el polvo esta adherido a las piezas de fino cristal cortado que ´coleccioné desde que contraje nupcias.

El comedor es de madera de pino con ocho lugares, para recibir invitados. Seis sillas aún cuentan con el plástico protector original. En el centro de la mesa hay un arreglo con frutas artificiales. Los colores brillantes se ven opacados por la suciedad.

La cocina nunca ha sido mi lugar favorito de mi casa. La estufa llena de un cebo mezcla de grasa y residuos de comida, perdió el lustre del acabado metálico que caracteriza el diseño. Una barra de cemento con tres bancos de madera era el lugar de comida. Suficiente para un par de viejos ermitaños.

El lavatrastos rebosante de trastes limpios permanece intacto desde ayer después de medio día. La licuadora permanece guardada en la alacena, compartiendo el espacio con una bolsa de sal, un paquete de arroz y dos kilos de frijoles.

Me dentendré en la cocina, no quiero llegar a la recámara ni mucho menos al baño. Son demasiadas las imágenes que se agolpan en mi mente tras la escena de ayer. Ver el baño sucio y las sábanas manchadas de púrpura no me permitirán continuar con la descripción.