/ viernes 14 de mayo de 2021

Espejos de vida | Otra batalla perdida

Hay eventos únicos e irrepetibles que marcan la existencia, uno de estos, es el momento del nacimiento y el otro es cuando dejamos de existir en el mundo físico.

Se ha dicho, que, al momento de nacer, es como un libro con las páginas en blanco, donde se irán imprimiendo esas experiencias, mismas que son parte inherente del desarrollo de cada ser humano y que tienen una relación directa con el entorno familiar y comunitario donde nos desenvolvemos.

Los psicólogos fundamentan en sus teorías que aparte de la carga psicogenética, las muestras de afecto, apego y amor que recibimos desde la gestación y posteriormente de nuestros primeros cuidadores son parte medular del desarrollo de la personalidad y carácter de cada individuo.

Este escrito lleva la intención de rendir un homenaje póstumo al recuerdo de Roberto Jáquez Olivas y su compañera de vida, Bertha Quintana.

Una pareja que se encuentra en el devenir del tiempo, cuando ambos ya habían procreado una familia en distintos ámbitos, pero que por aras del destino se conocen y deciden emprender una nueva etapa en su vida.

La vida se compone de dualidades. Ellos se reencuentran, pero un fantasma aparece con nubarrones de tormenta; el cáncer se había posesionado de Queta, madre de Roberto, cuyas limitaciones iban en aumento día con día.

Ellos, al igual que el resto de la familia, se comprometen en su cuidado, prodigando las atenciones y amor que un enfermo requiere; dejando a un lado las necesidades propias para volcarse en la atención de calidad que ella necesitaba y la enfermedad demandaba.

Es en ese contexto, donde nuestros lazos de amor familiar se renuevan y solidarizan; porque contrario a lo que se piensa, es en medio de la desventura y dolor, donde puede reconocerse la esencia primordial del ser humano.

Fuimos testigos de su compromiso como pareja, del emprendimiento en pos de construir y edificar un entorno seguro y armónico llamado hogar, donde podía respirarse es aroma que emana del amor; esa invitación a llegar y sentirse parte de su casa; a ser convidados de su mesa y a departir largas horas de charlas, a veces con lágrimas y otras tantas compartiendo sueños e ilusiones.

En días pasados, ambos fueron embestidos por la crueldad del Cóvid, Bertha no resistió, sus pulmones dejaron de funcionar y el soplo de vida conferido al momento de su gestación, se apagó como una vela que recibe la fuerza del viento; expiró junto con los sueños construidos. Roberto, le sobrevivió unos días, luchando contra los estragos y daños ocasionados, hasta que su cuerpo maltrecho y cansado, decidió rendirse.

No hubo honras fúnebres, sus restos mortales fueron convertidos a polvo; colocados en una pequeña caja, que fue depositada en la tumba de sus progenitoras.

Les sobreviven sus hijos, su padre: Roberto Jáquez Gardea, hermanos y demás familia que queda consternada con su pronta y triste partida.

Este obituario rescata en letras, algunos fragmentos someros de su vida, de la causa de su muerte y del duelo generado en quienes tuvimos la suerte de conocerles y amarles. Recordar a las personas, es tallar en el árbol genealógico de su vida, de su personalidad y acciones que enaltecen su recuerdo.

Nos quedamos esa sonrisa a flor de piel, con la alegría que les caracterizaba y externamos las gracias a todos los familiares y amistades que manifestaron su solidaridad en estos tiempos de despedida, desprendimiento y llanto.


Hay eventos únicos e irrepetibles que marcan la existencia, uno de estos, es el momento del nacimiento y el otro es cuando dejamos de existir en el mundo físico.

Se ha dicho, que, al momento de nacer, es como un libro con las páginas en blanco, donde se irán imprimiendo esas experiencias, mismas que son parte inherente del desarrollo de cada ser humano y que tienen una relación directa con el entorno familiar y comunitario donde nos desenvolvemos.

Los psicólogos fundamentan en sus teorías que aparte de la carga psicogenética, las muestras de afecto, apego y amor que recibimos desde la gestación y posteriormente de nuestros primeros cuidadores son parte medular del desarrollo de la personalidad y carácter de cada individuo.

Este escrito lleva la intención de rendir un homenaje póstumo al recuerdo de Roberto Jáquez Olivas y su compañera de vida, Bertha Quintana.

Una pareja que se encuentra en el devenir del tiempo, cuando ambos ya habían procreado una familia en distintos ámbitos, pero que por aras del destino se conocen y deciden emprender una nueva etapa en su vida.

La vida se compone de dualidades. Ellos se reencuentran, pero un fantasma aparece con nubarrones de tormenta; el cáncer se había posesionado de Queta, madre de Roberto, cuyas limitaciones iban en aumento día con día.

Ellos, al igual que el resto de la familia, se comprometen en su cuidado, prodigando las atenciones y amor que un enfermo requiere; dejando a un lado las necesidades propias para volcarse en la atención de calidad que ella necesitaba y la enfermedad demandaba.

Es en ese contexto, donde nuestros lazos de amor familiar se renuevan y solidarizan; porque contrario a lo que se piensa, es en medio de la desventura y dolor, donde puede reconocerse la esencia primordial del ser humano.

Fuimos testigos de su compromiso como pareja, del emprendimiento en pos de construir y edificar un entorno seguro y armónico llamado hogar, donde podía respirarse es aroma que emana del amor; esa invitación a llegar y sentirse parte de su casa; a ser convidados de su mesa y a departir largas horas de charlas, a veces con lágrimas y otras tantas compartiendo sueños e ilusiones.

En días pasados, ambos fueron embestidos por la crueldad del Cóvid, Bertha no resistió, sus pulmones dejaron de funcionar y el soplo de vida conferido al momento de su gestación, se apagó como una vela que recibe la fuerza del viento; expiró junto con los sueños construidos. Roberto, le sobrevivió unos días, luchando contra los estragos y daños ocasionados, hasta que su cuerpo maltrecho y cansado, decidió rendirse.

No hubo honras fúnebres, sus restos mortales fueron convertidos a polvo; colocados en una pequeña caja, que fue depositada en la tumba de sus progenitoras.

Les sobreviven sus hijos, su padre: Roberto Jáquez Gardea, hermanos y demás familia que queda consternada con su pronta y triste partida.

Este obituario rescata en letras, algunos fragmentos someros de su vida, de la causa de su muerte y del duelo generado en quienes tuvimos la suerte de conocerles y amarles. Recordar a las personas, es tallar en el árbol genealógico de su vida, de su personalidad y acciones que enaltecen su recuerdo.

Nos quedamos esa sonrisa a flor de piel, con la alegría que les caracterizaba y externamos las gracias a todos los familiares y amistades que manifestaron su solidaridad en estos tiempos de despedida, desprendimiento y llanto.