/ viernes 30 de abril de 2021

Espejos de vida | Milagros de vida

Etimológicamente la palabra «milagro» se deriva del latín del verbo «mirari», cuyo significado es contemplar con admiración. Los filósofos aristotélicos decían que «contemplar» es templar el alma, mirar con los ojos internos, percibir la esencia y profundidad de las cosas.

Ante esa breve conceptualización, cabe mencionar que el ser humano está en espera constante de esos milagros. Ponemos nuestra confianza en la fe, y eso conlleva la espiritualidad, lo que no es tangible ni visible, pero se siente, se respira, se vive dando fuerza y alimento al alma. Es por ello, que la religión ha ocupado un lugar preponderante dentro del desarrollo social y comunitario dentro del mundo entero.

Como seres únicos, crecemos en medio de una cultura e idiosincrasia que da fuerza y sustento a quienes somos, pensamos y actuamos; es por ello, que las religiones son conceptualizadas, entendidas y vividas desde distintas perspectivas y enfoques.

La vida misma nos presenta un abanico de situaciones y decisiones que van conformando la existencia; algunas están en nuestras manos prevenirlas y evitarlas, otras, son tan espontáneas, que nos dejan atónitos e indefensos cuando suceden; tal es el caso de accidentes, enfermedades que son crónicas, degenerativas y altamente invasivas al organismo y hago referencia a la pandemia actual, porque, ésta, ha trastocado la mayoría de las familias o de personas muy cercanas al entorno de cada uno de nosotros.

Cuando eso sucede, levantamos la vista al cielo, hurgamos en esa fe que fue inculcada en nuestro corazón y nos apoyamos en las personas que viven y profesan su credo, no sólo de palabra sino en acciones específicas en bien de sus semejantes.

Ponemos nuestra fe además en la ciencia, en los doctores y en los conocimientos que han adquirido, para que los medicamentos entren al organismo y limpien en daño ocasionado por bacterias o virus invasivos, por los estragos ocasionados por las enfermedades o las consecuencias de accidentes.

Clamamos y esperamos esos milagros, y cuando no suceden de la manera en que nosotros los teníamos previstos, sentimos frustración, enojo y vacilación ante ese Ser omnipotente que nos priva de seguir gozando la presencia de seres amados, y tratando de mitigar la pena, damos por sentado, «que Dios lo necesitaba a su lado», «que está en un lugar mejor», buscando calmar el miedo, soledad, indefensión e incertidumbre que produce la muerte.

Ante las circunstancias que actualmente nos aquejan; he aprendido a valorar el significado del milagro; el coronavirus invadió nuestro entorno familiar y vamos saliendo avantes en la batalla; la familia, aunque ausente físicamente, ha hecho patente su presencia, cuidados y amor; nuestras amistades se han preocupado por nuestra salud y bienestar, con mensajes, llamadas, incluso trayendo comida a nuestro hogar. En diciembre un sobrino cayó de un tercer piso, sufriendo múltiples fracturas y tras penosas intervenciones quirúrgicas y tratamientos dolorosos de rehabilitación, su cuerpo vuelve a restablecerse. Una sobrina acaba de dar a luz dos hermosos gemelos; el hecho de amanecer cada día, de gozar nuestros sentidos, de observar la vida floreciendo en nuestro jardín; del milagro de sabernos amados y necesitados.

Hoy levanto mi vista, abro mis brazos y clamo a toda voz: ¡gracias, señor!

Etimológicamente la palabra «milagro» se deriva del latín del verbo «mirari», cuyo significado es contemplar con admiración. Los filósofos aristotélicos decían que «contemplar» es templar el alma, mirar con los ojos internos, percibir la esencia y profundidad de las cosas.

Ante esa breve conceptualización, cabe mencionar que el ser humano está en espera constante de esos milagros. Ponemos nuestra confianza en la fe, y eso conlleva la espiritualidad, lo que no es tangible ni visible, pero se siente, se respira, se vive dando fuerza y alimento al alma. Es por ello, que la religión ha ocupado un lugar preponderante dentro del desarrollo social y comunitario dentro del mundo entero.

Como seres únicos, crecemos en medio de una cultura e idiosincrasia que da fuerza y sustento a quienes somos, pensamos y actuamos; es por ello, que las religiones son conceptualizadas, entendidas y vividas desde distintas perspectivas y enfoques.

La vida misma nos presenta un abanico de situaciones y decisiones que van conformando la existencia; algunas están en nuestras manos prevenirlas y evitarlas, otras, son tan espontáneas, que nos dejan atónitos e indefensos cuando suceden; tal es el caso de accidentes, enfermedades que son crónicas, degenerativas y altamente invasivas al organismo y hago referencia a la pandemia actual, porque, ésta, ha trastocado la mayoría de las familias o de personas muy cercanas al entorno de cada uno de nosotros.

Cuando eso sucede, levantamos la vista al cielo, hurgamos en esa fe que fue inculcada en nuestro corazón y nos apoyamos en las personas que viven y profesan su credo, no sólo de palabra sino en acciones específicas en bien de sus semejantes.

Ponemos nuestra fe además en la ciencia, en los doctores y en los conocimientos que han adquirido, para que los medicamentos entren al organismo y limpien en daño ocasionado por bacterias o virus invasivos, por los estragos ocasionados por las enfermedades o las consecuencias de accidentes.

Clamamos y esperamos esos milagros, y cuando no suceden de la manera en que nosotros los teníamos previstos, sentimos frustración, enojo y vacilación ante ese Ser omnipotente que nos priva de seguir gozando la presencia de seres amados, y tratando de mitigar la pena, damos por sentado, «que Dios lo necesitaba a su lado», «que está en un lugar mejor», buscando calmar el miedo, soledad, indefensión e incertidumbre que produce la muerte.

Ante las circunstancias que actualmente nos aquejan; he aprendido a valorar el significado del milagro; el coronavirus invadió nuestro entorno familiar y vamos saliendo avantes en la batalla; la familia, aunque ausente físicamente, ha hecho patente su presencia, cuidados y amor; nuestras amistades se han preocupado por nuestra salud y bienestar, con mensajes, llamadas, incluso trayendo comida a nuestro hogar. En diciembre un sobrino cayó de un tercer piso, sufriendo múltiples fracturas y tras penosas intervenciones quirúrgicas y tratamientos dolorosos de rehabilitación, su cuerpo vuelve a restablecerse. Una sobrina acaba de dar a luz dos hermosos gemelos; el hecho de amanecer cada día, de gozar nuestros sentidos, de observar la vida floreciendo en nuestro jardín; del milagro de sabernos amados y necesitados.

Hoy levanto mi vista, abro mis brazos y clamo a toda voz: ¡gracias, señor!