/ viernes 23 de abril de 2021

Espejos de vida | Ha muerto una Rosa

La primera vez que asistí a una conferencia de la Asociación civil Rosas Rosas, quedé totalmente asombrada; el objetivo primordial era concienciar a la sociedad sobre la importancia de la auscultación y prevención del cáncer de mama.

Desde el momento que entré al recinto, las fibras más íntimas de mi ser quedaron a flor de piel, mi alma sensible se condolía de observar a esas mujeres guerreras que daban testimonio de la lucha que estaban enfrentando, del impacto al conocer la noticia de que eran portadoras de cáncer, de los tratamientos y las terribles consecuencias inherentes, y el cómo habían asimilado el convivir con la enfermedad, siempre en una constante cercanía con el dolor y la incertidumbre, pero sobre todo, con la entereza y la fuerza para disfrutar cada segundo de vida. La Asociación estaba conformada por mujeres de todas las edades, desde muy jóvenes, hasta maduras, quienes vestían de color blanco, con un moño distintivo de color rosa sobre su pecho.

Tenían una exhibición de fotografías, donde podía precisarse la falta de un seno o de ambos, ellas mismas se encargaron de dar un recorrido por la galería, mostrando las cicatrices en el cuerpo y el testimonio de como esa extirpación se convirtió en su boleto para seguir viajando en el itinerario de la vida.

Entre esas Rosas, estaba mi entrañable amiga Tere Corral, con quien habíamos tejido lazos de amistad desde tiempo atrás; ella portaba un turbante sobre su cabeza, señal inequívoca de que estaba en tratamiento y había perdido el pelo. Yo la observaba moverse diligentemente por todo el salón, apoyando en lo que fuera necesario. Esa era la Tere que yo conocía, siempre en movimiento, lista para la acción y hoy la veía igualmente activa, pero ejecutando los pasos que marca el ritmo del cáncer

Cuando me acerqué a saludarla, quería decirle tantas cosas, asegurarle que todo saldría bien, pero solo me limité a abrazarla muy fuerte y permití que las lágrimas fluyeran libremente sobre mi rostro. Entonces, ella me consoló, me brindó su paz espiritual, tenía la plena seguridad de que saldría adelante en esa contienda; tenía muchas ganas de vivir por ella misma y por el inmenso amar profesado a su familia.

Posteriormente la encontré en otros eventos, siempre sonriente, con su mirada diáfana, transparente, con esa luz de esperanza de quien confía en que llegará el milagro de la sanación.

Seguimos frecuentándonos y saludándonos a través de las redes sociales. Supe que había vuelto a ingresar a hospitalización y uní mis plegarias para que todo saliera bien y volviera a su casa como en muchas otras ocasiones. Hoy me encuentro con la triste noticia de su fallecimiento, no puedo evitar el sentir enojo, dolor, indignación y desesperanza ante la crueldad de esa enfermedad, que invade el organismo de quien la porta y quebranta la estabilidad emocional y psicológica de toda la familia.

¡Vuela alto, querida amiga! lleva tu sonrisa a los confines del universo, allá donde no hay dolor ni angustias, ni quebrantos. El jardín de la Asociación ha perdido una Rosa, los hijos han perdido a su madre; Omar perdió a su compañera de vida; Parral, ha perdido a una mujer valiente y emprendedora.

Descansa en paz Tere Corral.


La primera vez que asistí a una conferencia de la Asociación civil Rosas Rosas, quedé totalmente asombrada; el objetivo primordial era concienciar a la sociedad sobre la importancia de la auscultación y prevención del cáncer de mama.

Desde el momento que entré al recinto, las fibras más íntimas de mi ser quedaron a flor de piel, mi alma sensible se condolía de observar a esas mujeres guerreras que daban testimonio de la lucha que estaban enfrentando, del impacto al conocer la noticia de que eran portadoras de cáncer, de los tratamientos y las terribles consecuencias inherentes, y el cómo habían asimilado el convivir con la enfermedad, siempre en una constante cercanía con el dolor y la incertidumbre, pero sobre todo, con la entereza y la fuerza para disfrutar cada segundo de vida. La Asociación estaba conformada por mujeres de todas las edades, desde muy jóvenes, hasta maduras, quienes vestían de color blanco, con un moño distintivo de color rosa sobre su pecho.

Tenían una exhibición de fotografías, donde podía precisarse la falta de un seno o de ambos, ellas mismas se encargaron de dar un recorrido por la galería, mostrando las cicatrices en el cuerpo y el testimonio de como esa extirpación se convirtió en su boleto para seguir viajando en el itinerario de la vida.

Entre esas Rosas, estaba mi entrañable amiga Tere Corral, con quien habíamos tejido lazos de amistad desde tiempo atrás; ella portaba un turbante sobre su cabeza, señal inequívoca de que estaba en tratamiento y había perdido el pelo. Yo la observaba moverse diligentemente por todo el salón, apoyando en lo que fuera necesario. Esa era la Tere que yo conocía, siempre en movimiento, lista para la acción y hoy la veía igualmente activa, pero ejecutando los pasos que marca el ritmo del cáncer

Cuando me acerqué a saludarla, quería decirle tantas cosas, asegurarle que todo saldría bien, pero solo me limité a abrazarla muy fuerte y permití que las lágrimas fluyeran libremente sobre mi rostro. Entonces, ella me consoló, me brindó su paz espiritual, tenía la plena seguridad de que saldría adelante en esa contienda; tenía muchas ganas de vivir por ella misma y por el inmenso amar profesado a su familia.

Posteriormente la encontré en otros eventos, siempre sonriente, con su mirada diáfana, transparente, con esa luz de esperanza de quien confía en que llegará el milagro de la sanación.

Seguimos frecuentándonos y saludándonos a través de las redes sociales. Supe que había vuelto a ingresar a hospitalización y uní mis plegarias para que todo saliera bien y volviera a su casa como en muchas otras ocasiones. Hoy me encuentro con la triste noticia de su fallecimiento, no puedo evitar el sentir enojo, dolor, indignación y desesperanza ante la crueldad de esa enfermedad, que invade el organismo de quien la porta y quebranta la estabilidad emocional y psicológica de toda la familia.

¡Vuela alto, querida amiga! lleva tu sonrisa a los confines del universo, allá donde no hay dolor ni angustias, ni quebrantos. El jardín de la Asociación ha perdido una Rosa, los hijos han perdido a su madre; Omar perdió a su compañera de vida; Parral, ha perdido a una mujer valiente y emprendedora.

Descansa en paz Tere Corral.