/ viernes 7 de junio de 2024

Espejos de Vida / Espejos en el tiempo

Somos reflejos de nuestra historia generacional, estamos adheridos a las raíces que nos unen, emitiendo destellos de semejanzas físicas y de comportamientos, pero en la medida que vamos creciendo, nuestro mundo interior y exterior se va expandiendo, adquiriendo sus tonalidades propias, una gama infinita de colores, con sonidos, miradas, y acciones particulares que migran hacia la colectividad, compartiendo con la gente del entorno inmediato, sembrando la semilla de individualidad en el sendero de vida, para luego aprestarnos a regarlo y cuidarlo, con el sueño de tener una cosecha abundante.

Con esta analogía de entrada, pretendo rendir homenaje a un personaje muy querido de nuestro pueblo, Balleza, Chihuahua, quien tuvo el infortunio de enfrentar una terrible enfermedad, misma que mermó sus fuerzas y finalmente, fue la causa de que perdiera la batalla.

Hago referencia al señor Reynaldo Olivas Acosta, —Tato—, con quien tuve la fortuna de convivir, porque aparte de ser del mismo terruño, compartimos también lazos consanguíneos de parentesco.

Basta mirar en retrospectiva, dar saltos a la memoria para situarnos en el ayer, puedo observar a un hombre alto, apuesto, con una sonrisa dibujada en sus labios y unos hoyuelos que delineaban sus mejillas. Siempre atento, respetuoso y cariñoso, con el saludo presto y un apretón de manos que daban cuenta de su carisma y afabilidad. Cada vez que pasaba por la casa de mamá, se detenía a saludar, a platicar, a preguntar por la familia en general.

Desde la década de los años setenta atendió uno de los bares principales del pueblo “El río vista”, espacio donde siempre fue respetado por su trato amistoso con la clientela concurrente, además de cuidar las tierras de quien fuera su patrón por muchos años. Posteriormente, se dedicó al arado de predios, con un tractor que compró para desempeñar este oficio.

Tener una larga vida le permitió gozar de grandes bonanzas, pero también de tristezas y desconsuelos al entregar al creador a muchos de sus seres queridos: a sus padres, su tercer hijo, sus hermanas Lucita y Esperanza y últimamente a su querida esposa y compañera de vida, María Luisa Moreno Olivas, con quien procreó cinco hijos: Judith, Rafael, Reynaldo (†), Ramón y María Luisa.

Le sobreviven sus hermanos Lalo y Quirino, cuatro hijos y amados nietos.

Vayan estas letras para enaltecer su recuerdo, para confortar el corazón dolido y maltrecho de su familia ante esta ausencia definitiva, porque sin lugar a dudas, lo cuidaron con esmero y cariño durante esta etapa oscura y difícil de su vida.

Queda entonces el consuelo, de que su nombre e imagen está guardada en el corazón del pueblo, en cada uno de los habitantes, y el eco de su voz, de su alegría, siempre resonará en los distintos espacios y en la memoria de quienes tuvimos la suerte de conocerlo.


“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar

la tierra a nuestros cuerpos se encarga de reclamar,

nuestras almas vuelan alto, otra vida han de buscar,

a encontrarse con sus muertos que nos guardan un lugar”.

Maestra Cuquis Sandoval Olivas

Somos reflejos de nuestra historia generacional, estamos adheridos a las raíces que nos unen, emitiendo destellos de semejanzas físicas y de comportamientos, pero en la medida que vamos creciendo, nuestro mundo interior y exterior se va expandiendo, adquiriendo sus tonalidades propias, una gama infinita de colores, con sonidos, miradas, y acciones particulares que migran hacia la colectividad, compartiendo con la gente del entorno inmediato, sembrando la semilla de individualidad en el sendero de vida, para luego aprestarnos a regarlo y cuidarlo, con el sueño de tener una cosecha abundante.

Con esta analogía de entrada, pretendo rendir homenaje a un personaje muy querido de nuestro pueblo, Balleza, Chihuahua, quien tuvo el infortunio de enfrentar una terrible enfermedad, misma que mermó sus fuerzas y finalmente, fue la causa de que perdiera la batalla.

Hago referencia al señor Reynaldo Olivas Acosta, —Tato—, con quien tuve la fortuna de convivir, porque aparte de ser del mismo terruño, compartimos también lazos consanguíneos de parentesco.

Basta mirar en retrospectiva, dar saltos a la memoria para situarnos en el ayer, puedo observar a un hombre alto, apuesto, con una sonrisa dibujada en sus labios y unos hoyuelos que delineaban sus mejillas. Siempre atento, respetuoso y cariñoso, con el saludo presto y un apretón de manos que daban cuenta de su carisma y afabilidad. Cada vez que pasaba por la casa de mamá, se detenía a saludar, a platicar, a preguntar por la familia en general.

Desde la década de los años setenta atendió uno de los bares principales del pueblo “El río vista”, espacio donde siempre fue respetado por su trato amistoso con la clientela concurrente, además de cuidar las tierras de quien fuera su patrón por muchos años. Posteriormente, se dedicó al arado de predios, con un tractor que compró para desempeñar este oficio.

Tener una larga vida le permitió gozar de grandes bonanzas, pero también de tristezas y desconsuelos al entregar al creador a muchos de sus seres queridos: a sus padres, su tercer hijo, sus hermanas Lucita y Esperanza y últimamente a su querida esposa y compañera de vida, María Luisa Moreno Olivas, con quien procreó cinco hijos: Judith, Rafael, Reynaldo (†), Ramón y María Luisa.

Le sobreviven sus hermanos Lalo y Quirino, cuatro hijos y amados nietos.

Vayan estas letras para enaltecer su recuerdo, para confortar el corazón dolido y maltrecho de su familia ante esta ausencia definitiva, porque sin lugar a dudas, lo cuidaron con esmero y cariño durante esta etapa oscura y difícil de su vida.

Queda entonces el consuelo, de que su nombre e imagen está guardada en el corazón del pueblo, en cada uno de los habitantes, y el eco de su voz, de su alegría, siempre resonará en los distintos espacios y en la memoria de quienes tuvimos la suerte de conocerlo.


“Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar

la tierra a nuestros cuerpos se encarga de reclamar,

nuestras almas vuelan alto, otra vida han de buscar,

a encontrarse con sus muertos que nos guardan un lugar”.

Maestra Cuquis Sandoval Olivas