/ viernes 30 de julio de 2021

Espejos de vida | Escribiendo y describiendo emociones

“No somos responsables de las emociones, pero sí de lo que hacemos con ellas”.

Jorge Bucay


Uno de los principales elementos de quien gusta escribir, es precisamente la observación, ya que esta alude a mirar algo con atención y detenimiento; permite abrir los canales de percepción, agudizar los sentidos para condescender el paso de lo invisible; buscar los conceptos e imágenes que lleven a las palabras precisas para describir, narrar o argumentar; plantear las bases, la conexión de ideas, los nexos que van hilando la historia a contar, para finalmente, cual pesador en la mar, lanzar el anzuelo, en espera de que algún lector se enganche con su contenido, le atrape y pueda llevar el texto no solo para beneficio o recreación propia, sino que lo comparta, lo comente, lo enriquezcan, asintiendo o discrepando con las ideas propuestas, fortaleciendo con esto, el proceso de comunicación, misma, que se convierte en premisa básica del escritor, porque se busca interactuar y establecer un diálogo por medio del texto.

La mirada tiene saltos cuánticos, tan pronto se centra en el pasado, en resaltar personajes, en eventos reales y ficticios, en el abordaje de distintos géneros literarios, pero, sobre todo, en la expresión y descripción de las emociones; ya que estas nos acompañan desde siempre, las hay innatas como secundarias, en la medida que aprendemos a conocerlas y dominarlas, vamos generando y expresando sentimientos. La educación socioemocional se reconoce como prioritaria y fundamental en todos los contextos donde hay convivencia y desarrollo.

Entonces, la conexión con ambas palabras clave: escritor y emociones, es fundamental, ya que quien escribe, vislumbra un alumbramiento de conciencia que le permite discernir, extraer y poner en la mesa ese banquete de ideas y propuestas, preparado y sazonado especialmente para los posibles lectores y respecto a la vinculación con las emociones, se entienden como pensamientos, sentimientos, percepciones e incluso, expresiones corporales y faciales.

Vaya pues una somera descripción de un viaje familiar reciente con destino a la sierra tarahumara: Guachochi, «lugar de garzas», ciudad que fue mi hogar por dos años y que he tenido la suerte de visitar en varias ocasiones; pero hoy, fue una experiencia diferente, un gozo experimentado desde la planeación, preparación, trayecto y llegada; una recreación de los sentidos por el magnífico paisaje presentado por la naturaleza, donde el color, la forma, el ritmo, cadencia y armonía, se vistieron de gala para este festín de los sentidos.

La conjugación de elementos centrales, permitió el diseño de un cuadro perfecto para el más exigente pintor. Los cerros, lomas, sembradíos, campos, ríos y arroyuelos, cascadas y barrancas, ejecutaron la danza de la vida; la construcción y ubicación de las casas, cabañas, el humo en espiral que sale de sus techos y trata de alcanzar las nubes; el trato inigualable de los lugareños, hizo que sintiéramos esa cálida bienvenida, así como el acogimiento de sentirte parte de esa belleza natural.

Un viaje así, vitamina alma, espíritu y cuerpo; el olor a tierra mojada, el clima húmedo y fresco, el canto intermitente del agua que cae escurriendo entre las rocas, la vegetación en flor, los atardeceres teñidos de colores, los amaneceres, que son un canto a la vida y al agradecimiento, el murmullo de las gotas o torrentes de agua que caen intempestivamente; todo se conjuga para proporcionar bienestar, regocijo y encuentro con la autocomplacencia. Estas emociones experimentadas, permiten una forma de comprender al mundo, obligando la expansión de la mirada a ir más allá de lo apreciable, a reconocer una nueva forma de comunicarse con el entorno, consigo mismo y con los otros. Disfrutemos pues este viaje itinerante que día a día tenemos la suerte de gozar, ensanchemos y agudicemos nuestros sentidos, nuestras emociones, ya que estas son formas de sentir y de pensar para estructurar acciones.


Maestra jubilada.


“No somos responsables de las emociones, pero sí de lo que hacemos con ellas”.

Jorge Bucay


Uno de los principales elementos de quien gusta escribir, es precisamente la observación, ya que esta alude a mirar algo con atención y detenimiento; permite abrir los canales de percepción, agudizar los sentidos para condescender el paso de lo invisible; buscar los conceptos e imágenes que lleven a las palabras precisas para describir, narrar o argumentar; plantear las bases, la conexión de ideas, los nexos que van hilando la historia a contar, para finalmente, cual pesador en la mar, lanzar el anzuelo, en espera de que algún lector se enganche con su contenido, le atrape y pueda llevar el texto no solo para beneficio o recreación propia, sino que lo comparta, lo comente, lo enriquezcan, asintiendo o discrepando con las ideas propuestas, fortaleciendo con esto, el proceso de comunicación, misma, que se convierte en premisa básica del escritor, porque se busca interactuar y establecer un diálogo por medio del texto.

La mirada tiene saltos cuánticos, tan pronto se centra en el pasado, en resaltar personajes, en eventos reales y ficticios, en el abordaje de distintos géneros literarios, pero, sobre todo, en la expresión y descripción de las emociones; ya que estas nos acompañan desde siempre, las hay innatas como secundarias, en la medida que aprendemos a conocerlas y dominarlas, vamos generando y expresando sentimientos. La educación socioemocional se reconoce como prioritaria y fundamental en todos los contextos donde hay convivencia y desarrollo.

Entonces, la conexión con ambas palabras clave: escritor y emociones, es fundamental, ya que quien escribe, vislumbra un alumbramiento de conciencia que le permite discernir, extraer y poner en la mesa ese banquete de ideas y propuestas, preparado y sazonado especialmente para los posibles lectores y respecto a la vinculación con las emociones, se entienden como pensamientos, sentimientos, percepciones e incluso, expresiones corporales y faciales.

Vaya pues una somera descripción de un viaje familiar reciente con destino a la sierra tarahumara: Guachochi, «lugar de garzas», ciudad que fue mi hogar por dos años y que he tenido la suerte de visitar en varias ocasiones; pero hoy, fue una experiencia diferente, un gozo experimentado desde la planeación, preparación, trayecto y llegada; una recreación de los sentidos por el magnífico paisaje presentado por la naturaleza, donde el color, la forma, el ritmo, cadencia y armonía, se vistieron de gala para este festín de los sentidos.

La conjugación de elementos centrales, permitió el diseño de un cuadro perfecto para el más exigente pintor. Los cerros, lomas, sembradíos, campos, ríos y arroyuelos, cascadas y barrancas, ejecutaron la danza de la vida; la construcción y ubicación de las casas, cabañas, el humo en espiral que sale de sus techos y trata de alcanzar las nubes; el trato inigualable de los lugareños, hizo que sintiéramos esa cálida bienvenida, así como el acogimiento de sentirte parte de esa belleza natural.

Un viaje así, vitamina alma, espíritu y cuerpo; el olor a tierra mojada, el clima húmedo y fresco, el canto intermitente del agua que cae escurriendo entre las rocas, la vegetación en flor, los atardeceres teñidos de colores, los amaneceres, que son un canto a la vida y al agradecimiento, el murmullo de las gotas o torrentes de agua que caen intempestivamente; todo se conjuga para proporcionar bienestar, regocijo y encuentro con la autocomplacencia. Estas emociones experimentadas, permiten una forma de comprender al mundo, obligando la expansión de la mirada a ir más allá de lo apreciable, a reconocer una nueva forma de comunicarse con el entorno, consigo mismo y con los otros. Disfrutemos pues este viaje itinerante que día a día tenemos la suerte de gozar, ensanchemos y agudicemos nuestros sentidos, nuestras emociones, ya que estas son formas de sentir y de pensar para estructurar acciones.


Maestra jubilada.