/ viernes 12 de agosto de 2022

Espejos de vida | El amor de las mascotas

“Los perros son breves rayos de luz que iluminan nuestra existencia”

Desde que iniciamos nuestra vida matrimonial, una o dos mascotas han estado en nuestro hogar, primero fue un gato amarillo al que denominamos “Tigre”, al cual traté de cuidar lo más posible, lo dejé permanecer dentro de casa y de pronto se me escapaba para buscar otros gatos; pasaba momentos de angustia al buscarlo, pensando que algo le había pasado y que jamás volvería con nosotros. Cuando nace nuestro primogénito, el pediatra nos aconsejó que debía salir del entorno inmediato del bebé para prevenir problemas de salud.

A partir de ese momento empezamos con la adopción de un perro, mismo que aprendía desde pequeñito a permanecer en el patio. Muchas mascotas de distintas razas han pasado por nuestro hogar a lo largo de cuatro décadas, todos y cada uno han sido amados y cuidados con esmero y responsabilidad. Y como bien dicen, “la palabra arrasa, pero el ejemplo educa”, mis cinco hijos han seguido esa tradición de adopción y cuidado de perritos como mascotas y por consecuencia, nuestros nueve nietos aman profundamente a los animales, pero los perros en particular.

Hace tres meses, nuestro hijo mayor nos regaló un cachorro Husky Siberiano; de pelaje blanco y suave y unos ojos azules como el cielo; el nuestro recibió el nombre de “Rayito”, y mis nietas, tras un profundo debate, decidieron nombrar al suyo como “Rocket”. En nuestras visitas cotidianas disfrutamos del crecimiento de ambos cachorros y de las nuevas travesuras efectuadas, pues esta raza se distingue por ser extremadamente juguetones y de muy buen apetito.

Nos complacemos al observar las atenciones brindadas a los cachorros, el cómo se convierten en fuente inagotable de amor y de infinitas caricias verbales y físicas que son objeto por parte de nuestras nietas. En momentos, corren con ellos por el patio, brincan, les avientan objetos para llamar su atención, cuidan su protección y comodidad ante los embates del clima y especialmente que no les falte agua y alimento. Además, gustan de narrar las aventuras que emprenden con su cachorro cada día, los aprendizajes que están adquiriendo, el amor que les profesan no solo es parte de sus palabras, sino de la emoción que cobra su rostro al contar estas historias.

Indudablemente la vida se compone de dualidades; grandes alegrías que se transforman en tristezas en un santiamén. Ayer por la noche reciben una terrible sorpresa, al regresar a su casa encuentran a “Rocket” sin vida, su cuerpo yacía inerte, con sus hermosos ojos fijos abiertos, como si hubiera sido sorprendido por la muerte y le costará acatar su destino. El llanto desgarrador de mis niñas taladra nuestros oídos y penetra hasta el corazón; se están enfrentando a un duelo al despedir a ese cachorrito que les brindó calor, acompañamiento y alegría.

No es fácil hablar sobre esa separación definitiva, no hay explicaciones racionales que puedan ser comprendidas para aligerar la carga emocional que en estos momentos les invade. Hay tantos duelos a los que tenemos que enfrentarnos a lo largo de nuestra vida, y ellas están pasando por esos momentos dolorosos, donde se culpan por no haber estado presentes y por desconocer cuál fue la causa de su partida.

Lo inesperado y repentino de esta muerte, enfatiza en ellas el miedo e incertidumbre ante lo impredecible del mundo. A lo largo de nuestra vida, hemos enfrentado este duelo en repetidas ocasiones, pero siempre nos quedamos desconcertados ante el dolor de los niños; no encontramos las palabras que mitiguen su dolor. Solo nos resta, hacerlos sentir que estamos presentes y entendemos sus sentimientos y emociones que están experimentando.

María del Refugio Sandoval | Maestra jubilada

“Los perros son breves rayos de luz que iluminan nuestra existencia”

Desde que iniciamos nuestra vida matrimonial, una o dos mascotas han estado en nuestro hogar, primero fue un gato amarillo al que denominamos “Tigre”, al cual traté de cuidar lo más posible, lo dejé permanecer dentro de casa y de pronto se me escapaba para buscar otros gatos; pasaba momentos de angustia al buscarlo, pensando que algo le había pasado y que jamás volvería con nosotros. Cuando nace nuestro primogénito, el pediatra nos aconsejó que debía salir del entorno inmediato del bebé para prevenir problemas de salud.

A partir de ese momento empezamos con la adopción de un perro, mismo que aprendía desde pequeñito a permanecer en el patio. Muchas mascotas de distintas razas han pasado por nuestro hogar a lo largo de cuatro décadas, todos y cada uno han sido amados y cuidados con esmero y responsabilidad. Y como bien dicen, “la palabra arrasa, pero el ejemplo educa”, mis cinco hijos han seguido esa tradición de adopción y cuidado de perritos como mascotas y por consecuencia, nuestros nueve nietos aman profundamente a los animales, pero los perros en particular.

Hace tres meses, nuestro hijo mayor nos regaló un cachorro Husky Siberiano; de pelaje blanco y suave y unos ojos azules como el cielo; el nuestro recibió el nombre de “Rayito”, y mis nietas, tras un profundo debate, decidieron nombrar al suyo como “Rocket”. En nuestras visitas cotidianas disfrutamos del crecimiento de ambos cachorros y de las nuevas travesuras efectuadas, pues esta raza se distingue por ser extremadamente juguetones y de muy buen apetito.

Nos complacemos al observar las atenciones brindadas a los cachorros, el cómo se convierten en fuente inagotable de amor y de infinitas caricias verbales y físicas que son objeto por parte de nuestras nietas. En momentos, corren con ellos por el patio, brincan, les avientan objetos para llamar su atención, cuidan su protección y comodidad ante los embates del clima y especialmente que no les falte agua y alimento. Además, gustan de narrar las aventuras que emprenden con su cachorro cada día, los aprendizajes que están adquiriendo, el amor que les profesan no solo es parte de sus palabras, sino de la emoción que cobra su rostro al contar estas historias.

Indudablemente la vida se compone de dualidades; grandes alegrías que se transforman en tristezas en un santiamén. Ayer por la noche reciben una terrible sorpresa, al regresar a su casa encuentran a “Rocket” sin vida, su cuerpo yacía inerte, con sus hermosos ojos fijos abiertos, como si hubiera sido sorprendido por la muerte y le costará acatar su destino. El llanto desgarrador de mis niñas taladra nuestros oídos y penetra hasta el corazón; se están enfrentando a un duelo al despedir a ese cachorrito que les brindó calor, acompañamiento y alegría.

No es fácil hablar sobre esa separación definitiva, no hay explicaciones racionales que puedan ser comprendidas para aligerar la carga emocional que en estos momentos les invade. Hay tantos duelos a los que tenemos que enfrentarnos a lo largo de nuestra vida, y ellas están pasando por esos momentos dolorosos, donde se culpan por no haber estado presentes y por desconocer cuál fue la causa de su partida.

Lo inesperado y repentino de esta muerte, enfatiza en ellas el miedo e incertidumbre ante lo impredecible del mundo. A lo largo de nuestra vida, hemos enfrentado este duelo en repetidas ocasiones, pero siempre nos quedamos desconcertados ante el dolor de los niños; no encontramos las palabras que mitiguen su dolor. Solo nos resta, hacerlos sentir que estamos presentes y entendemos sus sentimientos y emociones que están experimentando.

María del Refugio Sandoval | Maestra jubilada