/ viernes 19 de noviembre de 2021

Espejos de vida | Con equipaje de mujer

Mi vestido se ha tejido con el hilo de muchas generaciones, trae la colorimetría impresa de emociones, vivencias y patrones culturales que han prevalecido a través del tiempo, como si se hubiesen esculpido con la mano experta de la naturaleza, que ha tallado y petrificado con extrema paciencia la roca y las montañas, dejando suelos cobrizos, blanquecinos y con una gran

El telar de los patrones culturales es una herencia que se ha legado a mi feminidad; he tenido que emerger de las brumas para hacerme visible; surgir de las sombras buscando los hálitos de luz, bañarme en destellos luminosos para ir adquiriendo un propio brillo; me he confeccionado un yelmo para enfrentar una y mil batallas; me he levantado de entre los caídos, curo mis heridas, remiendo mis despojos y empiezo a caminar con el orgullo reconstruido; levanto mirada y brazos y muestro al mundo el trofeo de mis victorias; la corona ceñida sobre mi cabeza, el cetro ganado a pulso y la capa que he arrastrado a lo largo del camino y que ha servido para borrar o mitigar esas huellas de lágrimas esparcidas por el sendero. De mendiga a reina, demostrando la propia valía y poderío.

He encontrado gigantes que se obstinan en entorpecer mi destino; sin embargo, he vislumbrado la manera de esquivarlos, adquiriendo conocimiento, discernimiento, empoderamiento, astucia y don de convencimiento que fluye como gotas de rocío.

La batalla más difícil, ha sido sortear mis propios miedos y desafíos, eliminando los fantasmas que habitan en el interior de mi cuerpo y se convierten en mis principales enemigos; tratan de apoderarse de pensamientos, opacar ideas, destruir sueños, regir acciones y hasta han intentado minimizar a mi consiente, dejando fluir esas sombras de oscuridad que fueron acompañantes de mis antecesoras y quieren manifestarse y apoderarse de mi raciocinio.

«Susurran a mi oído»: ― Soy el pasado, disfrazada de presente y una simple radiografía del futuro, «me dicen, suavemente»; entonces, aspiro el aire, me doy un respiro, reúno y aprisiono sus palabras lacónicas y las soplo al viento, observando plácidamente como se difuminen en el firmamento y vuelvo a levantarme, ¡lista para enfrentar nuevos retos!

Me reconozco mujer, con mis propias cargas que ya pesan demasiado sobre mis hombros, ¡No debo! ¡Ni puedo! ¡Ni quiero! sostener la herencia generacional del sufrimiento de mis antecesoras. ¡Me libero! Dejo en este momento su equipaje, cargado de sinsabores, anhelos y sueños interrumpidos; me sumerjo en la luz que brilla en el horizonte, espero encontrar un sendero global donde no haya mujeres sin voz, sufriendo maltrato, violencia física y emocional, prohibiciones absurdas de decisiones sobre su cuerpo, su feminidad, su ropa, amistades y ansias de libertad.

Vivir en pareja ha sido toda una aventura, he aprendido a reconocer mi individualidad y sumarla para pasar del «yo» al «nosotros», a compartir sueños, a crecer respetando los límites del diálogo y entendimiento, a valorar lo que otra persona nos aporta para contribuir al bienestar y sobre todo, a sentirse copartícipe de esos nexos y eslabones de amor y compañerismo.

Vayan estas someras reflexiones a la reconstrucción de mi propio ser, al deleite de saberme viva, creadora, independiente; capaz de dar y recibir, estando consiente de mi singularidad, del poder que ejerzo sobre mis pensamientos y que se convierten en rumbo y dirección de mis acciones; de ese discernimiento al reconocerme MUJER.

Culmino citando frase de Elena Garro (2019).

“Una generación sucede a la otra, y cada una repite los actos de la anterior. Solo un instante antes de morir descubre que era posible soñar y dibujar el mundo a su manera, para luego despertar y empezar un dibujo diferente.”

María del Refugio Sandoval Olivas | Maestra

Mi vestido se ha tejido con el hilo de muchas generaciones, trae la colorimetría impresa de emociones, vivencias y patrones culturales que han prevalecido a través del tiempo, como si se hubiesen esculpido con la mano experta de la naturaleza, que ha tallado y petrificado con extrema paciencia la roca y las montañas, dejando suelos cobrizos, blanquecinos y con una gran

El telar de los patrones culturales es una herencia que se ha legado a mi feminidad; he tenido que emerger de las brumas para hacerme visible; surgir de las sombras buscando los hálitos de luz, bañarme en destellos luminosos para ir adquiriendo un propio brillo; me he confeccionado un yelmo para enfrentar una y mil batallas; me he levantado de entre los caídos, curo mis heridas, remiendo mis despojos y empiezo a caminar con el orgullo reconstruido; levanto mirada y brazos y muestro al mundo el trofeo de mis victorias; la corona ceñida sobre mi cabeza, el cetro ganado a pulso y la capa que he arrastrado a lo largo del camino y que ha servido para borrar o mitigar esas huellas de lágrimas esparcidas por el sendero. De mendiga a reina, demostrando la propia valía y poderío.

He encontrado gigantes que se obstinan en entorpecer mi destino; sin embargo, he vislumbrado la manera de esquivarlos, adquiriendo conocimiento, discernimiento, empoderamiento, astucia y don de convencimiento que fluye como gotas de rocío.

La batalla más difícil, ha sido sortear mis propios miedos y desafíos, eliminando los fantasmas que habitan en el interior de mi cuerpo y se convierten en mis principales enemigos; tratan de apoderarse de pensamientos, opacar ideas, destruir sueños, regir acciones y hasta han intentado minimizar a mi consiente, dejando fluir esas sombras de oscuridad que fueron acompañantes de mis antecesoras y quieren manifestarse y apoderarse de mi raciocinio.

«Susurran a mi oído»: ― Soy el pasado, disfrazada de presente y una simple radiografía del futuro, «me dicen, suavemente»; entonces, aspiro el aire, me doy un respiro, reúno y aprisiono sus palabras lacónicas y las soplo al viento, observando plácidamente como se difuminen en el firmamento y vuelvo a levantarme, ¡lista para enfrentar nuevos retos!

Me reconozco mujer, con mis propias cargas que ya pesan demasiado sobre mis hombros, ¡No debo! ¡Ni puedo! ¡Ni quiero! sostener la herencia generacional del sufrimiento de mis antecesoras. ¡Me libero! Dejo en este momento su equipaje, cargado de sinsabores, anhelos y sueños interrumpidos; me sumerjo en la luz que brilla en el horizonte, espero encontrar un sendero global donde no haya mujeres sin voz, sufriendo maltrato, violencia física y emocional, prohibiciones absurdas de decisiones sobre su cuerpo, su feminidad, su ropa, amistades y ansias de libertad.

Vivir en pareja ha sido toda una aventura, he aprendido a reconocer mi individualidad y sumarla para pasar del «yo» al «nosotros», a compartir sueños, a crecer respetando los límites del diálogo y entendimiento, a valorar lo que otra persona nos aporta para contribuir al bienestar y sobre todo, a sentirse copartícipe de esos nexos y eslabones de amor y compañerismo.

Vayan estas someras reflexiones a la reconstrucción de mi propio ser, al deleite de saberme viva, creadora, independiente; capaz de dar y recibir, estando consiente de mi singularidad, del poder que ejerzo sobre mis pensamientos y que se convierten en rumbo y dirección de mis acciones; de ese discernimiento al reconocerme MUJER.

Culmino citando frase de Elena Garro (2019).

“Una generación sucede a la otra, y cada una repite los actos de la anterior. Solo un instante antes de morir descubre que era posible soñar y dibujar el mundo a su manera, para luego despertar y empezar un dibujo diferente.”

María del Refugio Sandoval Olivas | Maestra