/ viernes 5 de noviembre de 2021

Espejos de la vida | Reminiscencias de vida

“La rueda de la vida” es el título que lleva el libro de Elizabeth Kübler-Ross, médica de profesión y pionera de la tanatología, «disciplina científica que se encarga de encontrar significados a la muerte, así como el ayudar a pasar por el proceso de duelo» explica la autora que, al haber reconciliación con la muerte, se aprende a valorar y amar la vida.

La palabra rueda nos lleva a reconocer que hay un punto de inicio, que se va expandiendo cual círculo concéntrico, atrapando en su núcleo a los apegos inmediatos que van creciendo conforme se avanza en el desarrollo generacional; tiene también un final, se cierra al completar un ciclo.

Volvemos al polvo y finalmente, al paso del tiempo vamos cayendo en el pozo del olvido. Así lo dijo el escritor argentino Jorge Luis Borges, en el soneto “El olvido que seremos”: Ya somos en la tumba las dos fechas/del principio y el término. La caja, / la obscena corrupción y la mortaja, /los triunfos de la muerte, y las endechas/.

Generalmente, cuando perdemos a alguien cercano, hacemos una parada introspectiva en nuestra propia vida, buscamos las reminiscencias que nos unieron, tratando de rescatar esa huella impresa en pensamiento y corazón.

Hoy quiero dedicar estas palabras para una persona muy querida que acaba de emprender su último vuelo, Dolores Sandoval Medina, mejor conocida como “Lolita” (1934-2021).

Su vida transcurrió en el pueblo de Balleza Chihuahua, no contrajo nupcias matrimoniales, se dedicó en cuerpo y alma al cuidado de sus padres y la tía María Medina hasta su fallecimiento; fue pilar en el cuidado y sostenimiento del hogar, de sus hermanos y posteriormente de sobrinos.

En lo que respecta a su servicio comunitario, será recordada como una mujer de fe, con valores religiosos cimentados desde su niñez, siempre estuvo al servicio de la iglesia, ofrecía pláticas de preparación para bautismo, confirmación y otras: así mismo, se destacó como guía y promotora de las festividades religiosas de la comunidad.

Ella, Catarina Beltrán y otras voces, entonaban hermosos salmos y cánticos durante la celebración eucarística o en las procesiones que se hacían por el pueblo. Predicando la palabra de Dios con su ejemplo de servicio y altruismo hacia el prójimo.

Aprendió desde muy joven el arte de corte y confección, elaborando prendas especiales para sacerdotes y los requeridos en el templo; atendía solicitudes personales de vestuario y cuando la escuela secundaria de la localidad era por cooperación, fue contratada para dar ese taller, además estuvo al servicio del DIF municipal en algunos periodos presidenciales, impartiendo clases y preparando a todas las mujeres que se enlistaban en sus cursos.

Yo visitaba su hogar periódicamente durante mi niñez y adolescencia, en su casa siempre era bien recibida con una sonrisa cálida y un abrazo amoroso; me encantaba escuchar sus historias y saborear los distintos platillos que preparaba, así como el delicioso pan horneado en la estufa de leña, que estaba resguardado en blancas servilletas bordadas por su propia mano. Su cocina tenía el olor peculiar de hogar, un dulzón aroma de café hirviendo y el sabor que se imprime en los alimentos cuando se preparan con amor.

Tuvo una vida plácida y tranquila, su hermana Alejandra le acompañó hasta completar su propio ciclo de vida; entonces Lolita pasa al cuidado de su sobrina “Eloísa Ofelia Sandoval Delval”, quien le atendió con amor, paciencia y dedicación hasta el último momento de su existencia.

Vayan estas letras como un homenaje a su vida, tratando de preservar su recuerdo.


María del Refugio Sandoval Olivas | Maestra y escritora



“La rueda de la vida” es el título que lleva el libro de Elizabeth Kübler-Ross, médica de profesión y pionera de la tanatología, «disciplina científica que se encarga de encontrar significados a la muerte, así como el ayudar a pasar por el proceso de duelo» explica la autora que, al haber reconciliación con la muerte, se aprende a valorar y amar la vida.

La palabra rueda nos lleva a reconocer que hay un punto de inicio, que se va expandiendo cual círculo concéntrico, atrapando en su núcleo a los apegos inmediatos que van creciendo conforme se avanza en el desarrollo generacional; tiene también un final, se cierra al completar un ciclo.

Volvemos al polvo y finalmente, al paso del tiempo vamos cayendo en el pozo del olvido. Así lo dijo el escritor argentino Jorge Luis Borges, en el soneto “El olvido que seremos”: Ya somos en la tumba las dos fechas/del principio y el término. La caja, / la obscena corrupción y la mortaja, /los triunfos de la muerte, y las endechas/.

Generalmente, cuando perdemos a alguien cercano, hacemos una parada introspectiva en nuestra propia vida, buscamos las reminiscencias que nos unieron, tratando de rescatar esa huella impresa en pensamiento y corazón.

Hoy quiero dedicar estas palabras para una persona muy querida que acaba de emprender su último vuelo, Dolores Sandoval Medina, mejor conocida como “Lolita” (1934-2021).

Su vida transcurrió en el pueblo de Balleza Chihuahua, no contrajo nupcias matrimoniales, se dedicó en cuerpo y alma al cuidado de sus padres y la tía María Medina hasta su fallecimiento; fue pilar en el cuidado y sostenimiento del hogar, de sus hermanos y posteriormente de sobrinos.

En lo que respecta a su servicio comunitario, será recordada como una mujer de fe, con valores religiosos cimentados desde su niñez, siempre estuvo al servicio de la iglesia, ofrecía pláticas de preparación para bautismo, confirmación y otras: así mismo, se destacó como guía y promotora de las festividades religiosas de la comunidad.

Ella, Catarina Beltrán y otras voces, entonaban hermosos salmos y cánticos durante la celebración eucarística o en las procesiones que se hacían por el pueblo. Predicando la palabra de Dios con su ejemplo de servicio y altruismo hacia el prójimo.

Aprendió desde muy joven el arte de corte y confección, elaborando prendas especiales para sacerdotes y los requeridos en el templo; atendía solicitudes personales de vestuario y cuando la escuela secundaria de la localidad era por cooperación, fue contratada para dar ese taller, además estuvo al servicio del DIF municipal en algunos periodos presidenciales, impartiendo clases y preparando a todas las mujeres que se enlistaban en sus cursos.

Yo visitaba su hogar periódicamente durante mi niñez y adolescencia, en su casa siempre era bien recibida con una sonrisa cálida y un abrazo amoroso; me encantaba escuchar sus historias y saborear los distintos platillos que preparaba, así como el delicioso pan horneado en la estufa de leña, que estaba resguardado en blancas servilletas bordadas por su propia mano. Su cocina tenía el olor peculiar de hogar, un dulzón aroma de café hirviendo y el sabor que se imprime en los alimentos cuando se preparan con amor.

Tuvo una vida plácida y tranquila, su hermana Alejandra le acompañó hasta completar su propio ciclo de vida; entonces Lolita pasa al cuidado de su sobrina “Eloísa Ofelia Sandoval Delval”, quien le atendió con amor, paciencia y dedicación hasta el último momento de su existencia.

Vayan estas letras como un homenaje a su vida, tratando de preservar su recuerdo.


María del Refugio Sandoval Olivas | Maestra y escritora