/ viernes 3 de junio de 2022

Espejos de la vida | La palabra que construye o destruye

El presenta artículo presenta un abordaje somero sobre el poder que se le confiere a la palabra, ya sea en forma oral o escrita, no solo como un sistema de comunicación, sino como la creación de realidades. Dimensionando la importancia del tema, se considera necesario parafrasear parte del discurso emitido por la conferencista Johana Alejandra Nivia, psicóloga y especialista en talento humano, procedente de Colombia. Ella inicia su disertación explicando el origen del ser humano y su evolución de necesidades. Subraya el rasgo característico de raciocinio, que no solo impera en el hombre, sino que es una capacidad presente en menor proporción en algunas especies animales, como son: los primates, elefantes y delfines entre otros; destacando, que, a diferencia de éstos, el hombre ha desarrollado el lenguaje y éste ha tenido un alto impacto por sus relaciones gregarias, y que, a su vez, ha sido plataforma de empuje en el desarrollo de la ciencia y la tecnología.

El lenguaje determina la arquitectura de nuestra mente, es la capacidad de comunicación elaborada y compleja que permite expresar ideas, emociones, pensamientos y sentimientos; ya que somos seres sociales que necesitamos desarrollar vínculos para comunicarnos entre nosotros y seguir creciendo en la capacidad cognitiva y creadora. La parte medular de su mensaje y que, a su vez, me sirve como núcleo que da fundamento y razón a este escrito, lo encontré en la parte donde menciona que el lenguaje es un transporte que necesita un conductor, este conductor se denomina sensopercepción, que como su nombre lo indica, hace uso de los sentidos: táctil, visual, auditivo, olfativo y gustativo para percibir e interpretar el ambiente de comunicación. Entonces, puede explicarse este proceso de la siguiente manera: cuando se emite un mensaje, primero se capta, la información, se analiza, se procesa, evalúa y se decodifica en nuestra realidad interna; luego estaremos en posibilidad de externarla o trasmitirla a los demás. Pero a pesar de utilizar códigos comunes, el significado que cada quien le otorga depende de su bagaje cultural y experiencia.

Ese vínculo de comunicación, nos ha permitido transitar en este devenir histórico; donde se contextualiza el momento de acuerdo a esas realidades que se le confiere al mensaje.

Después de este preámbulo, podemos comprender que la palabra tiene el poder de edificar o destruir de acuerdo a la percepción y recepción, así como al tono y momento en que se emite. La palabra ha sido utilizada como demagogia para convencer a las masas, para domesticar el pensamiento, para compartir el conocimiento, para dialogar y consensuar, entre otros muchos usos, pero también para generar conflictos.

Hoy en día, los mensajes viajan a una velocidad vertiginosa a través de los medios sociales; una interpretación errónea de alguno de los emisores puede llevar a trasmitir un mensaje fallido; y así, como el teléfono descompuesto, este va llegando cada vez más distorsionado.

Antes de censurar a una persona o dar credibilidad a un hecho, debemos hacerlo pasar por esos tres filtros mencionados en la fábula de Sócrates: ¿Es verdad? ¿Existe bondad en ese comentario?, ¿Hay necesidad de que yo me entere o conozca el caso?

Todos y cada uno somos responsables de lo que pensamos y decimos, lo que algunas veces no dimensionamos es hasta donde afectan las palabras acompañadas de acciones que atentan contra la dignidad de una persona.

Hermanados en una comunidad debemos cuidar esos filtros, de analizar los mensajes desde diversas ópticas, porque ya lo decían los relativistas: “Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira”.


María del Refugio Sandoval Olivas | Maestra jubilada

El presenta artículo presenta un abordaje somero sobre el poder que se le confiere a la palabra, ya sea en forma oral o escrita, no solo como un sistema de comunicación, sino como la creación de realidades. Dimensionando la importancia del tema, se considera necesario parafrasear parte del discurso emitido por la conferencista Johana Alejandra Nivia, psicóloga y especialista en talento humano, procedente de Colombia. Ella inicia su disertación explicando el origen del ser humano y su evolución de necesidades. Subraya el rasgo característico de raciocinio, que no solo impera en el hombre, sino que es una capacidad presente en menor proporción en algunas especies animales, como son: los primates, elefantes y delfines entre otros; destacando, que, a diferencia de éstos, el hombre ha desarrollado el lenguaje y éste ha tenido un alto impacto por sus relaciones gregarias, y que, a su vez, ha sido plataforma de empuje en el desarrollo de la ciencia y la tecnología.

El lenguaje determina la arquitectura de nuestra mente, es la capacidad de comunicación elaborada y compleja que permite expresar ideas, emociones, pensamientos y sentimientos; ya que somos seres sociales que necesitamos desarrollar vínculos para comunicarnos entre nosotros y seguir creciendo en la capacidad cognitiva y creadora. La parte medular de su mensaje y que, a su vez, me sirve como núcleo que da fundamento y razón a este escrito, lo encontré en la parte donde menciona que el lenguaje es un transporte que necesita un conductor, este conductor se denomina sensopercepción, que como su nombre lo indica, hace uso de los sentidos: táctil, visual, auditivo, olfativo y gustativo para percibir e interpretar el ambiente de comunicación. Entonces, puede explicarse este proceso de la siguiente manera: cuando se emite un mensaje, primero se capta, la información, se analiza, se procesa, evalúa y se decodifica en nuestra realidad interna; luego estaremos en posibilidad de externarla o trasmitirla a los demás. Pero a pesar de utilizar códigos comunes, el significado que cada quien le otorga depende de su bagaje cultural y experiencia.

Ese vínculo de comunicación, nos ha permitido transitar en este devenir histórico; donde se contextualiza el momento de acuerdo a esas realidades que se le confiere al mensaje.

Después de este preámbulo, podemos comprender que la palabra tiene el poder de edificar o destruir de acuerdo a la percepción y recepción, así como al tono y momento en que se emite. La palabra ha sido utilizada como demagogia para convencer a las masas, para domesticar el pensamiento, para compartir el conocimiento, para dialogar y consensuar, entre otros muchos usos, pero también para generar conflictos.

Hoy en día, los mensajes viajan a una velocidad vertiginosa a través de los medios sociales; una interpretación errónea de alguno de los emisores puede llevar a trasmitir un mensaje fallido; y así, como el teléfono descompuesto, este va llegando cada vez más distorsionado.

Antes de censurar a una persona o dar credibilidad a un hecho, debemos hacerlo pasar por esos tres filtros mencionados en la fábula de Sócrates: ¿Es verdad? ¿Existe bondad en ese comentario?, ¿Hay necesidad de que yo me entere o conozca el caso?

Todos y cada uno somos responsables de lo que pensamos y decimos, lo que algunas veces no dimensionamos es hasta donde afectan las palabras acompañadas de acciones que atentan contra la dignidad de una persona.

Hermanados en una comunidad debemos cuidar esos filtros, de analizar los mensajes desde diversas ópticas, porque ya lo decían los relativistas: “Nada es verdad, nada es mentira, todo depende del cristal con que se mira”.


María del Refugio Sandoval Olivas | Maestra jubilada