/ viernes 8 de octubre de 2021

Espejos de la vida | Cuidadores

Recientemente participé en una convocatoria emitida desde Madrid, que lleva por título “Supercuidadores”, las bases me llamaron la atención y procedí a enviar mi texto titulado “Cuidándola con amor”, quedando seleccionada para contribuir en ese magnífico trabajo que se conformó por 200 participantes de distintas partes del mundo. En la página de la editorial se colocaron los relatos y tuvimos la oportunidad de ir leyendo las aportaciones. En mi caso, ahondé sobre la bendición de haber tenido la dicha, junto con mis hermanos de brindar el cuidado y atención a mamá, una ancianita de nueve décadas y media, cuya fuerza y salud fue menguando en sus dos últimos años de vida; las situaciones que enfrentamos como familia y el cómo debemos acomodar nuestros tiempos y espacios para otorgarle la mejor atención posible; situaciones que, dentro de la complejidad cronológica que vienen implícitas con la edad, pueden considerarse naturales desde otras perspectivas, pero la familia enfrenta y vive un duelo desde las primeras manifestaciones de carencias físicas, de memoria, de observar deterioro y sufrimiento de la persona a nuestro cargo y el triste e inevitable arribo del final.

Se dice que solo tomamos conciencia plena de las cosas cuando somos partícipes de estas. Pasamos por estas, como el caso de nuestra nieta que contrajo cáncer siendo una pequeñita de ocho años y la batalla que enfrentamos como familia hasta finalmente perderla. Podíamos escuchar una serie de casos relacionados, sin embargo, cuando nos toca ser los protagonistas, estas experiencias adquieren una profundidad que nos llevan a conocer los abismos del dolor y desesperación.

Por medio de la lectura de distintos casos de cuidadores que narraron su experiencia, incursiono en un mundo de situaciones diversas, tales como el desafío de una madre primeriza colombiana, cuyo bebé nace con el Síndrome de Cornelia de lange, «trastorno genético que causa malformaciones físicas, internas y cognitivas».

Una enfermera versa su narrativa sobre los enfermos atendidos durante la pandemia, el sufrimiento y ansiedad causado por el aislamiento, el único contacto proporcionado era cuando ella u otros enfermeros entraban completamente equipados, sin siquiera ser visible su rostro.

Una esposa dedicada al cuidado de su marido quien tenía múltiples dolencias por el cáncer que le aquejaba, sufrió un infarto masivo y estuvo por meses en coma inducido, hasta el desprendimiento de su cuerpo terrenal.

Historias sobre casas de acogida, niños que nacen con enfermedades crónico degenerativas y requieren cuidados especiales; accidentes que marcan un antes y un después, los zarpazos del Alzheimer y la demencia senil, entre otros.

Cada caso induce a la reflexión y conexión con las experiencias que nos ha tocado conocer o presenciar a nuestro alrededor; donde la enfermedad, síndromes, accidentes o eventos fortuitos, se presentan cual tentáculos que arrasan y cambian la vida no solo de quien lo padece, sino del entorno familiar, el papel medular de los cuidadores, quienes debemos aprender a conectar con quien nos necesita, a comprender lo que le está sucediendo, a disponer la casa como un remanso de paz y brindar cobijo, amor y seguridad.

Todos y cada uno de nosotros nos convertimos en un momento de nuestra existencia en cuidadores del otro, ya sea el hermano más pequeño, a quien le aqueja una dolencia en particular, pero, quien enfrenta estos desafíos de manera permanente, merecen nuestro reconocimiento y agradecimiento.

Estas reflexiones quedan como puerta de escrutinio a nuestra conciencia, ¿Qué tanto aportamos a las personas que dedican su vida a cuidar del otro?

María del Refugio Sandoval | Maestra Jubilada

Recientemente participé en una convocatoria emitida desde Madrid, que lleva por título “Supercuidadores”, las bases me llamaron la atención y procedí a enviar mi texto titulado “Cuidándola con amor”, quedando seleccionada para contribuir en ese magnífico trabajo que se conformó por 200 participantes de distintas partes del mundo. En la página de la editorial se colocaron los relatos y tuvimos la oportunidad de ir leyendo las aportaciones. En mi caso, ahondé sobre la bendición de haber tenido la dicha, junto con mis hermanos de brindar el cuidado y atención a mamá, una ancianita de nueve décadas y media, cuya fuerza y salud fue menguando en sus dos últimos años de vida; las situaciones que enfrentamos como familia y el cómo debemos acomodar nuestros tiempos y espacios para otorgarle la mejor atención posible; situaciones que, dentro de la complejidad cronológica que vienen implícitas con la edad, pueden considerarse naturales desde otras perspectivas, pero la familia enfrenta y vive un duelo desde las primeras manifestaciones de carencias físicas, de memoria, de observar deterioro y sufrimiento de la persona a nuestro cargo y el triste e inevitable arribo del final.

Se dice que solo tomamos conciencia plena de las cosas cuando somos partícipes de estas. Pasamos por estas, como el caso de nuestra nieta que contrajo cáncer siendo una pequeñita de ocho años y la batalla que enfrentamos como familia hasta finalmente perderla. Podíamos escuchar una serie de casos relacionados, sin embargo, cuando nos toca ser los protagonistas, estas experiencias adquieren una profundidad que nos llevan a conocer los abismos del dolor y desesperación.

Por medio de la lectura de distintos casos de cuidadores que narraron su experiencia, incursiono en un mundo de situaciones diversas, tales como el desafío de una madre primeriza colombiana, cuyo bebé nace con el Síndrome de Cornelia de lange, «trastorno genético que causa malformaciones físicas, internas y cognitivas».

Una enfermera versa su narrativa sobre los enfermos atendidos durante la pandemia, el sufrimiento y ansiedad causado por el aislamiento, el único contacto proporcionado era cuando ella u otros enfermeros entraban completamente equipados, sin siquiera ser visible su rostro.

Una esposa dedicada al cuidado de su marido quien tenía múltiples dolencias por el cáncer que le aquejaba, sufrió un infarto masivo y estuvo por meses en coma inducido, hasta el desprendimiento de su cuerpo terrenal.

Historias sobre casas de acogida, niños que nacen con enfermedades crónico degenerativas y requieren cuidados especiales; accidentes que marcan un antes y un después, los zarpazos del Alzheimer y la demencia senil, entre otros.

Cada caso induce a la reflexión y conexión con las experiencias que nos ha tocado conocer o presenciar a nuestro alrededor; donde la enfermedad, síndromes, accidentes o eventos fortuitos, se presentan cual tentáculos que arrasan y cambian la vida no solo de quien lo padece, sino del entorno familiar, el papel medular de los cuidadores, quienes debemos aprender a conectar con quien nos necesita, a comprender lo que le está sucediendo, a disponer la casa como un remanso de paz y brindar cobijo, amor y seguridad.

Todos y cada uno de nosotros nos convertimos en un momento de nuestra existencia en cuidadores del otro, ya sea el hermano más pequeño, a quien le aqueja una dolencia en particular, pero, quien enfrenta estos desafíos de manera permanente, merecen nuestro reconocimiento y agradecimiento.

Estas reflexiones quedan como puerta de escrutinio a nuestra conciencia, ¿Qué tanto aportamos a las personas que dedican su vida a cuidar del otro?

María del Refugio Sandoval | Maestra Jubilada