/ sábado 23 de octubre de 2021

Entre voces | Un árbol, un hijo y un libro (parte 1)

El poeta cubano José Martí escribía que todo ser humano debería plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Veamos con calma cada una de estas invitaciones del escritor cubano que nos ayudarán a revisar las huellas que vamos dejando. Empecemos por el árbol.

Recuerdo que siendo un adolescente quise sembrar en un rancho de un tío en Villa Matamoros un huerto de hortalizas. Compré semillas de lechuga y calabacitas. Preparé la tierra, hice mis dibujos pues era en forma de caracol, pensé en cómo regar, etc. Todo iba bien, hasta que me dí cuenta de la paciencia que exige la agricultura. En una semana quería tener ya ¡la ensalada en mi plato! Y como suele pasar en un adolescente, a la primera prueba, es fácil desistir. Ahí no terminó mi vocación de agricultor. Aprendí a manejar un tractor. Sembraba con un amigo maíz y frijol en el verano. Después del barbecho, la rastra, la sembradora, la cultivadora, el deshierbar… y pasados los meses los elotes.

Pareciera que por fin tuve éxito, pero no. Veía las plantas muy pequeñas, yo quería que espigaran cuando crecieran dos metros. Solo daban una mazorca, para mí eso era muy poco. Ya pasados los años, al vivir en el extranjero, sembré plantas de chile de árbol y habanero. Supe lo delicadas que eran. Con cuidado las sembré, las regué, las cuidé, les hablaba y por fin pude ver sus flores y semanas después los frutos. Chiles mexicanos en Escandinavia, eran un logro, un éxito. Me dieron felicidad, aunque su existencia fuese solo por una temporada. De ellas obtuve semilla para el siguiente año.

¡Qué enseñanzas! Sembrar un árbol no es tomarse la foto y decir que estamos reforestando el planeta. Es cuidar lo sembrado, es tener reverencia y paciencia por la vida. Yo admiro mucho a los agricultores y sé lo que significan las palabras del salmo 125: “al ir iban llorando echando la semilla, al volver vienen cantando, cargando sus gavillas”.

Pasemos a la descendencia: el hijo. En este tema biológicamente no soy quien para decirlo, pero sí como padre espiritual y asesor de muchos jóvenes a lo largo de veinte años como sacerdote. He acompañado a mis hermanos, a mis amigos en las alegrías del embarazo (y en las tristezas de los que aún no han podido lograrlo), en verlos crecer y sufrir por la carga hormonal de los adolescentes. El poeta seguramente se refiere a lo importante que es trascender, educar, llevar adelante esa entrega de valores a la siguiente generación. El ser humano no sólo se reproduce como especie, sino que trasciende en la generación siguiente. Pienso que así todos podemos cumplir con el requisito. Todos podremos dejar algo bueno en la siguiente generación.

El libro, quizá lo más difícil. Decía una persona que actualmente la gente no quiere leer o batalla para concentrarse y terminar una buena lectura. Los celulares y la primacía de la imagen, no se digan los videos y tik-toks, hacen caer en una superficialidad que dejan poco espacio para alimentar el espíritu con buenas lecturas. Estuve unos días de vacaciones y lo que más disfruté fue leer. Qué hermosa compañía la de un libro. Les digo esto, porque si alguien quiere escribir bien, debe leer. Es el primer paso. Cuando terminé mis tesinas para terminar la filosofía, la teología y la comunicación, experimenté el gozo de haber concluido un periodo de investigación fruto de muchas horas de lectura y estudio.



Pbro. Lic. Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en comunicación social.


El poeta cubano José Martí escribía que todo ser humano debería plantar un árbol, tener un hijo y escribir un libro. Veamos con calma cada una de estas invitaciones del escritor cubano que nos ayudarán a revisar las huellas que vamos dejando. Empecemos por el árbol.

Recuerdo que siendo un adolescente quise sembrar en un rancho de un tío en Villa Matamoros un huerto de hortalizas. Compré semillas de lechuga y calabacitas. Preparé la tierra, hice mis dibujos pues era en forma de caracol, pensé en cómo regar, etc. Todo iba bien, hasta que me dí cuenta de la paciencia que exige la agricultura. En una semana quería tener ya ¡la ensalada en mi plato! Y como suele pasar en un adolescente, a la primera prueba, es fácil desistir. Ahí no terminó mi vocación de agricultor. Aprendí a manejar un tractor. Sembraba con un amigo maíz y frijol en el verano. Después del barbecho, la rastra, la sembradora, la cultivadora, el deshierbar… y pasados los meses los elotes.

Pareciera que por fin tuve éxito, pero no. Veía las plantas muy pequeñas, yo quería que espigaran cuando crecieran dos metros. Solo daban una mazorca, para mí eso era muy poco. Ya pasados los años, al vivir en el extranjero, sembré plantas de chile de árbol y habanero. Supe lo delicadas que eran. Con cuidado las sembré, las regué, las cuidé, les hablaba y por fin pude ver sus flores y semanas después los frutos. Chiles mexicanos en Escandinavia, eran un logro, un éxito. Me dieron felicidad, aunque su existencia fuese solo por una temporada. De ellas obtuve semilla para el siguiente año.

¡Qué enseñanzas! Sembrar un árbol no es tomarse la foto y decir que estamos reforestando el planeta. Es cuidar lo sembrado, es tener reverencia y paciencia por la vida. Yo admiro mucho a los agricultores y sé lo que significan las palabras del salmo 125: “al ir iban llorando echando la semilla, al volver vienen cantando, cargando sus gavillas”.

Pasemos a la descendencia: el hijo. En este tema biológicamente no soy quien para decirlo, pero sí como padre espiritual y asesor de muchos jóvenes a lo largo de veinte años como sacerdote. He acompañado a mis hermanos, a mis amigos en las alegrías del embarazo (y en las tristezas de los que aún no han podido lograrlo), en verlos crecer y sufrir por la carga hormonal de los adolescentes. El poeta seguramente se refiere a lo importante que es trascender, educar, llevar adelante esa entrega de valores a la siguiente generación. El ser humano no sólo se reproduce como especie, sino que trasciende en la generación siguiente. Pienso que así todos podemos cumplir con el requisito. Todos podremos dejar algo bueno en la siguiente generación.

El libro, quizá lo más difícil. Decía una persona que actualmente la gente no quiere leer o batalla para concentrarse y terminar una buena lectura. Los celulares y la primacía de la imagen, no se digan los videos y tik-toks, hacen caer en una superficialidad que dejan poco espacio para alimentar el espíritu con buenas lecturas. Estuve unos días de vacaciones y lo que más disfruté fue leer. Qué hermosa compañía la de un libro. Les digo esto, porque si alguien quiere escribir bien, debe leer. Es el primer paso. Cuando terminé mis tesinas para terminar la filosofía, la teología y la comunicación, experimenté el gozo de haber concluido un periodo de investigación fruto de muchas horas de lectura y estudio.



Pbro. Lic. Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en comunicación social.