/ sábado 6 de marzo de 2021

Entre Voces | Ríos de hierro

En estos días escuchaba algunas notas sobre un estudio del narcotráfico en los Estados Unidos de Norteamérica. Tienen identificados los cárteles mexicanos que proveen de drogas a todas las regiones de su territorio, así como líneas de flujo de mercancías químicas para su elaboración. China que surte a los laboratorios clandestinos en desiertos y ciudades mexicanas, y drogas que fluyen por una frontera prohibida para los terrestres o que no se hagan pruebas rápidas del coronavirus. Un verdadero mapa que la DEA hay ido armando a través de las últimas décadas, donde solo se integran nuevos elementos, nuevos capos, y más muertes.

Todo esto no es nada nuevo, lo curioso es que los vecinos del norte ponen el acento en los que les llevan las drogas y poco en los que las consumen provocando un deterioro social, que lejos están de compararse con Amsterdam y lugares donde se han legalizado las drogas hace años. Es en verdad un problema de salud pública que dentro de poco llegará al colapso. Claro que entre los más de 300 millones que son, millones de adictos parecen no desbalancear sus números.

Más allá del problema de salud, hoy quiero detenerme en lo que pasa de allá para acá. Los cárteles llevan drogas “Made in China” pero ensambladas o procesadas en México. A cambio de dólares y armas. Los primeros dando un poder económico y un estatus de vida que seducen a miles de jóvenes que en vez de agarrar un libro y educarse, sabiendo jalar un gatillo, consiguen sueldos mejores que un profesionista titulado y con trabajo (que parecen batallar más cada día para existir). Así que este dinero fácil, y este modo de vida seductor, llevan consigo el enorme tráfico de armas del norte al sur.

Cuando se toca el tema de limitar las armas a un país bélico como el de las barras y las estrellas, resulta casi un tabú. Producen millones de armas, millones de balas, pero no quieren aparecer como los causantes de masacres en guerras, escuelas y caminos de México. Hace unos años, el famoso programa “Rápido y furioso” que no encuentra paternidad, era para monitorear a donde pasaban las armas, pero como el apagón del ’88, nadie supo donde se rompió el eslabón y pasaron las armas y se armaron los matones.

Este río de hierro producido en el norte, y que trae sus aguas férreas hacia nuestra Latinoamérica, está ocasionando más violencia y orfandad. Cada fin de año nos damos cuenta por su sonido, que muchos andan armados, con pretextos de ser cazadores ocasionales, o por defensa propia. Niños que oyen armas, y ven a sus padres o tíos sentirse orgullosos de ese “poder”, no miran en el horizonte un libro, sino el ganarse la vida a consta de otras vidas.

Las leyes pueden ser esas barreras que algo limiten en el norte su producción y comercialización pero, así como los de aquel lado de la frontera son consumidores de drogas, nosotros seguimos sus malos hábitos: armas y drogas. En vez de imitar su trabajo continuo y búsqueda de progreso, nos quedamos a un lado viendo como corre la sangre por este río de hierro. Espero que algún día sea agua limpia la que corra por este río, y árboles frutales los que crezcan a su alrededor y no mujeres solas y lágrimas que no se secan. Como dijo el profeta: “llegará un día en que de las espadas se hagan arados y de las lanzas tijeras para podar.” (Isaías 2,4)

En estos días escuchaba algunas notas sobre un estudio del narcotráfico en los Estados Unidos de Norteamérica. Tienen identificados los cárteles mexicanos que proveen de drogas a todas las regiones de su territorio, así como líneas de flujo de mercancías químicas para su elaboración. China que surte a los laboratorios clandestinos en desiertos y ciudades mexicanas, y drogas que fluyen por una frontera prohibida para los terrestres o que no se hagan pruebas rápidas del coronavirus. Un verdadero mapa que la DEA hay ido armando a través de las últimas décadas, donde solo se integran nuevos elementos, nuevos capos, y más muertes.

Todo esto no es nada nuevo, lo curioso es que los vecinos del norte ponen el acento en los que les llevan las drogas y poco en los que las consumen provocando un deterioro social, que lejos están de compararse con Amsterdam y lugares donde se han legalizado las drogas hace años. Es en verdad un problema de salud pública que dentro de poco llegará al colapso. Claro que entre los más de 300 millones que son, millones de adictos parecen no desbalancear sus números.

Más allá del problema de salud, hoy quiero detenerme en lo que pasa de allá para acá. Los cárteles llevan drogas “Made in China” pero ensambladas o procesadas en México. A cambio de dólares y armas. Los primeros dando un poder económico y un estatus de vida que seducen a miles de jóvenes que en vez de agarrar un libro y educarse, sabiendo jalar un gatillo, consiguen sueldos mejores que un profesionista titulado y con trabajo (que parecen batallar más cada día para existir). Así que este dinero fácil, y este modo de vida seductor, llevan consigo el enorme tráfico de armas del norte al sur.

Cuando se toca el tema de limitar las armas a un país bélico como el de las barras y las estrellas, resulta casi un tabú. Producen millones de armas, millones de balas, pero no quieren aparecer como los causantes de masacres en guerras, escuelas y caminos de México. Hace unos años, el famoso programa “Rápido y furioso” que no encuentra paternidad, era para monitorear a donde pasaban las armas, pero como el apagón del ’88, nadie supo donde se rompió el eslabón y pasaron las armas y se armaron los matones.

Este río de hierro producido en el norte, y que trae sus aguas férreas hacia nuestra Latinoamérica, está ocasionando más violencia y orfandad. Cada fin de año nos damos cuenta por su sonido, que muchos andan armados, con pretextos de ser cazadores ocasionales, o por defensa propia. Niños que oyen armas, y ven a sus padres o tíos sentirse orgullosos de ese “poder”, no miran en el horizonte un libro, sino el ganarse la vida a consta de otras vidas.

Las leyes pueden ser esas barreras que algo limiten en el norte su producción y comercialización pero, así como los de aquel lado de la frontera son consumidores de drogas, nosotros seguimos sus malos hábitos: armas y drogas. En vez de imitar su trabajo continuo y búsqueda de progreso, nos quedamos a un lado viendo como corre la sangre por este río de hierro. Espero que algún día sea agua limpia la que corra por este río, y árboles frutales los que crezcan a su alrededor y no mujeres solas y lágrimas que no se secan. Como dijo el profeta: “llegará un día en que de las espadas se hagan arados y de las lanzas tijeras para podar.” (Isaías 2,4)