/ sábado 23 de abril de 2022

Entre voces | No somos como ellos

Pasados los días de cuaresma y todas las celebraciones de la semana Santa, los días siguientes nos ofrecen una oportunidad de descanso. Algunos han ido a visitar familiares, acampar en algún balneario, días en el rancho, ir al cine a ver una buena película o simplemente quedarse más tiempo en casa descansando. Me incluyo en los del último grupo y quiero hoy compartirles algo que me llamó la atención de una serie llamada herederos de la tierra.


Aunque no la he terminado de ver, pasados ya siete episodios he sacado algunas conclusiones: visión grotesca de la Iglesia del siglo XV, crueldad hacia las mujeres y un ejemplo de compasión.

La manera en que vivía el clero y todos los que formamos la Iglesia a través de los siglos ha sido distinta. Desde las primeras comunidades de los apóstoles, los primeros santos y monjes, hasta los difíciles momentos de la edad media, debemos tener en cuenta el contexto histórico y no caer en un juicio anacrónico, es decir, con criterios actuales juzgar lo que pasó en el siglo XV. La Iglesia es humana y divina, compuesta siempre por hombres y mujeres de su época. Lo anterior no justifica hacer el mal, pues hay cosas que no cambian con el tiempo como la verdad, el bien, lo bello.

Me llamó la atención la continua referencia a los esclavos y de manera especial al uso y abuso de mujeres que eran solo pieza de cambio u “objetos” de placer. Ciertamente el interés de la producción es mostrar lo horrendo de esas situaciones y que tristemente y con otros nombres se siguen dando en nuestro avanzado y “civilizado” siglo XXI. El tema de ser dadas en matrimonio, conseguir la libertad, acceso a la educación, deseo de ser madres, ser crueles con otras mujeres, etc. Todas estas actitudes reprobables describen que poco hemos aprendido de la historia.

Por fin llegamos a algo hermoso y son las actitudes del protagonista que parece encarnar la esperanza de la humanidad. Un joven analfabeto que, tratado mal por la sociedad y los gobernantes, parecen quitarle todo: su madre, hermana, amigos, trabajo, tierra. Resulta ser alguien que sabe convivir con los que piensan y profesan otra fe. Amigo de judíos que le enseñan a cosechar las viñas, protector de una esclava mora (musulmana), en fin un joven que crece cuidando a su sobrina a quien ama como hija. Con su trabajo de bodeguero (el que busca y prepara los vinos para las comidas) tiene la oportunidad de vengarse de quien mató a sus amigos, pero no mata a nadie porque sabe que ese no es el camino. Tragándose muchas veces la ira, el dolor y el sufrimiento, trata de ser fiel a su propio espíritu.

Hugo, es el nombre de este personaje que es juzgado por muchos como débil. Aquel que es criticado por no aprovechar las oportunidades, un perdedor, alguien que no ha podido aprovechar la oportunidad de escalar con los poderosos por no saber leer y escribir. Es alguien noble que supo hacer el mejor vino de Barcelona, pero que parece que ser el mejor en algo no le basta para ser feliz.

La frase, título del presente texto, describe una convicción profunda que evita toda comparación y seguir el impulso de la moda. Ser auténticos parece poco común, pero requiere una fuerza de espíritu para aferrarse a los valores más nobles, y no quedarse en una terquedad caprichosa de no querer cambiar para mejorar. Ojalá viendo tanta maldad en el corazón de muchos hombres y mujeres digamos: no somos como ellos.


Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en comunicación social

Pasados los días de cuaresma y todas las celebraciones de la semana Santa, los días siguientes nos ofrecen una oportunidad de descanso. Algunos han ido a visitar familiares, acampar en algún balneario, días en el rancho, ir al cine a ver una buena película o simplemente quedarse más tiempo en casa descansando. Me incluyo en los del último grupo y quiero hoy compartirles algo que me llamó la atención de una serie llamada herederos de la tierra.


Aunque no la he terminado de ver, pasados ya siete episodios he sacado algunas conclusiones: visión grotesca de la Iglesia del siglo XV, crueldad hacia las mujeres y un ejemplo de compasión.

La manera en que vivía el clero y todos los que formamos la Iglesia a través de los siglos ha sido distinta. Desde las primeras comunidades de los apóstoles, los primeros santos y monjes, hasta los difíciles momentos de la edad media, debemos tener en cuenta el contexto histórico y no caer en un juicio anacrónico, es decir, con criterios actuales juzgar lo que pasó en el siglo XV. La Iglesia es humana y divina, compuesta siempre por hombres y mujeres de su época. Lo anterior no justifica hacer el mal, pues hay cosas que no cambian con el tiempo como la verdad, el bien, lo bello.

Me llamó la atención la continua referencia a los esclavos y de manera especial al uso y abuso de mujeres que eran solo pieza de cambio u “objetos” de placer. Ciertamente el interés de la producción es mostrar lo horrendo de esas situaciones y que tristemente y con otros nombres se siguen dando en nuestro avanzado y “civilizado” siglo XXI. El tema de ser dadas en matrimonio, conseguir la libertad, acceso a la educación, deseo de ser madres, ser crueles con otras mujeres, etc. Todas estas actitudes reprobables describen que poco hemos aprendido de la historia.

Por fin llegamos a algo hermoso y son las actitudes del protagonista que parece encarnar la esperanza de la humanidad. Un joven analfabeto que, tratado mal por la sociedad y los gobernantes, parecen quitarle todo: su madre, hermana, amigos, trabajo, tierra. Resulta ser alguien que sabe convivir con los que piensan y profesan otra fe. Amigo de judíos que le enseñan a cosechar las viñas, protector de una esclava mora (musulmana), en fin un joven que crece cuidando a su sobrina a quien ama como hija. Con su trabajo de bodeguero (el que busca y prepara los vinos para las comidas) tiene la oportunidad de vengarse de quien mató a sus amigos, pero no mata a nadie porque sabe que ese no es el camino. Tragándose muchas veces la ira, el dolor y el sufrimiento, trata de ser fiel a su propio espíritu.

Hugo, es el nombre de este personaje que es juzgado por muchos como débil. Aquel que es criticado por no aprovechar las oportunidades, un perdedor, alguien que no ha podido aprovechar la oportunidad de escalar con los poderosos por no saber leer y escribir. Es alguien noble que supo hacer el mejor vino de Barcelona, pero que parece que ser el mejor en algo no le basta para ser feliz.

La frase, título del presente texto, describe una convicción profunda que evita toda comparación y seguir el impulso de la moda. Ser auténticos parece poco común, pero requiere una fuerza de espíritu para aferrarse a los valores más nobles, y no quedarse en una terquedad caprichosa de no querer cambiar para mejorar. Ojalá viendo tanta maldad en el corazón de muchos hombres y mujeres digamos: no somos como ellos.


Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en comunicación social