/ sábado 17 de abril de 2021

Entre Voces | Más ateos

El censo del 2020 que terminó de recabar sus datos en el mes de marzo, justo al inicio de la pandemia reveló sus resultados desde el verano del año pasado. Algunos de ellos son muy reveladores y claro que la pandemia marcará el inicio de esta década como un parteaguas y las condiciones sociales y laborales están siendo afectadas sin saber dónde topen.

Un dato, importante para mí por obvias razones, es el incremento del ateísmo. Personas mayores de 5 años que se declaran sin religión. Si en el conteo del 2015 la Iglesia exponía su inconformidad con el cuestionario que no especificaba los pertenecientes a la Iglesia Católica Romana, los datos del 2020 revelan más. Ya no es solo la cantidad de católicos que, dejando las filas de la Iglesia, se fueron a grupos evangélicos de diversas denominaciones, sino el porcentaje de los que ahora no creen en nada.

En siglo XX, el teólogo alemán Karl Ranher, decía que había 3 tipos de ateos: los naturales, los basados en filosofías modernas-contemporáneas y los prácticos. Los primeros, decía, llegan a la fe contemplando la naturaleza misma, son pocos y duran poco. Los segundos, son los envueltos en teorías, estudiosos y cerrados a una forma de pensamiento (pocos y duran mucho); los últimos son la mayoría que aceptan la existencia de Dios, pero que viven en la práctica como si Dios no existiera. Iniciando el siglo XXI, se declaran no tanto ateos sino agnósticos. Si hay un Dios, no les interesa, no tiene nada que ver con ellos. Este modo de pensar lo ha llamado el Papa Francisco la globalización de la indiferencia: indiferencia con Dios y con el prójimo.

Ante esta situación descubrimos que la fe en Dios se fue apagando en las familias, Dios ha sido excluido de las escuelas, y la consecuencia lógica es tener una sociedad sin Dios. Ya no estamos en un ambiente de cristiandad y aunque, en México la mayoría 82% se declara católico y en el estado de Chihuahua 77%; la verdad es que los creyentes convencidos son realmente menos. No me asusta hablar de esto abiertamente sino que me cuestiona no sólo como católico o sacerdote.

Estoy convencido que los creyentes aportan mucho bien a una sociedad, y los indiferentes terminan siendo mediocres o individualistas cómodos. Los primeros, se saben comprometer, en el servicio desinteresado y constante. Los segundos, sin tener nada sólido, son barcas que mueven los sentimientos en turno y andan de grupo en grupo, de religión en religión, de teoría en teoría.

¿Cómo contrarestar esta tendencia? Sin duda será el de madurar como creyentes. Decía el nuncio apostólico don Franco Coppola y don Mauricio Urrea; los jóvenes no creen por la tibieza de los adultos. Son y serán tiempos difíciles, pero los que creemos, sabemos que Dios no abandonará la obra de sus manos. Esta realidad lo veo como un llamado más urgente a Evangelizar y dar más de mi parte. Creer, ciertamente es un acto de libertad, como el de comprometerse a evangelizar. Muchos dirán el trabajo me absorbe, no tengo tiempo… en fin, cada quien decide en qué invierte la vida y donde quiere pasar su eternidad. Ser mejor creyente o seguir la tendencia de la mundanidad, o simplemente ser un “ateo” más.

El censo del 2020 que terminó de recabar sus datos en el mes de marzo, justo al inicio de la pandemia reveló sus resultados desde el verano del año pasado. Algunos de ellos son muy reveladores y claro que la pandemia marcará el inicio de esta década como un parteaguas y las condiciones sociales y laborales están siendo afectadas sin saber dónde topen.

Un dato, importante para mí por obvias razones, es el incremento del ateísmo. Personas mayores de 5 años que se declaran sin religión. Si en el conteo del 2015 la Iglesia exponía su inconformidad con el cuestionario que no especificaba los pertenecientes a la Iglesia Católica Romana, los datos del 2020 revelan más. Ya no es solo la cantidad de católicos que, dejando las filas de la Iglesia, se fueron a grupos evangélicos de diversas denominaciones, sino el porcentaje de los que ahora no creen en nada.

En siglo XX, el teólogo alemán Karl Ranher, decía que había 3 tipos de ateos: los naturales, los basados en filosofías modernas-contemporáneas y los prácticos. Los primeros, decía, llegan a la fe contemplando la naturaleza misma, son pocos y duran poco. Los segundos, son los envueltos en teorías, estudiosos y cerrados a una forma de pensamiento (pocos y duran mucho); los últimos son la mayoría que aceptan la existencia de Dios, pero que viven en la práctica como si Dios no existiera. Iniciando el siglo XXI, se declaran no tanto ateos sino agnósticos. Si hay un Dios, no les interesa, no tiene nada que ver con ellos. Este modo de pensar lo ha llamado el Papa Francisco la globalización de la indiferencia: indiferencia con Dios y con el prójimo.

Ante esta situación descubrimos que la fe en Dios se fue apagando en las familias, Dios ha sido excluido de las escuelas, y la consecuencia lógica es tener una sociedad sin Dios. Ya no estamos en un ambiente de cristiandad y aunque, en México la mayoría 82% se declara católico y en el estado de Chihuahua 77%; la verdad es que los creyentes convencidos son realmente menos. No me asusta hablar de esto abiertamente sino que me cuestiona no sólo como católico o sacerdote.

Estoy convencido que los creyentes aportan mucho bien a una sociedad, y los indiferentes terminan siendo mediocres o individualistas cómodos. Los primeros, se saben comprometer, en el servicio desinteresado y constante. Los segundos, sin tener nada sólido, son barcas que mueven los sentimientos en turno y andan de grupo en grupo, de religión en religión, de teoría en teoría.

¿Cómo contrarestar esta tendencia? Sin duda será el de madurar como creyentes. Decía el nuncio apostólico don Franco Coppola y don Mauricio Urrea; los jóvenes no creen por la tibieza de los adultos. Son y serán tiempos difíciles, pero los que creemos, sabemos que Dios no abandonará la obra de sus manos. Esta realidad lo veo como un llamado más urgente a Evangelizar y dar más de mi parte. Creer, ciertamente es un acto de libertad, como el de comprometerse a evangelizar. Muchos dirán el trabajo me absorbe, no tengo tiempo… en fin, cada quien decide en qué invierte la vida y donde quiere pasar su eternidad. Ser mejor creyente o seguir la tendencia de la mundanidad, o simplemente ser un “ateo” más.