/ sábado 28 de mayo de 2022

Entre voces | Los tres autos

Hoy quiero compartirles apreciados lectores, no un escrito sobre fórmula uno de la que me declaro aficionado, sino de tres realidades muy interesantes en nuestras relaciones sociales. Ellas son: autómatas, autoestima y auto-referencialidad.

En un mundo lleno de datos y tecnología, estamos a un punto donde usando el internet para nuestras compras en línea y búsquedas de información, conocen mejor nuestros gustos, que nosotros mismos. Si no ponemos atención a fortalecer nuestra autenticidad y libertad, en pocos años ya todo será automático. Vamos al cajero automático a sacar o depositar dinero; en los supermercados tú mismo pagas en cajas automáticas. Llegará un momento en que un robot o tú mismo celular te dirá que hacer, a qué hora dormir, respirar, correr, comer, donde, con quien y un sinfín de situaciones que parecerá haber aniquilado la tan preciada liberta para auto-determinarte. Reconozco lo cómodo que es un carro automático, pero que triste es saber que muchos solo saben manejar ese tipo de auto, y se ven privados de manejar uno con transmisión manual.

Pasemos ahora a un término muy promovido en la psicología desde finales del siglo pasado: la autoestima. En griego el vocablo “autos” regularmente se refiere a “el mismo”, es una palabra reflexiva, que se pliega en el sujeto. Por eso se habla de dirigir el amor, tu capacidad de amar a ti mismo. Aunque pudiéramos decir que es uno de los mandamientos que aparecen en la Biblia, aparece como efecto secundario, no primario. Amar a Dios y al prójimo como a ti mismo, podría entenderse como si la condición de amar depende primero de amarme yo. Por eso Jesús vino a darle plenitud al decir: ámense como yo los he amado. Aquí adquiere un sentido nuevo y pleno.

Amar es darse al otro. Es ser generoso en el ser, en el saber y en el hacer. Por eso más que pensar en amarme yo mismo con mi capacidad herida de hacerlo o un cúmulo de traumas que pudieran impedirlo, el primer paso es reconocer el amor del Otro por mí. El amor que Dios me tiene y al ser amado, puedo reflejar y reproducir ese amor con los que están más próximos a mí. Mi dignidad, valor y estima, crecerán más ofreciendo mi amor, entrenándome en ser generoso con los otros. Dar la vida por los demás, se convierte en un invaluable sentido para existir. Es triste saber que los suicidios en muchas ocasiones se deben a que creen que el mundo sería mejor sin ellos. Muy diferente una al pensar que lo que yo puedo ofrecer a los demás, nadie lo hará, es una misión única e insustituible.

Llegamos a la auto-referencialidad, palabra muy usada por el Papa Francisco para referirse al mal de nuestro tiempo dentro y fuera de la Iglesia. Poner como eje de la vida mi existencia, es poner a los demás un segundo plano. El filósofo antiguo Protágoras decía que el “hombre era la medida de todas las cosas”, parece cobrar una tremenda actualidad. Nos cuesta tanto sentirnos parte de una familia, de una ciudad, de una escuela, de una institución religiosa. Parece que queremos ocupar el primer lugar, el tiempo para hablar solo nosotros y que los reflectores no dejen de alumbrarnos. Cuando una persona pone la referencia en el débil, en aquel a quien puedo y debo ayudar, no para aplastarlo o desecharlo, sino para integrarlo en la comunión social, la situación es muy distinta. Espero superemos los tres autos.

Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en Comunicación Social

Hoy quiero compartirles apreciados lectores, no un escrito sobre fórmula uno de la que me declaro aficionado, sino de tres realidades muy interesantes en nuestras relaciones sociales. Ellas son: autómatas, autoestima y auto-referencialidad.

En un mundo lleno de datos y tecnología, estamos a un punto donde usando el internet para nuestras compras en línea y búsquedas de información, conocen mejor nuestros gustos, que nosotros mismos. Si no ponemos atención a fortalecer nuestra autenticidad y libertad, en pocos años ya todo será automático. Vamos al cajero automático a sacar o depositar dinero; en los supermercados tú mismo pagas en cajas automáticas. Llegará un momento en que un robot o tú mismo celular te dirá que hacer, a qué hora dormir, respirar, correr, comer, donde, con quien y un sinfín de situaciones que parecerá haber aniquilado la tan preciada liberta para auto-determinarte. Reconozco lo cómodo que es un carro automático, pero que triste es saber que muchos solo saben manejar ese tipo de auto, y se ven privados de manejar uno con transmisión manual.

Pasemos ahora a un término muy promovido en la psicología desde finales del siglo pasado: la autoestima. En griego el vocablo “autos” regularmente se refiere a “el mismo”, es una palabra reflexiva, que se pliega en el sujeto. Por eso se habla de dirigir el amor, tu capacidad de amar a ti mismo. Aunque pudiéramos decir que es uno de los mandamientos que aparecen en la Biblia, aparece como efecto secundario, no primario. Amar a Dios y al prójimo como a ti mismo, podría entenderse como si la condición de amar depende primero de amarme yo. Por eso Jesús vino a darle plenitud al decir: ámense como yo los he amado. Aquí adquiere un sentido nuevo y pleno.

Amar es darse al otro. Es ser generoso en el ser, en el saber y en el hacer. Por eso más que pensar en amarme yo mismo con mi capacidad herida de hacerlo o un cúmulo de traumas que pudieran impedirlo, el primer paso es reconocer el amor del Otro por mí. El amor que Dios me tiene y al ser amado, puedo reflejar y reproducir ese amor con los que están más próximos a mí. Mi dignidad, valor y estima, crecerán más ofreciendo mi amor, entrenándome en ser generoso con los otros. Dar la vida por los demás, se convierte en un invaluable sentido para existir. Es triste saber que los suicidios en muchas ocasiones se deben a que creen que el mundo sería mejor sin ellos. Muy diferente una al pensar que lo que yo puedo ofrecer a los demás, nadie lo hará, es una misión única e insustituible.

Llegamos a la auto-referencialidad, palabra muy usada por el Papa Francisco para referirse al mal de nuestro tiempo dentro y fuera de la Iglesia. Poner como eje de la vida mi existencia, es poner a los demás un segundo plano. El filósofo antiguo Protágoras decía que el “hombre era la medida de todas las cosas”, parece cobrar una tremenda actualidad. Nos cuesta tanto sentirnos parte de una familia, de una ciudad, de una escuela, de una institución religiosa. Parece que queremos ocupar el primer lugar, el tiempo para hablar solo nosotros y que los reflectores no dejen de alumbrarnos. Cuando una persona pone la referencia en el débil, en aquel a quien puedo y debo ayudar, no para aplastarlo o desecharlo, sino para integrarlo en la comunión social, la situación es muy distinta. Espero superemos los tres autos.

Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en Comunicación Social