/ sábado 21 de agosto de 2021

Entre voces | Llueve sobre mojado

Sin duda el agua sigue siendo mi inspiración, pues me alegra tanto que después de meses de sequía, se vean presas llenas, cielos grises y oigan truenos, parecen melodía de vida y esperanza. En otras latitudes, los fenómenos meteorológicos se vuelven desastres como huracanes y terremotos. Es triste ver una realidad internacional desesperada como las imágenes de Afganistán. Gente queriendo subir a los aviones en pleno despegue como única opción desesperada, o casas caídas en Haití por terremotos y luego mojadas por las tormentas. Junto a ellas, la realidad local no deja de tener sus propias preocupaciones.

La expresión con la que he titulado el presente escrito es muy conocida, casi como decir: las cosas malas se pueden poner peores. Hoy lo quiero aplicar a tres realidades, no para verme pesimista, sino para hacer un llamado a prevenirlas, ellas son: la violencia, la pandemia y la indiferencia.

Los ruidos de balazos a medio día, en la noche… En fin, no tienen ni hora, ni tregua. Armas “reservadas” al ejército que cantan a todas horas, gritando impunidad, o dominio por fuerzas que no son oficiales. Sigue la violencia en el país, el miedo creciente en las carreteras, el cambio de autoridades reclama ajustes que no sabemos de quién, cómo o cuándo. La verdad, nos interesan poco las respuestas, pues los que las saben y pueden hacer algo, parecen ser a veces quienes las formulan. ¿Cómo salir de este laberinto? Oportunidades de empleo, mejores salarios, menos pobreza y respeto por la ley. Todo eso es ingrediente para pisar en seco, y no en mojado.

La pandemia y sus curvas parecen seguirse en el tiempo. Ya son tantas cifras, que cansa verlas como una hoja de cálculo de ejercicios de contaduría. Las cosas han sido difíciles y si no hemos aprendido a respetarnos, se pondrán peores. El encierro ya no lo quiere nadie, pero tampoco el usar cubre bocas y guardar distancias. Queremos todo a nuestro modo. ¡Evitar el mal, haciéndolo! Eso es una contradicción. Si queremos revertir efectos, necesitamos detener las causas, reducir riesgos, actuar con responsabilidad. Ahora son las variantes, los afectados, con menos edad. Seguimos en tiempos difíciles, donde la solidaridad tiene que dar paso al egoísmo. ¿Queremos que no se paralice la sociedad como último recurso para detener al virus? La solución no le toca solo a las autoridades, sino al granito de arena que cada uno pueda poner. Entrar en un ritmo con paciencia, para poder llegar a la meta. Un ritmo de respeto, de cuidado, de no relajar las medidas sanitarias y estar siempre alertas a cualquier síntoma y estar dispuesto a sacrificar la fiesta y el alboroto.

Por último, hay algo peor que el virus, y que ha existido siempre: la indiferencia. Cerrar los ojos, y quejarse de no ver. Cerrar los oídos y argumentar no haberlo escuchado. La “globalización de la indiferencia” es síntoma de una sociedad enferma, que de manera egoísta no mira más allá de su nariz. “No hago, mientras no me afecte. No digo, si a mí no me toca. No creo, si a mí no me pasa”. Actitudes inmaduras que se escuchan una y otra vez. La realidad reclama una altura de actitudes, que pocos quieren alcanzar, o se hace muy poco para lograrla.

Si las cosas andan mal, asumamos la parte de responsabilidad que nos toca a cada uno. No le echemos la culpa al cielo si se lleva casas construidas en arroyos. La lluvia y sus caminos llegaron primero. Ya basta de quejas, es tiempo de poner la mano en el arado y sembrar una mejor situación. Crezcamos en la sombrilla de la solidaridad, para que si llueve o salga el sol, nos cubramos de ambos. Así no nos afectará tanto que llueva sobre mojado.

Pbro. Lic. Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en Comunicación Social

Sin duda el agua sigue siendo mi inspiración, pues me alegra tanto que después de meses de sequía, se vean presas llenas, cielos grises y oigan truenos, parecen melodía de vida y esperanza. En otras latitudes, los fenómenos meteorológicos se vuelven desastres como huracanes y terremotos. Es triste ver una realidad internacional desesperada como las imágenes de Afganistán. Gente queriendo subir a los aviones en pleno despegue como única opción desesperada, o casas caídas en Haití por terremotos y luego mojadas por las tormentas. Junto a ellas, la realidad local no deja de tener sus propias preocupaciones.

La expresión con la que he titulado el presente escrito es muy conocida, casi como decir: las cosas malas se pueden poner peores. Hoy lo quiero aplicar a tres realidades, no para verme pesimista, sino para hacer un llamado a prevenirlas, ellas son: la violencia, la pandemia y la indiferencia.

Los ruidos de balazos a medio día, en la noche… En fin, no tienen ni hora, ni tregua. Armas “reservadas” al ejército que cantan a todas horas, gritando impunidad, o dominio por fuerzas que no son oficiales. Sigue la violencia en el país, el miedo creciente en las carreteras, el cambio de autoridades reclama ajustes que no sabemos de quién, cómo o cuándo. La verdad, nos interesan poco las respuestas, pues los que las saben y pueden hacer algo, parecen ser a veces quienes las formulan. ¿Cómo salir de este laberinto? Oportunidades de empleo, mejores salarios, menos pobreza y respeto por la ley. Todo eso es ingrediente para pisar en seco, y no en mojado.

La pandemia y sus curvas parecen seguirse en el tiempo. Ya son tantas cifras, que cansa verlas como una hoja de cálculo de ejercicios de contaduría. Las cosas han sido difíciles y si no hemos aprendido a respetarnos, se pondrán peores. El encierro ya no lo quiere nadie, pero tampoco el usar cubre bocas y guardar distancias. Queremos todo a nuestro modo. ¡Evitar el mal, haciéndolo! Eso es una contradicción. Si queremos revertir efectos, necesitamos detener las causas, reducir riesgos, actuar con responsabilidad. Ahora son las variantes, los afectados, con menos edad. Seguimos en tiempos difíciles, donde la solidaridad tiene que dar paso al egoísmo. ¿Queremos que no se paralice la sociedad como último recurso para detener al virus? La solución no le toca solo a las autoridades, sino al granito de arena que cada uno pueda poner. Entrar en un ritmo con paciencia, para poder llegar a la meta. Un ritmo de respeto, de cuidado, de no relajar las medidas sanitarias y estar siempre alertas a cualquier síntoma y estar dispuesto a sacrificar la fiesta y el alboroto.

Por último, hay algo peor que el virus, y que ha existido siempre: la indiferencia. Cerrar los ojos, y quejarse de no ver. Cerrar los oídos y argumentar no haberlo escuchado. La “globalización de la indiferencia” es síntoma de una sociedad enferma, que de manera egoísta no mira más allá de su nariz. “No hago, mientras no me afecte. No digo, si a mí no me toca. No creo, si a mí no me pasa”. Actitudes inmaduras que se escuchan una y otra vez. La realidad reclama una altura de actitudes, que pocos quieren alcanzar, o se hace muy poco para lograrla.

Si las cosas andan mal, asumamos la parte de responsabilidad que nos toca a cada uno. No le echemos la culpa al cielo si se lleva casas construidas en arroyos. La lluvia y sus caminos llegaron primero. Ya basta de quejas, es tiempo de poner la mano en el arado y sembrar una mejor situación. Crezcamos en la sombrilla de la solidaridad, para que si llueve o salga el sol, nos cubramos de ambos. Así no nos afectará tanto que llueva sobre mojado.

Pbro. Lic. Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en Comunicación Social