/ sábado 17 de octubre de 2020

Entre Voces | Homo Politicus

En la facultad de Ciencias Sociales, mi profesor de ciencias políticas nos insistía que en español hay una gran confusión por usar un mismo término de forma ambigua, y que en inglés si se distinguían claramente. El término en español es: política.

Los de habla inglesa usan: Polity (Política), politic (partido político) y policies (políticas públicas) y nosotros para todo usamos la política, siendo muy importante distinguir el nivel y el aspecto al que nos referimos.

Como sacerdote tengo claro la separación entre Iglesia y Estado (como instituciones), pero como ser humano, no podemos fragmentar a la persona diciendo que sea un homo religiosus o un homo politicus. En este sentido nadie puede renunciar a su naturaleza o reducirse a un solo aspecto. Por la anterior todos somos “Políticos”. Los griegos, padres de occidente, inventaron este término refiriéndose a buscar el bien de la “Polis” (la ciudad). Por consiguiente, todo ser humano es social y político. Aristóteles lo definía como “animal político”.

En las democracias modernas se ejerce la política (politic) en asociaciones llamadas partidos o movimientos, incluso ahora con la novedad de candidaturas independientes. Esto a lo que llamaré “partidismo”, es lo que como líder religioso no debo de influenciar. Cada ciudadano tiene libertad de asociarse al grupo que siga sus convicciones personales y quien crea sea el mejor candidato a gobernar. Claro que muchos líderes decepcionan estas instituciones por su falta de honestidad o por buscar intereses personales.

El tercer término, referido a las políticas públicas es el menos usado en México. Todos nos quejamos de los políticos. Solo vamos a votar un día cada 3 o 6 años, y parece que nuestra actividad política se reduce a eso. ¡Qué ingrato error! No nos han formado lo suficiente en “Política” para ser ciudadanos activos y empoderados. Son pocos los grupos de vecinos que promueven “políticas públicas” para su barrio. No podemos quedarnos con esperar a que nos pregunten qué queremos hacer, o responder en una encuesta diciendo sí o no, a preguntas que otros formulan. Es tiempo de pasar de las protestas a las propuestas.

Cuando me dicen que en una familia no se puede hablar de política, porque todos salen peleados (y más en tiempo de campañas) o que desde el ambón yo no debo meterme en “Política” (como ya la he definido), pienso que es reflejo de esta ambigüedad. Yo formo a personas, que son fieles a un credo, a ser buenas personas en todo momento y lugar. Tenemos una doctrina social, basada en principios éticos. Un verdadero creyente, debe ser también un buen ciudadano y un buen político.

Somos todos “homo politicus”, constructores y responsables de nuestra ciudad. ¿Queremos un ambiente limpio, sano, educado, en paz…? Nos toca construirlo. El camino es la educación cívica, y eso no dependerá del gobernante en turno, sino que tú y yo reconozcamos quienes somos y de qué somos responsables.

En la facultad de Ciencias Sociales, mi profesor de ciencias políticas nos insistía que en español hay una gran confusión por usar un mismo término de forma ambigua, y que en inglés si se distinguían claramente. El término en español es: política.

Los de habla inglesa usan: Polity (Política), politic (partido político) y policies (políticas públicas) y nosotros para todo usamos la política, siendo muy importante distinguir el nivel y el aspecto al que nos referimos.

Como sacerdote tengo claro la separación entre Iglesia y Estado (como instituciones), pero como ser humano, no podemos fragmentar a la persona diciendo que sea un homo religiosus o un homo politicus. En este sentido nadie puede renunciar a su naturaleza o reducirse a un solo aspecto. Por la anterior todos somos “Políticos”. Los griegos, padres de occidente, inventaron este término refiriéndose a buscar el bien de la “Polis” (la ciudad). Por consiguiente, todo ser humano es social y político. Aristóteles lo definía como “animal político”.

En las democracias modernas se ejerce la política (politic) en asociaciones llamadas partidos o movimientos, incluso ahora con la novedad de candidaturas independientes. Esto a lo que llamaré “partidismo”, es lo que como líder religioso no debo de influenciar. Cada ciudadano tiene libertad de asociarse al grupo que siga sus convicciones personales y quien crea sea el mejor candidato a gobernar. Claro que muchos líderes decepcionan estas instituciones por su falta de honestidad o por buscar intereses personales.

El tercer término, referido a las políticas públicas es el menos usado en México. Todos nos quejamos de los políticos. Solo vamos a votar un día cada 3 o 6 años, y parece que nuestra actividad política se reduce a eso. ¡Qué ingrato error! No nos han formado lo suficiente en “Política” para ser ciudadanos activos y empoderados. Son pocos los grupos de vecinos que promueven “políticas públicas” para su barrio. No podemos quedarnos con esperar a que nos pregunten qué queremos hacer, o responder en una encuesta diciendo sí o no, a preguntas que otros formulan. Es tiempo de pasar de las protestas a las propuestas.

Cuando me dicen que en una familia no se puede hablar de política, porque todos salen peleados (y más en tiempo de campañas) o que desde el ambón yo no debo meterme en “Política” (como ya la he definido), pienso que es reflejo de esta ambigüedad. Yo formo a personas, que son fieles a un credo, a ser buenas personas en todo momento y lugar. Tenemos una doctrina social, basada en principios éticos. Un verdadero creyente, debe ser también un buen ciudadano y un buen político.

Somos todos “homo politicus”, constructores y responsables de nuestra ciudad. ¿Queremos un ambiente limpio, sano, educado, en paz…? Nos toca construirlo. El camino es la educación cívica, y eso no dependerá del gobernante en turno, sino que tú y yo reconozcamos quienes somos y de qué somos responsables.