/ sábado 28 de noviembre de 2020

Entre voces | ¿Estados Unidos… Mexicanos?

En las clases de ciencias sociales en mis lozanos años de primaria, recuerdo que me sorprendió descubrir que México tenía otro nombre, que nos llamábamos Estados Unidos Mexicanos. El mapa colorido, de los entonces treinta y un estados, y un distrito, reflejaba un mosaico policromático dentro de una silueta que llevo fijada, no solo en la mente, sino en el corazón. Ya de adulto mi pasaporte tiene una portada con este nombre y treintaidós páginas que lo acompañan.

¿Por qué hago esta remembranza? Estamos viviendo semanas en los que la alianza federalista, la CONAGO, y un país cada vez más polarizado, en vez de encontrar caminos de unidad e identidad, se fragmenta y resulta cada vez más difícil llegar a medidas conjuntas. Este rompecabezas parece revolverse en una caja sin deseos de que cada una quiera ocupar su lugar.

Quiero ir al fondo de la cuestión, y hablo como un ciudadano que tiene más de tres dedos de frente. Sin ser un experto en política, y sin querer banalizar el trabajo de tantos buenos hombres y mujeres que luchan por un México mejor desde los cargos públicos, quiero mirar más allá de lo que las noticias inmediatas nos ofrecen.

Los principios de unidad y diversidad, son fundamentales. Cada uno de nosotros hemos sido creados con huellas digitales, con una impronta divina, que nos hace únicos e irrepetibles. Esto ocasiona una gran diversidad y riqueza en la humanidad. En nuestro país basta ir a un festival escolar donde la danza recoge colores y música de cada estado, así como muestras gastronómicas o concursos nacionales en educación. La misma naturaleza es reflejo de la rica biodiversidad de nuestro país, amenazada continuamente por intereses urbanísticos de unos cuantos.

La diversidad es por tanto una riqueza patente. Sin embargo, el otro principio, la unidad es la que parece estar más lejos cada día en nuestro país. Si la fuerza de gravedad nos atrae hacia el centro de la tierra evitando que andemos flotando como partículas espaciales, ¿dónde podrá estar ese punto de atracción o convergencia para todos? ¿Qué es lo que nos une? ¿Qué nos hace ser y sentirnos parte de este país y nación llamada México?

No es fácil una respuesta. El mestizaje nos genera esta violencia interior entre el que quiere conquistar y el que vive en equilibrio con la naturaleza; entre el saqueador y el que usaba solo lo necesario; entre el evangelizador y el que quiere seguir quemando copal a otras deidades. Somos nuevas generaciones, hemos nacido como una nueva nación con el Evangelio como guía de ruta y la Virgen como estandarte. Las diferencias en el espíritu azteca, podrán solo ser unificadas en un principio más noble y trascendente. Un amor universal que sepa valorar las diferencias, evite las desigualdades y sepa construir un proyecto común.

Estoy cansado de batallas cada tres o seis años donde la lucha es entre egoístas que aman solo sus intereses, viendo pocos líderes que propongan no sólo fines sino medios realistas. No solo quiero escuchar los “ques” sino los “comos”. Personas líderes (no solo caudillos) que sepan armonizar toda la riqueza mexicana. Anhelo un país más justo, unido y en paz. Me comprometo a ser un ciudadano más responsable, para colaborar con políticas públicas que nos unan como pueblo. Quiero ser parte y gritar a los cuatro vientos: ¡Estamos unidos mexicanos!

En las clases de ciencias sociales en mis lozanos años de primaria, recuerdo que me sorprendió descubrir que México tenía otro nombre, que nos llamábamos Estados Unidos Mexicanos. El mapa colorido, de los entonces treinta y un estados, y un distrito, reflejaba un mosaico policromático dentro de una silueta que llevo fijada, no solo en la mente, sino en el corazón. Ya de adulto mi pasaporte tiene una portada con este nombre y treintaidós páginas que lo acompañan.

¿Por qué hago esta remembranza? Estamos viviendo semanas en los que la alianza federalista, la CONAGO, y un país cada vez más polarizado, en vez de encontrar caminos de unidad e identidad, se fragmenta y resulta cada vez más difícil llegar a medidas conjuntas. Este rompecabezas parece revolverse en una caja sin deseos de que cada una quiera ocupar su lugar.

Quiero ir al fondo de la cuestión, y hablo como un ciudadano que tiene más de tres dedos de frente. Sin ser un experto en política, y sin querer banalizar el trabajo de tantos buenos hombres y mujeres que luchan por un México mejor desde los cargos públicos, quiero mirar más allá de lo que las noticias inmediatas nos ofrecen.

Los principios de unidad y diversidad, son fundamentales. Cada uno de nosotros hemos sido creados con huellas digitales, con una impronta divina, que nos hace únicos e irrepetibles. Esto ocasiona una gran diversidad y riqueza en la humanidad. En nuestro país basta ir a un festival escolar donde la danza recoge colores y música de cada estado, así como muestras gastronómicas o concursos nacionales en educación. La misma naturaleza es reflejo de la rica biodiversidad de nuestro país, amenazada continuamente por intereses urbanísticos de unos cuantos.

La diversidad es por tanto una riqueza patente. Sin embargo, el otro principio, la unidad es la que parece estar más lejos cada día en nuestro país. Si la fuerza de gravedad nos atrae hacia el centro de la tierra evitando que andemos flotando como partículas espaciales, ¿dónde podrá estar ese punto de atracción o convergencia para todos? ¿Qué es lo que nos une? ¿Qué nos hace ser y sentirnos parte de este país y nación llamada México?

No es fácil una respuesta. El mestizaje nos genera esta violencia interior entre el que quiere conquistar y el que vive en equilibrio con la naturaleza; entre el saqueador y el que usaba solo lo necesario; entre el evangelizador y el que quiere seguir quemando copal a otras deidades. Somos nuevas generaciones, hemos nacido como una nueva nación con el Evangelio como guía de ruta y la Virgen como estandarte. Las diferencias en el espíritu azteca, podrán solo ser unificadas en un principio más noble y trascendente. Un amor universal que sepa valorar las diferencias, evite las desigualdades y sepa construir un proyecto común.

Estoy cansado de batallas cada tres o seis años donde la lucha es entre egoístas que aman solo sus intereses, viendo pocos líderes que propongan no sólo fines sino medios realistas. No solo quiero escuchar los “ques” sino los “comos”. Personas líderes (no solo caudillos) que sepan armonizar toda la riqueza mexicana. Anhelo un país más justo, unido y en paz. Me comprometo a ser un ciudadano más responsable, para colaborar con políticas públicas que nos unan como pueblo. Quiero ser parte y gritar a los cuatro vientos: ¡Estamos unidos mexicanos!