/ sábado 11 de septiembre de 2021

Entre voces | En la torre

Recordar aquella mañana donde las noticias presentaban el atentado en Nueva York parecía ser una película de ficción, pero las largas horas del reporte anunciaban que miles de personas podrían morir. Pocos se imaginaban que a unas cuantas horas del impacto, se desplomaran hasta el piso a aquellos edificios gemelos dejando en la actualidad un memorial de tantas víctimas.

Argumento para iniciar la guerra contra el terrorismo, y casi al cumplirse los 20 años de estos acontecimientos, Afganistán se convierte en noticia, donde los talibanes retoman la ciudad. ¿Quién ganó en esa guerra? La muerte. El salario de pecado (de violencia, egoísmo, prepotencia, etc.) es la muerte. Y ahí siguen aumentando los números de víctimas y de injusticias.

Lo que pasó en el World Trade Center de Manhattan, y en Kabul la capital de Afganistán, son signos de que la humanidad aún no ha aprendido a convivir de manera solidaria. Más allá de las diferencias religiosas e ideológicas, parece que somos la especie que se afana por autodestruirse, en vez de protegerse y evolucionar.

Esta homofobia, odio al hombre, generado por extremistas que secuestran aviones y los chocan contra edificios, se manifiesta también en otras situaciones en la vida cotidiana. El Papa Francisco, en su encíclica más reciente ha elegido el tema de la fraternidad universal. Todos somos hermanos, y pudiéramos ir más allá, ¡todos somos de la misma especie! Tratemos de elevar nuestras situaciones sociales a niveles de mayor dignidad y no es a través de las guerras, del dominio, de la conquista… quisiera pensar que esos tiempos ya han pasado, pero el noticiario me advierte que no es así.

Odios entre familiares, odios de mujeres contra bebés (tema que trataré la próxima semana), odios de hijos contra sus padres enmascarados en una compasión del ya no dar lata (Eutanasia), en fin, una lista que parece excluir solo el 14 de febrero y los 364 días restantes dedicados a no saber valorarnos y tolerarnos en nuestras diferencias.

¿Dónde está la raíz de este odio? Es una pregunta difícil de responder. Un intento de respuesta y que con frecuencia ilumina este dolor continuo, es la escasa experiencia de amor promovida. Me explico mejor. Cuando uno se experimenta amado y resultado de esto es capaz de amar; será más fácil promover la amistad universal. En cambio, si desde que naces te dan palos, en la primaria te hacen bulling, en la secundaria eres objeto de burlas, de joven no tienes oportunidades de realizarte y terminas siendo solo un cliente y número del sistema económico y político… ¿Qué te extraña que el odio sea lo que prevalezca?

En las antiguas fortificaciones, las torres eran para vigilar cuando se acercaba el enemigo, o cuando regresaban de casa y abrirles las puertas de la ciudad. Atacar las torres, era debilitar la capacidad de ver más lejos a los de la ciudad. En ajedrez, la torre es una pieza fundamental para defender al rey; en definitiva, es todo un reto cuidar de nuestros hermanos, no discriminarlos, no destruirlos en el vientre, cuidarlos en todas sus etapas, principalmente a los más vulnerables. El reto es amarlos y no darles en la torre

Pbro. Lic. Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en Comunicación Social

Recordar aquella mañana donde las noticias presentaban el atentado en Nueva York parecía ser una película de ficción, pero las largas horas del reporte anunciaban que miles de personas podrían morir. Pocos se imaginaban que a unas cuantas horas del impacto, se desplomaran hasta el piso a aquellos edificios gemelos dejando en la actualidad un memorial de tantas víctimas.

Argumento para iniciar la guerra contra el terrorismo, y casi al cumplirse los 20 años de estos acontecimientos, Afganistán se convierte en noticia, donde los talibanes retoman la ciudad. ¿Quién ganó en esa guerra? La muerte. El salario de pecado (de violencia, egoísmo, prepotencia, etc.) es la muerte. Y ahí siguen aumentando los números de víctimas y de injusticias.

Lo que pasó en el World Trade Center de Manhattan, y en Kabul la capital de Afganistán, son signos de que la humanidad aún no ha aprendido a convivir de manera solidaria. Más allá de las diferencias religiosas e ideológicas, parece que somos la especie que se afana por autodestruirse, en vez de protegerse y evolucionar.

Esta homofobia, odio al hombre, generado por extremistas que secuestran aviones y los chocan contra edificios, se manifiesta también en otras situaciones en la vida cotidiana. El Papa Francisco, en su encíclica más reciente ha elegido el tema de la fraternidad universal. Todos somos hermanos, y pudiéramos ir más allá, ¡todos somos de la misma especie! Tratemos de elevar nuestras situaciones sociales a niveles de mayor dignidad y no es a través de las guerras, del dominio, de la conquista… quisiera pensar que esos tiempos ya han pasado, pero el noticiario me advierte que no es así.

Odios entre familiares, odios de mujeres contra bebés (tema que trataré la próxima semana), odios de hijos contra sus padres enmascarados en una compasión del ya no dar lata (Eutanasia), en fin, una lista que parece excluir solo el 14 de febrero y los 364 días restantes dedicados a no saber valorarnos y tolerarnos en nuestras diferencias.

¿Dónde está la raíz de este odio? Es una pregunta difícil de responder. Un intento de respuesta y que con frecuencia ilumina este dolor continuo, es la escasa experiencia de amor promovida. Me explico mejor. Cuando uno se experimenta amado y resultado de esto es capaz de amar; será más fácil promover la amistad universal. En cambio, si desde que naces te dan palos, en la primaria te hacen bulling, en la secundaria eres objeto de burlas, de joven no tienes oportunidades de realizarte y terminas siendo solo un cliente y número del sistema económico y político… ¿Qué te extraña que el odio sea lo que prevalezca?

En las antiguas fortificaciones, las torres eran para vigilar cuando se acercaba el enemigo, o cuando regresaban de casa y abrirles las puertas de la ciudad. Atacar las torres, era debilitar la capacidad de ver más lejos a los de la ciudad. En ajedrez, la torre es una pieza fundamental para defender al rey; en definitiva, es todo un reto cuidar de nuestros hermanos, no discriminarlos, no destruirlos en el vientre, cuidarlos en todas sus etapas, principalmente a los más vulnerables. El reto es amarlos y no darles en la torre

Pbro. Lic. Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en Comunicación Social