/ sábado 26 de marzo de 2022

Entre voces | El cliente nunca tiene la razón

Nuestra región del sur del estado tiene entre sus principales actividades económicas el comercio. Es puerta de entrada a la sierra de mercancías como abarrote y materiales de construcción; y se salida de madera, ganado y plantitas. Hoy no me quiero referir a estas actividades, lo haré solo a tres en las que la mayoría de los consumidores estamos involucrados: en tiendas, restaurantes y bancos.

No han pasado más de quince días en que fui a comprar algunas cosas a una tienda de nombre americano que nos recuerda al tío de norte. De esas tiendas que tienes que pagar cada año renovación de tarjeta y que te venden las cosas por mayoreo y ahora hasta con una aplicación del teléfono. Les relato brevemente el suceso.

Veo una oferta de comida para perros, coincidía la descripción de 21kg. a un preciazo de ¡649 pesos! En verdad que me sorprendí lo caro que está este alimento, pero se había acabado lo que tenía en casa y nuestra perra estaba por parir. Así que sin más, fleté el costal en mi carrito, de esos de plataforma, y me dirigí a pagar. Al marcar en caja, para seguir apantallándome, sale registrada la cantidad de ¡749! Le digo sin más a la señorita que es un error. Que yo había visto otro precio. Fui le tomé foto, la traje, ella le llamó a su jefa, y que se arma el ¡bochinche! Yo defendiéndome como consumidor de croquetas caras y ellas diciendo que atrás de la etiqueta estaba el precio verdadero y que mis ojos (de Superman) no lo habían podido descubrir. Los asusté con Profeco, pero ni así. Total, pasados 25 minutos de mi infravalorado tiempo, pagué lo que ellos quisieron y me fui como cliente maltratado, restando 749 pesos a mi tarjeta, y con un suculento manjar para la perra por parir.

Disculpen que exprese cosas tan frecuentes como también el esperar horas a un mesero para tratar de llamar su atención, después de un buen rato recibir mi plato con alimento frío y al final una cuenta que cada vez se pone más gorda (como muchos comensales). En verdad que nos falta mucho tener una cultura de servicio y desquitar realmente lo que se nos paga y ser merecedores del diez o quince por ciento de propina.

Otra aventura más la protagonizan los bancos que ahora todo lo hacen por teléfono en una innumerable suma de menús que marque el cuatro, que luego el tres, y después de mil minutos, lo tratará de atender un ejecutivo que termina siendo el erróneo y te devuelve en un tipo de serpiente y escalera casi al principio del juego bancario. ¡Cómo falta el trato personal! Y no me refiero a quitar la bondad de los servicios en línea, sino que, para contratar seguros, consultar asuntos financieros sobre un dinero que te están cuidando (haciendo sus propios negocios) el banco, terminas por dejar todo como al principio y terminas la llamada sintiéndote peor de como empezaste. Los mismos ejecutivos que tardas casi horas en poder entrar ante ellos terminan pasándote el teléfono y se ponen en tu cara a hacer otras cosas para aprovechar su tiempo, mientras tu pierdes el tuyo ante la bocina del teléfono.

Total, nos falta mucho para ser buenos comerciantes que hagamos vida aquellas frases como: “al cliente lo que pida”, “el cliente es primero”; si no cambiamos, se volverá a reafirmar la triste realidad que el cliente nunca tiene la razón.

Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en Comunicación Social.

Nuestra región del sur del estado tiene entre sus principales actividades económicas el comercio. Es puerta de entrada a la sierra de mercancías como abarrote y materiales de construcción; y se salida de madera, ganado y plantitas. Hoy no me quiero referir a estas actividades, lo haré solo a tres en las que la mayoría de los consumidores estamos involucrados: en tiendas, restaurantes y bancos.

No han pasado más de quince días en que fui a comprar algunas cosas a una tienda de nombre americano que nos recuerda al tío de norte. De esas tiendas que tienes que pagar cada año renovación de tarjeta y que te venden las cosas por mayoreo y ahora hasta con una aplicación del teléfono. Les relato brevemente el suceso.

Veo una oferta de comida para perros, coincidía la descripción de 21kg. a un preciazo de ¡649 pesos! En verdad que me sorprendí lo caro que está este alimento, pero se había acabado lo que tenía en casa y nuestra perra estaba por parir. Así que sin más, fleté el costal en mi carrito, de esos de plataforma, y me dirigí a pagar. Al marcar en caja, para seguir apantallándome, sale registrada la cantidad de ¡749! Le digo sin más a la señorita que es un error. Que yo había visto otro precio. Fui le tomé foto, la traje, ella le llamó a su jefa, y que se arma el ¡bochinche! Yo defendiéndome como consumidor de croquetas caras y ellas diciendo que atrás de la etiqueta estaba el precio verdadero y que mis ojos (de Superman) no lo habían podido descubrir. Los asusté con Profeco, pero ni así. Total, pasados 25 minutos de mi infravalorado tiempo, pagué lo que ellos quisieron y me fui como cliente maltratado, restando 749 pesos a mi tarjeta, y con un suculento manjar para la perra por parir.

Disculpen que exprese cosas tan frecuentes como también el esperar horas a un mesero para tratar de llamar su atención, después de un buen rato recibir mi plato con alimento frío y al final una cuenta que cada vez se pone más gorda (como muchos comensales). En verdad que nos falta mucho tener una cultura de servicio y desquitar realmente lo que se nos paga y ser merecedores del diez o quince por ciento de propina.

Otra aventura más la protagonizan los bancos que ahora todo lo hacen por teléfono en una innumerable suma de menús que marque el cuatro, que luego el tres, y después de mil minutos, lo tratará de atender un ejecutivo que termina siendo el erróneo y te devuelve en un tipo de serpiente y escalera casi al principio del juego bancario. ¡Cómo falta el trato personal! Y no me refiero a quitar la bondad de los servicios en línea, sino que, para contratar seguros, consultar asuntos financieros sobre un dinero que te están cuidando (haciendo sus propios negocios) el banco, terminas por dejar todo como al principio y terminas la llamada sintiéndote peor de como empezaste. Los mismos ejecutivos que tardas casi horas en poder entrar ante ellos terminan pasándote el teléfono y se ponen en tu cara a hacer otras cosas para aprovechar su tiempo, mientras tu pierdes el tuyo ante la bocina del teléfono.

Total, nos falta mucho para ser buenos comerciantes que hagamos vida aquellas frases como: “al cliente lo que pida”, “el cliente es primero”; si no cambiamos, se volverá a reafirmar la triste realidad que el cliente nunca tiene la razón.

Leonel Larios Medina | Sacerdote católico y licenciado en Comunicación Social.