/ miércoles 6 de noviembre de 2019

El monstruo que nos acecha

La sociedad en general de este gran país enfrenta una situación de alta tensión; en las carreteras, en las calles, en los caminos, en los centros de trabajo, en las escuelas, en los hogares y en cualquier lugar o espacio, se siente la presencia de un monstruo que acecha a todas horas y todos los días, no importa la edad, la condición económica, el color de piel, la creencia religiosa, el sexo, ocupación o cualquier otra característica, el monstruo simplemente está ahí.

Como personas vivimos en la zozobra permanente; en la luz y en la obscuridad se percibe la amenaza, ese flagelo se ha convertido en un factor que irrumpe en los parámetros normales de la sana convivencia, la tensión que esto ocasiona ha llevado a cambiar los patrones comunes de conducta, ha sido necesario construir estructuras robustas que nos protejan de ese monstruo y muchas de las veces hemos terminados siendo prisioneros de nuestro propio refugio.

Las leyes, las normas, las reglas que han sido creadas para regular la convivencia armónica de toda comunidad, en la mayoría de los casos se han quedado muertas en los libros que las contienen, están rebosantes de buenas intenciones y encuentran su pura aplicación en el idealismo colectivo; sin embargo, la realidad destroza con creces las buenas intenciones expresadas en cada párrafo de la ley.

El monstruo que nos acecha esta hecho de la misma piel, del mismo cerebro, del mismo corazón y hasta de las mismas entrañas, por ello es difícil identificarlo, camina sin censura a la par de cualquier ciudadano, es el hombre que atenta contra su propia especie, es aquí donde las preguntas surgen y donde las respuestas se pierden en el laberinto de las explicaciones.

De acuerdo con el significado de la palabra violencia podemos decir que en el reino animal, es un factor que está relacionado con la agresividad y se puede considerar como un componente biológico de los animales superiores, que lo utilizan por motivos de supervivencia para conseguir alimento, para defender su territorio o para reproducirse. Por su parte la violencia en el ser humano se trata de una acción de utilizar la fuerza y la intimidación para alcanzar un propósito, se utiliza ese impulso de agresividad para causar daño.

La reflexión quizá nos lleve a analizar con pulcro detenimiento los factores que están alimentando al monstruo que nos acecha, para ello es conveniente revisar ¿Qué está sucediendo en la educación escolarizada que hemos y que estamos recibiendo? ¿Qué está faltando en las políticas de gobierno? ¿Qué educación estamos dando y que educación están recibiendo los niños en el seno de cada familia? ¿Cuál es el efecto que está causando la tecnología en la sociedad? ¿Cuáles son las causas de las diferencias de oportunidades? ¿Qué impacto tienen los medios de comunicación? Entre muchas otras preguntas y finalmente quizá también la reflexión nos lleve a preguntarnos ¿En qué tumba hemos sepultado el conjunto de valores que norman moralmente a toda sociedad?

La solución mágica que la mayoría esperamos encontrar en la ventana de enfrente, es quizá solo un espejismo que nos impide ver que la solución ni es mágica, ni está en la ventana del vecino, sino en la forma de pensar, de ser y de sentir de cada ciudadano, de cada ser humano, de cada comunidad. El monstruo que nos acecha nace en el seno de la sociedad, es ahí en la misma sociedad donde se debe encontrar el antídoto para reducirlo a su mínima expresión, es el tiempo y los actores de esa sociedad a través de sus acciones los encargados de encontrar la solución real.

El monstruo que nos acecha nos tiene como sociedad al borde del precipicio físico, psicológico y emocional, es tiempo de sumar voluntades, recursos, actitudes y lo que sea necesario, no se trata de catalogar a ciudadanos buenos o malos, sino de encontrar la estabilidad que nos lleve a un estadio de una convivencia armónica.

leon7dg@hotmail.com

La sociedad en general de este gran país enfrenta una situación de alta tensión; en las carreteras, en las calles, en los caminos, en los centros de trabajo, en las escuelas, en los hogares y en cualquier lugar o espacio, se siente la presencia de un monstruo que acecha a todas horas y todos los días, no importa la edad, la condición económica, el color de piel, la creencia religiosa, el sexo, ocupación o cualquier otra característica, el monstruo simplemente está ahí.

Como personas vivimos en la zozobra permanente; en la luz y en la obscuridad se percibe la amenaza, ese flagelo se ha convertido en un factor que irrumpe en los parámetros normales de la sana convivencia, la tensión que esto ocasiona ha llevado a cambiar los patrones comunes de conducta, ha sido necesario construir estructuras robustas que nos protejan de ese monstruo y muchas de las veces hemos terminados siendo prisioneros de nuestro propio refugio.

Las leyes, las normas, las reglas que han sido creadas para regular la convivencia armónica de toda comunidad, en la mayoría de los casos se han quedado muertas en los libros que las contienen, están rebosantes de buenas intenciones y encuentran su pura aplicación en el idealismo colectivo; sin embargo, la realidad destroza con creces las buenas intenciones expresadas en cada párrafo de la ley.

El monstruo que nos acecha esta hecho de la misma piel, del mismo cerebro, del mismo corazón y hasta de las mismas entrañas, por ello es difícil identificarlo, camina sin censura a la par de cualquier ciudadano, es el hombre que atenta contra su propia especie, es aquí donde las preguntas surgen y donde las respuestas se pierden en el laberinto de las explicaciones.

De acuerdo con el significado de la palabra violencia podemos decir que en el reino animal, es un factor que está relacionado con la agresividad y se puede considerar como un componente biológico de los animales superiores, que lo utilizan por motivos de supervivencia para conseguir alimento, para defender su territorio o para reproducirse. Por su parte la violencia en el ser humano se trata de una acción de utilizar la fuerza y la intimidación para alcanzar un propósito, se utiliza ese impulso de agresividad para causar daño.

La reflexión quizá nos lleve a analizar con pulcro detenimiento los factores que están alimentando al monstruo que nos acecha, para ello es conveniente revisar ¿Qué está sucediendo en la educación escolarizada que hemos y que estamos recibiendo? ¿Qué está faltando en las políticas de gobierno? ¿Qué educación estamos dando y que educación están recibiendo los niños en el seno de cada familia? ¿Cuál es el efecto que está causando la tecnología en la sociedad? ¿Cuáles son las causas de las diferencias de oportunidades? ¿Qué impacto tienen los medios de comunicación? Entre muchas otras preguntas y finalmente quizá también la reflexión nos lleve a preguntarnos ¿En qué tumba hemos sepultado el conjunto de valores que norman moralmente a toda sociedad?

La solución mágica que la mayoría esperamos encontrar en la ventana de enfrente, es quizá solo un espejismo que nos impide ver que la solución ni es mágica, ni está en la ventana del vecino, sino en la forma de pensar, de ser y de sentir de cada ciudadano, de cada ser humano, de cada comunidad. El monstruo que nos acecha nace en el seno de la sociedad, es ahí en la misma sociedad donde se debe encontrar el antídoto para reducirlo a su mínima expresión, es el tiempo y los actores de esa sociedad a través de sus acciones los encargados de encontrar la solución real.

El monstruo que nos acecha nos tiene como sociedad al borde del precipicio físico, psicológico y emocional, es tiempo de sumar voluntades, recursos, actitudes y lo que sea necesario, no se trata de catalogar a ciudadanos buenos o malos, sino de encontrar la estabilidad que nos lleve a un estadio de una convivencia armónica.

leon7dg@hotmail.com