/ viernes 18 de octubre de 2019

El fanatismo y la falta de educación política

En definitiva no es una gracia comprometer tanto la opinión que sea imposible diferir posteriormente.

Nuestra educación política es una educación de siervos. Hemos aprendido a ser seguidores fieles, casi fanáticos de nuestras causas y con ello somos incapaces de ser autocríticos y rescatar cualquier proyecto de su declive inminente.

Nuestros antecedentes son los de un pueblo sometido, los de una nación que se fundó en el miedo y en el sacrificio de aquellos que asomaban la cabeza.

Nuestros rasgos de indiferencia y sometimiento no han podido ser erradicados, los hemos transformado.

La profunda ignorancia que caracteriza al grueso de la población mexicana, su notorio desinterés en los problemas públicos y ese estado despreciable de abandono en los problemas personales.

La transformación de una nación se da desde el centro, desde el corazón, desde su actitud, desde las mentes de la gente.

Es necesario preparar un escenario de mayor interés hacia los problemas públicos, pero también hacia el conocimiento de las situaciones que nos circundan. En la medida que se mantenga esa disposición natural de víctimas, no podrán superarse los problemas que nos aquejan; la demagogia, el tráfico de influencias, la tranza.

Pero el soporte máximo de esta condición es nuestro fanatismo y nuestra incapacidad de autocriticar nuestra forma de ser y hacer las cosas.

Necesitamos formar ciudadanos capaces de criticar incluso aquello que aman o desean.

Romper con una actitud fanática es lo mismo que estar dispuestos a entender que no se consigue nunca la perfección y que navegamos siempre en un deseo infinito de mejorar cada día en lo que sea que hagamos.

Pobres de aquellos que piensan que nada hay que mejorar o componer, pobres de aquellos que viven la ira de no escuchar a quienes piensan diferente o incluso contrario a nosotros.

La gran tarea de una nación que aspira a romper con el fanatismo es aprender a superar la intolerancia y el miedo a no tener la razón y en consecuencia a vivir dentro de la incertidumbre que representa la existencia humana, una existencia llena de cuestionamientos irresolutos.

La gran misión de los mexicanos está en no adorar más ídolos ni dar la vida por sus líderes, el reto está en critica a aquel que consideras el mejor de los seres humanos en una visión de transformación y crecimiento.

En definitiva no es una gracia comprometer tanto la opinión que sea imposible diferir posteriormente.

Nuestra educación política es una educación de siervos. Hemos aprendido a ser seguidores fieles, casi fanáticos de nuestras causas y con ello somos incapaces de ser autocríticos y rescatar cualquier proyecto de su declive inminente.

Nuestros antecedentes son los de un pueblo sometido, los de una nación que se fundó en el miedo y en el sacrificio de aquellos que asomaban la cabeza.

Nuestros rasgos de indiferencia y sometimiento no han podido ser erradicados, los hemos transformado.

La profunda ignorancia que caracteriza al grueso de la población mexicana, su notorio desinterés en los problemas públicos y ese estado despreciable de abandono en los problemas personales.

La transformación de una nación se da desde el centro, desde el corazón, desde su actitud, desde las mentes de la gente.

Es necesario preparar un escenario de mayor interés hacia los problemas públicos, pero también hacia el conocimiento de las situaciones que nos circundan. En la medida que se mantenga esa disposición natural de víctimas, no podrán superarse los problemas que nos aquejan; la demagogia, el tráfico de influencias, la tranza.

Pero el soporte máximo de esta condición es nuestro fanatismo y nuestra incapacidad de autocriticar nuestra forma de ser y hacer las cosas.

Necesitamos formar ciudadanos capaces de criticar incluso aquello que aman o desean.

Romper con una actitud fanática es lo mismo que estar dispuestos a entender que no se consigue nunca la perfección y que navegamos siempre en un deseo infinito de mejorar cada día en lo que sea que hagamos.

Pobres de aquellos que piensan que nada hay que mejorar o componer, pobres de aquellos que viven la ira de no escuchar a quienes piensan diferente o incluso contrario a nosotros.

La gran tarea de una nación que aspira a romper con el fanatismo es aprender a superar la intolerancia y el miedo a no tener la razón y en consecuencia a vivir dentro de la incertidumbre que representa la existencia humana, una existencia llena de cuestionamientos irresolutos.

La gran misión de los mexicanos está en no adorar más ídolos ni dar la vida por sus líderes, el reto está en critica a aquel que consideras el mejor de los seres humanos en una visión de transformación y crecimiento.