/ sábado 28 de septiembre de 2019

Él es la puerta


En la antigüedad, las ovejas estaban con su pastor dentro del cerco de piedra durante la noche. No había puerta de ninguna clase en estos cercos. En lugar de la puerta había apenas un espacio abierto por donde entraban las ovejas. De noche después que el pastor llama a sus ovejas y las conduce en manada dentro del redil, y entonces el pastor, él mismo pasa a través de la apertura y entra en el redil y literalmente dormía en la entrada. El pastor, en ese sentido se convertía en la puerta. Ninguna oveja podría salir y ningún enemigo podría entrar, a menos que fuera sobre su cuerpo. En un sentido muy literal, el pastor era la puerta. No había manera de entrar o salir a menos por medio de él. Jesús es la puerta. Él, y Él solo es y siempre será la puerta. Jesús es la puerta a todas las bendiciones de la vida eterna. Al decir Jesús, yo soy la puerta, nos quiere decir que sólo a través de El podemos entrar a su redil, y también a través de Él se puede salir a pastos frescos. El redil, o lugar preparado para el cuido de las ovejas, es el reino de Dios que está entre nosotros: “y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado (Mateo 3:2) Todo aquel que entra por la puerta, que es Jesús, llega a este redil, o sea, la vida eterna. Jesús dice, “Yo, soy la Puerta de las ovejas.” Jesús es el único portón en el cielo. Jesucristo es el único camino a Dios. En Juan 14:6, Jesús dijo, “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por Mí. ” Si no hay Cristo, no hay ningún camino a Dios. Si Él no es la Puerta, no hay entrada a la presencia de Dios. Como la Puerta, Jesús es el camino de la entrada a la salvación. El profeta Ezequiel dice: “Así ha dicho Jehová el Señor: “He aquí, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré; yo apacentaré mis ovejas, y les daré aprisco, dice Jehová el Señor” (Ezequiel 34:11,15). Jesús mismo nos explica cómo Él mismo ha venido a buscar sus ovejas, para apacentarlas y darles aprisco. Por eso Él nos dice: “Yo soy la puerta”, la puerta de la salvación, y sólo el que pase a través de esa puerta será salvo; y para cruzar por esa puerta no puedes utilizar ningún otro medio, sino sólo la fe. Los mismos apóstoles declaran una y otra vez: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” Jesús dice: “El que por Mí entrare” (v. 9). No se trata, pues, de entrar por medio de una doctrina más o menos bíblica, El Señor Jesús nos dice: “El que por Mí entrare”. Este es un encuentro personal por medio de la fe. Estimado lector, todos los que anhelamos ser salvos, vivir la vida del reyo de Dios y un día ir al cielo, tenemos que pasar por el único camino nuevo y vivo para ir al Padre, el cual es Jesucristo. Cristo busca y llama personas que se acerquen a Él en plena certidumbre de fe, para que le conozcan personalmente en espíritu y verdad. Dice Jesús: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Por otro lado, recordemos las palabras de Jesús: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición; y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt 7.13-14). ¿Cuál es la puerta estrecha? ¡Jesús mismo¡ Sin su muerte en la cruz no podríamos de ninguna manera salvarnos, y sin su resurrección nadie podría reconciliarse con Dios. ¿Cómo entramos por la puerta? En primer lugar, cuando nos arrepentimos y creemos en Él y en lo que hizo por nosotros en la cruz. Es decir, cuando nos unimos a Él en fe y hacemos de su muerte nuestra muerte, como dice Pablo en Gálatas: «Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo sino Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí.» (Gál. 2.20). Y en Colosenses: «Porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en la cruz.» (Col 3.3). En segundo lugar, entramos por la puerta estrecha cuando lo seguimos, cuando morimos a nosotros mismos, a los deseos desordenados de la carne y al pecado. Si hemos muerto con Él por la fe, ya no vivimos para nosotros mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por nosotros (1 Co 5.14-15).Una pregunta: ¿Por qué tenía que morir Jesús? ¿Por qué era su sacrificio necesario? Porque nuestros pecados nos habían separado de Dios (Is 59.2) y nos hacían dignos de condenación. La culpa del pecado constituía una barrera de separación que ningún hombre podía franquear por sí mismo. Dios podía, Él da el primer paso para reconciliarnos con Él mismo. Por eso Jesús tomó sobre sí nuestra naturaleza de esclavos y cargó nuestros pecados en su cuerpo, subiendo con ellos a la cruz y muriendo en nuestro lugar, «el justo por los injustos» (1 Pe 3.18). Al padecer por nosotros, canceló la deuda de nuestra culpa, «anuló el acta de los decretos que nos era contraria» (Col 2.14). En su humanidad, podía realmente morir en nuestro lugar como nuestro representante; y en su deidad, su muerte tuvo un valor infinito que pagó por todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos. La pregunta de hoy es ¿Qué puerta escoge abrir? ¿La estrecha o la ancha?

Estimado lector, crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya al cielo.

Pastor J. Andrés Pimentel M. Casa de Oración Pacto de Paz


En la antigüedad, las ovejas estaban con su pastor dentro del cerco de piedra durante la noche. No había puerta de ninguna clase en estos cercos. En lugar de la puerta había apenas un espacio abierto por donde entraban las ovejas. De noche después que el pastor llama a sus ovejas y las conduce en manada dentro del redil, y entonces el pastor, él mismo pasa a través de la apertura y entra en el redil y literalmente dormía en la entrada. El pastor, en ese sentido se convertía en la puerta. Ninguna oveja podría salir y ningún enemigo podría entrar, a menos que fuera sobre su cuerpo. En un sentido muy literal, el pastor era la puerta. No había manera de entrar o salir a menos por medio de él. Jesús es la puerta. Él, y Él solo es y siempre será la puerta. Jesús es la puerta a todas las bendiciones de la vida eterna. Al decir Jesús, yo soy la puerta, nos quiere decir que sólo a través de El podemos entrar a su redil, y también a través de Él se puede salir a pastos frescos. El redil, o lugar preparado para el cuido de las ovejas, es el reino de Dios que está entre nosotros: “y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado (Mateo 3:2) Todo aquel que entra por la puerta, que es Jesús, llega a este redil, o sea, la vida eterna. Jesús dice, “Yo, soy la Puerta de las ovejas.” Jesús es el único portón en el cielo. Jesucristo es el único camino a Dios. En Juan 14:6, Jesús dijo, “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie viene al Padre sino por Mí. ” Si no hay Cristo, no hay ningún camino a Dios. Si Él no es la Puerta, no hay entrada a la presencia de Dios. Como la Puerta, Jesús es el camino de la entrada a la salvación. El profeta Ezequiel dice: “Así ha dicho Jehová el Señor: “He aquí, yo mismo iré a buscar mis ovejas, y las reconoceré; yo apacentaré mis ovejas, y les daré aprisco, dice Jehová el Señor” (Ezequiel 34:11,15). Jesús mismo nos explica cómo Él mismo ha venido a buscar sus ovejas, para apacentarlas y darles aprisco. Por eso Él nos dice: “Yo soy la puerta”, la puerta de la salvación, y sólo el que pase a través de esa puerta será salvo; y para cruzar por esa puerta no puedes utilizar ningún otro medio, sino sólo la fe. Los mismos apóstoles declaran una y otra vez: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa” Jesús dice: “El que por Mí entrare” (v. 9). No se trata, pues, de entrar por medio de una doctrina más o menos bíblica, El Señor Jesús nos dice: “El que por Mí entrare”. Este es un encuentro personal por medio de la fe. Estimado lector, todos los que anhelamos ser salvos, vivir la vida del reyo de Dios y un día ir al cielo, tenemos que pasar por el único camino nuevo y vivo para ir al Padre, el cual es Jesucristo. Cristo busca y llama personas que se acerquen a Él en plena certidumbre de fe, para que le conozcan personalmente en espíritu y verdad. Dice Jesús: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”. Por otro lado, recordemos las palabras de Jesús: “Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición; y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta y angosto el camino que lleva a la vida, y pocos son los que la hallan” (Mt 7.13-14). ¿Cuál es la puerta estrecha? ¡Jesús mismo¡ Sin su muerte en la cruz no podríamos de ninguna manera salvarnos, y sin su resurrección nadie podría reconciliarse con Dios. ¿Cómo entramos por la puerta? En primer lugar, cuando nos arrepentimos y creemos en Él y en lo que hizo por nosotros en la cruz. Es decir, cuando nos unimos a Él en fe y hacemos de su muerte nuestra muerte, como dice Pablo en Gálatas: «Con Cristo estoy juntamente crucificado y ya no vivo yo sino Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí.» (Gál. 2.20). Y en Colosenses: «Porque habéis muerto y vuestra vida está escondida con Cristo en la cruz.» (Col 3.3). En segundo lugar, entramos por la puerta estrecha cuando lo seguimos, cuando morimos a nosotros mismos, a los deseos desordenados de la carne y al pecado. Si hemos muerto con Él por la fe, ya no vivimos para nosotros mismos, sino para Aquel que murió y resucitó por nosotros (1 Co 5.14-15).Una pregunta: ¿Por qué tenía que morir Jesús? ¿Por qué era su sacrificio necesario? Porque nuestros pecados nos habían separado de Dios (Is 59.2) y nos hacían dignos de condenación. La culpa del pecado constituía una barrera de separación que ningún hombre podía franquear por sí mismo. Dios podía, Él da el primer paso para reconciliarnos con Él mismo. Por eso Jesús tomó sobre sí nuestra naturaleza de esclavos y cargó nuestros pecados en su cuerpo, subiendo con ellos a la cruz y muriendo en nuestro lugar, «el justo por los injustos» (1 Pe 3.18). Al padecer por nosotros, canceló la deuda de nuestra culpa, «anuló el acta de los decretos que nos era contraria» (Col 2.14). En su humanidad, podía realmente morir en nuestro lugar como nuestro representante; y en su deidad, su muerte tuvo un valor infinito que pagó por todos los pecados de todos los hombres de todos los tiempos. La pregunta de hoy es ¿Qué puerta escoge abrir? ¿La estrecha o la ancha?

Estimado lector, crea en Dios, sea feliz en este mundo y un día vaya al cielo.

Pastor J. Andrés Pimentel M. Casa de Oración Pacto de Paz