/ jueves 1 de noviembre de 2018

Después de la muerte

Cuando se cumpla la misión que he recibido

y se llegue ese día que siempre desconocí

pero que está marcado en el calendario.

Procuraré no salir de casa, tal vez de mi cama,

intentaré ocultarme en el más obscuro rincón

me cambiaré el nombre, el apellido, incluso el sexo.

Quizá sea buena idea irme de vacaciones, no sé.

Pero si a pesar de ello, la visita misteriosa

de la escuálida señora es inevitable,

entonces me dispondré a emprender el inevitable viaje,

con un último suspiro, pondré fin a mi peregrinar,

la sangre ya no recorrerá mi cuerpo,

quizá cambie de color y de textura.

Los latidos del corazón dejarán de tener eco

en este pecho y el aire acariciará suavemente

mi cuerpo inerte, que empezará su retorno a la tierra.

Sobre mis restos, se hará la voluntad de mi familia,

quizás de mis amigos, de algún buitre de funeraria

o de un estudiado médico forense, todo es posible.

Me colocarán en un frío y quizás elegante ataúd.

Sobre mí caerán algunas lágrimas, tal vez ninguna,

todo dependerá del remordimiento, del interés

y es posible que hasta del amor que algún día merecí.

Las flores, las flores que ya no podré ver, ni oler,

ni disfrutar, servirán para cubrir las apariencias

y para calmar la conciencia de aquellos

que aún tengan algún remordimiento,

es posible, incluso, su dolor.

Mientras, yo estaré cada vez más tieso

recostado en ese obscuro ataúd,

supongo que hasta incómodo con la punta

del clavo aquel, que el carpintero erró.

A través de esa pequeña ventana, tras del vidrio

estará mi rostro maquillado, como un maniquí,

los curiosos no resistirán la tentación

de echar un último vistazo, para poder emitir su juicio.

¡Quedó muy inflamado, ni se parece!

O la clásica ¡quedó igualito!

Mientras tanto yo, no sé si podré sentir su presencia

¡Tengo la desventaja de que nunca me he muerto!,

No sé si desde ese momento empiece a purgar las culpas

o si aún tenga tiempo antes de que cierren el ataúd,

de hacer un recuento de todos aquellos

que me acompañan en tan incómoda ocasión,

de arrepentirme de aquello que hice mal,

de vanagloriarme de aquello que hice bien,

de pedir perdón por mis errores;

Incluso de despedirme de mi familia,

de mis amigos y hasta de mis enemigos.

Las horas pasarán, no sé si muy lento

o con extrema prisa, por fin será la hora de partir,

se acercarán al ataúd, se despedirán de mí

y yo por primera vez, sentiré el misterio

de la infinita soledad.

Me darán un último paseo, primero a la iglesia.

Pedirán a Dios por el descanso de mi alma,

Pedirán por encontrar fuerzas y pronta resignación

mientras quizá yo, ya esté en sus brazos

o tocando las puertas del horno mayor.

A paso lento me llevarán hasta la última morada,

Si bien me va, las notas musicales

le darán un toque de folclor al funeral,

de pronto la carrosa se detendrá,

y esta vez estaré más cerca de la tumba que nunca.

Una vez más querrán despedirse de mí,

abrirán el ataúd, se acercarán a verme,

me darán su bendición, una lágrima mustia

recorrerá sus mejillas, en medio de un suspiro profundo.

Cerrarán el ataúd, lo llevarán al pie de la fosa

y a paso lento lo bajarán mientras me avientan flores,

los músicos le rascarán más fuerte a sus guitarras,

en pocos minutos la tierra cubrirá por completo el ataúd

y entonces la tierra habrá recuperado

lo que un día nació de sus mismas entrañas.

Con el último puño de tierra, poco a poco

comenzarán a dejarme ahora sí, más solo que nunca,

no sin antes, escucharse unas palabras,

donde entre otras cosas, darán las gracias por atender

la invitación que les llegó de mi funeral.

Hablarán de mí, como el mejor ser humano

que haya existido, aunque en el fondo

todos sepan que fui más malo que bueno.

Con el paso de los días, quizá algunos regresen.

Harán una plegaria, tal vez una oración, un recuerdo,

hasta que el tiempo se convierta en el padrino del olvido;

mientras, mi cuerpo estará invadido

de esos extraños organismos consumidores

que no descansarán hasta devorarlo por completo.

Al paso de algunos años, cuando mis bienes

hayan sido repartidos y disfrutados, entonces

el olvido alcanzará su mejor nivel

y entonces sí, de mí, sólo habrá quedado,

en el mejor de los casos, mi nombre,

que se resistirá también a desaparecer

de los papeles de la historia y de la maltrecha tumba.


leon7dg@hotmail.com


Cuando se cumpla la misión que he recibido

y se llegue ese día que siempre desconocí

pero que está marcado en el calendario.

Procuraré no salir de casa, tal vez de mi cama,

intentaré ocultarme en el más obscuro rincón

me cambiaré el nombre, el apellido, incluso el sexo.

Quizá sea buena idea irme de vacaciones, no sé.

Pero si a pesar de ello, la visita misteriosa

de la escuálida señora es inevitable,

entonces me dispondré a emprender el inevitable viaje,

con un último suspiro, pondré fin a mi peregrinar,

la sangre ya no recorrerá mi cuerpo,

quizá cambie de color y de textura.

Los latidos del corazón dejarán de tener eco

en este pecho y el aire acariciará suavemente

mi cuerpo inerte, que empezará su retorno a la tierra.

Sobre mis restos, se hará la voluntad de mi familia,

quizás de mis amigos, de algún buitre de funeraria

o de un estudiado médico forense, todo es posible.

Me colocarán en un frío y quizás elegante ataúd.

Sobre mí caerán algunas lágrimas, tal vez ninguna,

todo dependerá del remordimiento, del interés

y es posible que hasta del amor que algún día merecí.

Las flores, las flores que ya no podré ver, ni oler,

ni disfrutar, servirán para cubrir las apariencias

y para calmar la conciencia de aquellos

que aún tengan algún remordimiento,

es posible, incluso, su dolor.

Mientras, yo estaré cada vez más tieso

recostado en ese obscuro ataúd,

supongo que hasta incómodo con la punta

del clavo aquel, que el carpintero erró.

A través de esa pequeña ventana, tras del vidrio

estará mi rostro maquillado, como un maniquí,

los curiosos no resistirán la tentación

de echar un último vistazo, para poder emitir su juicio.

¡Quedó muy inflamado, ni se parece!

O la clásica ¡quedó igualito!

Mientras tanto yo, no sé si podré sentir su presencia

¡Tengo la desventaja de que nunca me he muerto!,

No sé si desde ese momento empiece a purgar las culpas

o si aún tenga tiempo antes de que cierren el ataúd,

de hacer un recuento de todos aquellos

que me acompañan en tan incómoda ocasión,

de arrepentirme de aquello que hice mal,

de vanagloriarme de aquello que hice bien,

de pedir perdón por mis errores;

Incluso de despedirme de mi familia,

de mis amigos y hasta de mis enemigos.

Las horas pasarán, no sé si muy lento

o con extrema prisa, por fin será la hora de partir,

se acercarán al ataúd, se despedirán de mí

y yo por primera vez, sentiré el misterio

de la infinita soledad.

Me darán un último paseo, primero a la iglesia.

Pedirán a Dios por el descanso de mi alma,

Pedirán por encontrar fuerzas y pronta resignación

mientras quizá yo, ya esté en sus brazos

o tocando las puertas del horno mayor.

A paso lento me llevarán hasta la última morada,

Si bien me va, las notas musicales

le darán un toque de folclor al funeral,

de pronto la carrosa se detendrá,

y esta vez estaré más cerca de la tumba que nunca.

Una vez más querrán despedirse de mí,

abrirán el ataúd, se acercarán a verme,

me darán su bendición, una lágrima mustia

recorrerá sus mejillas, en medio de un suspiro profundo.

Cerrarán el ataúd, lo llevarán al pie de la fosa

y a paso lento lo bajarán mientras me avientan flores,

los músicos le rascarán más fuerte a sus guitarras,

en pocos minutos la tierra cubrirá por completo el ataúd

y entonces la tierra habrá recuperado

lo que un día nació de sus mismas entrañas.

Con el último puño de tierra, poco a poco

comenzarán a dejarme ahora sí, más solo que nunca,

no sin antes, escucharse unas palabras,

donde entre otras cosas, darán las gracias por atender

la invitación que les llegó de mi funeral.

Hablarán de mí, como el mejor ser humano

que haya existido, aunque en el fondo

todos sepan que fui más malo que bueno.

Con el paso de los días, quizá algunos regresen.

Harán una plegaria, tal vez una oración, un recuerdo,

hasta que el tiempo se convierta en el padrino del olvido;

mientras, mi cuerpo estará invadido

de esos extraños organismos consumidores

que no descansarán hasta devorarlo por completo.

Al paso de algunos años, cuando mis bienes

hayan sido repartidos y disfrutados, entonces

el olvido alcanzará su mejor nivel

y entonces sí, de mí, sólo habrá quedado,

en el mejor de los casos, mi nombre,

que se resistirá también a desaparecer

de los papeles de la historia y de la maltrecha tumba.


leon7dg@hotmail.com