/ viernes 30 de abril de 2021

Degustando la vida | La niñez: una de las etapas más bellas e inocentes de todo ser humano

Muchos dicen que es un sacrificio criar a los hijos, pero luego cuando los niños se hacen adolescentes, no hablan, nos ignoran y observamos que se alejan, es cuando apreciamos el error de no haber disfrutado del período de inocencia, cuestionamiento, jugueteo y risas que ellos nos brindaban y a los que nosotros respondíamos "ahora no porque estoy cansado, ocupado, estoy trabajando, viendo TV o leyendo un libro". Siendo niños volveremos a querer a nuestros padres con ese inmenso amor que les teníamos en nuestra infancia, así será más fácil perdonarlos por todo aquello que nos hirió y que posiblemente no recordemos. En la niñez nos abocamos a la gran tarea del descubrimiento, la exploración de la realidad y de la vida que nos rodean; nos auto conocemos permanentemente y comenzamos la socialización con otras personas, insertándonos en una familia. Mientras transcurre la vida vamos perdiendo todas las características de la niñez: Confianza en los otros; inocencia, ingenuidad, capacidad de jugar y de soñar; iniciativa, imaginación y creatividad; empezar siempre algo nuevo; conocer las cosas y preguntar -sin vergüenza alguna- por lo que ignoramos; ser afectivos y expresivos sin condicionamientos, espontáneos, auténticos, frescos, ocurrentes, risueños, tímidos o extravertidos, simpáticos, alegres y tantas, tantas otras buenas condiciones que vamos, penosamente, olvidando y perdiendo mientras crecemos, haciéndonos endurecer, poniéndonos rígidos y calculadores, serios, precavidos y desconfiados. Un buen día crecimos y las cosas se empezaron a complicar. Nuestro mundo interior despertó y nos descubrimos diferentes a los demás, nos empezamos a independizar de la familia y a refugiar en el grupo de amigos. Con la edad, la responsabilidad personal fue aumentando, dándonos cuenta de que cada acción tenía sus consecuencias, a las cuales teníamos que responder. Ya no valía, como antes, que papá diera la cara por nosotros. Sin embargo, en esos momentos, su ejemplo y cercanía nos sirvió de guía, aunque no lo reconociéramos entonces y así, pasaron los años, nos fuimos adueñando cada día más de nuestra vida. Escogimos carrera y formamos nuestra propia familia. En ese momento redescubrimos todo lo que nuestros padres habían hecho por nosotros. Volvimos a valorar su apoyo y educación, y nos dimos cuenta de que las cosas no eran tan “fáciles” como nos parecían de niños. Llegaron los hijos y el ciclo se repite; ahora nos toca a nosotros hacer que su infancia sea tan feliz como la nuestra, que puedan disfrutar de esa etapa “sin responsabilidades” para dedicarse no sólo a divertirse, sino a formarse y a desarrollar de la mejor manera su potencial. Nos toca no sólo disfrutarlos mientras son pequeños, sino prepararlos para que hagan algo grande y bello con sus vidas, nos toca enseñarles a ser felices y a hacer felices a los demás.

Y ante esta responsabilidad, nos preguntamos ¿cómo hacerle? Pareciera que nuestros padres la tuvieron más fácil, el ritmo de vida no era tan rápido, no contábamos con tantos medios tecnológicos, no éramos tan conscientes de “nuestros derechos” como niños, por lo que los dejábamos que nos educaran como mejor les parecía a ellos. No exigíamos tantas cosas para jugar. La vida, en fin, era menos complicada. Los niños de hoy, aún en una época distinta a la nuestra, son fundamentalmente iguales a como fuimos nosotros. La base para su verdadera felicidad será la seguridad que les dé nuestro cariño, atención y cercanía. La familia, mientras siga siendo tal, tiene todos los componentes necesarios para una buena educación de los hijos: amor entre los progenitores, amor de éstos a los hijos, hermanos con quienes jugar, educación, diversión… En este día del niño, más que pensar en ayudar el niño en solitario, pensemos en la manera de mejorar su hábitat natural que es la familia, de esa manera podrá contar con todo lo que necesita para crecer y convertirse en un adulto feliz que pueda hacer mucho bien a la sociedad. Un saludo especial para los niños Estivaliz, Fernanda, Dieguito, Sofy, Meño, Fila y Mateo.


Muchos dicen que es un sacrificio criar a los hijos, pero luego cuando los niños se hacen adolescentes, no hablan, nos ignoran y observamos que se alejan, es cuando apreciamos el error de no haber disfrutado del período de inocencia, cuestionamiento, jugueteo y risas que ellos nos brindaban y a los que nosotros respondíamos "ahora no porque estoy cansado, ocupado, estoy trabajando, viendo TV o leyendo un libro". Siendo niños volveremos a querer a nuestros padres con ese inmenso amor que les teníamos en nuestra infancia, así será más fácil perdonarlos por todo aquello que nos hirió y que posiblemente no recordemos. En la niñez nos abocamos a la gran tarea del descubrimiento, la exploración de la realidad y de la vida que nos rodean; nos auto conocemos permanentemente y comenzamos la socialización con otras personas, insertándonos en una familia. Mientras transcurre la vida vamos perdiendo todas las características de la niñez: Confianza en los otros; inocencia, ingenuidad, capacidad de jugar y de soñar; iniciativa, imaginación y creatividad; empezar siempre algo nuevo; conocer las cosas y preguntar -sin vergüenza alguna- por lo que ignoramos; ser afectivos y expresivos sin condicionamientos, espontáneos, auténticos, frescos, ocurrentes, risueños, tímidos o extravertidos, simpáticos, alegres y tantas, tantas otras buenas condiciones que vamos, penosamente, olvidando y perdiendo mientras crecemos, haciéndonos endurecer, poniéndonos rígidos y calculadores, serios, precavidos y desconfiados. Un buen día crecimos y las cosas se empezaron a complicar. Nuestro mundo interior despertó y nos descubrimos diferentes a los demás, nos empezamos a independizar de la familia y a refugiar en el grupo de amigos. Con la edad, la responsabilidad personal fue aumentando, dándonos cuenta de que cada acción tenía sus consecuencias, a las cuales teníamos que responder. Ya no valía, como antes, que papá diera la cara por nosotros. Sin embargo, en esos momentos, su ejemplo y cercanía nos sirvió de guía, aunque no lo reconociéramos entonces y así, pasaron los años, nos fuimos adueñando cada día más de nuestra vida. Escogimos carrera y formamos nuestra propia familia. En ese momento redescubrimos todo lo que nuestros padres habían hecho por nosotros. Volvimos a valorar su apoyo y educación, y nos dimos cuenta de que las cosas no eran tan “fáciles” como nos parecían de niños. Llegaron los hijos y el ciclo se repite; ahora nos toca a nosotros hacer que su infancia sea tan feliz como la nuestra, que puedan disfrutar de esa etapa “sin responsabilidades” para dedicarse no sólo a divertirse, sino a formarse y a desarrollar de la mejor manera su potencial. Nos toca no sólo disfrutarlos mientras son pequeños, sino prepararlos para que hagan algo grande y bello con sus vidas, nos toca enseñarles a ser felices y a hacer felices a los demás.

Y ante esta responsabilidad, nos preguntamos ¿cómo hacerle? Pareciera que nuestros padres la tuvieron más fácil, el ritmo de vida no era tan rápido, no contábamos con tantos medios tecnológicos, no éramos tan conscientes de “nuestros derechos” como niños, por lo que los dejábamos que nos educaran como mejor les parecía a ellos. No exigíamos tantas cosas para jugar. La vida, en fin, era menos complicada. Los niños de hoy, aún en una época distinta a la nuestra, son fundamentalmente iguales a como fuimos nosotros. La base para su verdadera felicidad será la seguridad que les dé nuestro cariño, atención y cercanía. La familia, mientras siga siendo tal, tiene todos los componentes necesarios para una buena educación de los hijos: amor entre los progenitores, amor de éstos a los hijos, hermanos con quienes jugar, educación, diversión… En este día del niño, más que pensar en ayudar el niño en solitario, pensemos en la manera de mejorar su hábitat natural que es la familia, de esa manera podrá contar con todo lo que necesita para crecer y convertirse en un adulto feliz que pueda hacer mucho bien a la sociedad. Un saludo especial para los niños Estivaliz, Fernanda, Dieguito, Sofy, Meño, Fila y Mateo.