/ jueves 8 de agosto de 2019

“Al diablo con sus instituciones”

En 2006 durante un evento público en el zócalo de la ciudad de México el perdedor de la contienda presidencial; Andrés Manuel López Obrador pronunció una frase que hoy se vuelve nítida sobre la visión política del ahora presidente. “Al diablo con sus instituciones” enunció López de manera enfática y con un visible y contundente enojo, en ese entonces se manifestaba contra el gobierno de Felipe Calderón.

Hoy como gobernante, es posible visualizar que en realidad la frase no fue el producto de un momento de excitación y enojo, es por mucho el manifiesto de una visión de Estado.

La forma en cómo AMLO ha ejercido el poder durante la primer parte de su sexenio es evidentemente un modelo excesivamente unipersonal. Se ha convertido en el centro de las decisiones (basta observar las motivos de renuncia de sus secretarios), y ha desdeñado al trabajo sistemático y de organización.

Andrés Manuel ha desmantelado ya varias de las entidades gubernamentales y programas de gobierno o al menos los ha metido en una encrucijada, ejemplo de ello; PROSPERA, INADEM, CONEVAL, CONACYT, Estancias infantiles y otros.

Ya de inicio se visualizaba que la dinámica sería otra, no precisamente democrática cuando se tomó la decisión de desaparecer de manera arbitraria a los delegados federales, remplazándolos por la figura del “Super-delegado”. Hemos visto como con soltura el presidente ha pasado por encima de los secretarios de gobierno y ha intentado súper ponerse a expertos de áreas técnicas. Cierto es que el presidente debe ser quien dirija, pero es completamente imposible que tenga un dominio completo de cada una de las áreas de gobierno y el expertis necesario para tener una postura más sólida que aquellos que asigno en cada posición por su experiencia.

El punto medular con esto es que dentro de una democracia es importante la consolidación y distribución del poder. La democracia moderna necesita de las instituciones fuertes para evitar precisamente que el poder se concentre en una única persona, pues eso sería precisamente el opuesto, una monarquía o una tiranía.

En un tiempo de múltiples decepciones y donde las personas ven como fallidos sus sueños, es muy tentador dirigir el hambre de esperanza hacia los caudillos que se nos presentan. Pero de seguros podemos estar en que no hay salvadores, y vale más buscar colaboradores y buenos equipos.

Si el presidente quiere mandar al diablo a las instituciones, la diversidad de voces y fuerzas deben estar listas para salvaguardar aquello que con el tiempo se ha construido y que hoy muestran una mediana solidez y organización. Las instituciones son la representación máxima de la democracia, donde se disuelve el poder en la multitud de equipos colaboradores con objetivos claros y bien delimitados. Cada institución tiene una vocación y encuentra un espacio de cooperación, su aniquilación es el símbolo máximo de la aniquilación de una democracia, hoy estamos frente a un atentado contra la democracia por nuestro sueño dogmático de encontrar un hombre muy bueno y diferente del resto.

En 2006 durante un evento público en el zócalo de la ciudad de México el perdedor de la contienda presidencial; Andrés Manuel López Obrador pronunció una frase que hoy se vuelve nítida sobre la visión política del ahora presidente. “Al diablo con sus instituciones” enunció López de manera enfática y con un visible y contundente enojo, en ese entonces se manifestaba contra el gobierno de Felipe Calderón.

Hoy como gobernante, es posible visualizar que en realidad la frase no fue el producto de un momento de excitación y enojo, es por mucho el manifiesto de una visión de Estado.

La forma en cómo AMLO ha ejercido el poder durante la primer parte de su sexenio es evidentemente un modelo excesivamente unipersonal. Se ha convertido en el centro de las decisiones (basta observar las motivos de renuncia de sus secretarios), y ha desdeñado al trabajo sistemático y de organización.

Andrés Manuel ha desmantelado ya varias de las entidades gubernamentales y programas de gobierno o al menos los ha metido en una encrucijada, ejemplo de ello; PROSPERA, INADEM, CONEVAL, CONACYT, Estancias infantiles y otros.

Ya de inicio se visualizaba que la dinámica sería otra, no precisamente democrática cuando se tomó la decisión de desaparecer de manera arbitraria a los delegados federales, remplazándolos por la figura del “Super-delegado”. Hemos visto como con soltura el presidente ha pasado por encima de los secretarios de gobierno y ha intentado súper ponerse a expertos de áreas técnicas. Cierto es que el presidente debe ser quien dirija, pero es completamente imposible que tenga un dominio completo de cada una de las áreas de gobierno y el expertis necesario para tener una postura más sólida que aquellos que asigno en cada posición por su experiencia.

El punto medular con esto es que dentro de una democracia es importante la consolidación y distribución del poder. La democracia moderna necesita de las instituciones fuertes para evitar precisamente que el poder se concentre en una única persona, pues eso sería precisamente el opuesto, una monarquía o una tiranía.

En un tiempo de múltiples decepciones y donde las personas ven como fallidos sus sueños, es muy tentador dirigir el hambre de esperanza hacia los caudillos que se nos presentan. Pero de seguros podemos estar en que no hay salvadores, y vale más buscar colaboradores y buenos equipos.

Si el presidente quiere mandar al diablo a las instituciones, la diversidad de voces y fuerzas deben estar listas para salvaguardar aquello que con el tiempo se ha construido y que hoy muestran una mediana solidez y organización. Las instituciones son la representación máxima de la democracia, donde se disuelve el poder en la multitud de equipos colaboradores con objetivos claros y bien delimitados. Cada institución tiene una vocación y encuentra un espacio de cooperación, su aniquilación es el símbolo máximo de la aniquilación de una democracia, hoy estamos frente a un atentado contra la democracia por nuestro sueño dogmático de encontrar un hombre muy bueno y diferente del resto.